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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Unámonos contra el proyecto de al-Qaeda y el Emirato Islámico



El conflicto que enluta Siria no es una guerra civil entre comunidades sino una guerra entre dos proyectos de sociedad.

De un lado se yergue una Siria moderna y laica, una Siria que respeta la diversidad étnica, religiosa y política. Frente a ella se levanta la ideología de la Hermandad Musulmana, que desde su creación –en 1928– planea restablecer el califato otomano mediante la yihad.

La Hermandad Musulmana dice querer defender y difundir el islam. Pero su interpretación del Corán excluye toda experiencia espiritual de Alá y lo reduce a un simple manual jurídico. Los miembros de la Hermandad Musulmana predican una religión sin Dios.

A partir de 1954, aunque los miembros de la Hermandad Musulmana ya habían asesinado a dos primeros ministros egipcios, la CIA decidió utilizarlos para desestabilizar la Unión Soviética y combatir a la vez los movimientos nacionalistas árabes. Siria tuvo que enfrentar entonces una sangrienta serie de atentados (entre 1978 y 1982), hasta que la rama militar de la Hermandad Musulmana fue derrotada, en Hama.

En 1979, las potencias occidentales decidieron utilizar la Hermandad Musulmana, con ayuda de Arabia Saudita y bajo las órdenes de Osama ben Laden, para luchar contra el gobierno comunista de Afganistán. Durante la guerra fría y posteriormente, los hombres de ben Laden fueron utilizados como fuerzas paramilitares, primeramente en la antigua Yugoslavia (en Bosnia-Herzegovina y Serbia) y luego en el Cáucaso ruso (Chechenia).

En 2005, Qatar asumió el papel que hasta entonces habían ejercido los sauditas. Bajo este nuevo patrocinio, los miembros de la Hermandad Musulmana lograron convencer a algunos de nuestros gobiernos de que habían cambiado y de que se habían vuelto capaces de ejercer el poder. El general estadounidense David Petraeus, en contra de la opinión de la Casa Blanca, respaldó la «primavera árabe». Seducidos al principio, tunecinos, egipcios, libios y sirios pronto se levantaron contra la Hermandad Musulmana.

En 2012, la Casa Blanca, ya irritada, exigió la abdicación del emir de Qatar y se deshizo del general Petraeus. La Hermandad Musulmana recurrió entonces a la protección del entonces primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan.

La decisión de Daesh de proclamar un califato, a pesar de la oposición de al-Qaeda, que estimaba que todavía no había llegado el momento de hacerlo, fue un paso más. Poco a poco, la multitud de grupúsculos fanáticos, inspirados en la Hermandad Musulmana, que aparecen en África y Asia se unen al sable manchado de sangre del «califa». El terrorismo va evolucionando. Después de los asesinatos políticos, después de las operaciones paramilitares, la Hermandad Musulmana procede a una “limpieza” ideológica a gran escala, depurando la comunidad sunnita y masacrando a todas las demás, para reinar finalmente sólo sobre un vasto cementerio. Los miembros de la Hermandad Musulmana no esconden su ambición de derrocar, uno a uno, todos los regímenes árabes y de atacarnos en nuestros países.

Tenemos que hacer un balance de la acción de la cofradía y revisar nuestros a priori basados en las mentiras de esta alianza desafortunada.

Ante la ininterrumpida oleada de yihadistas provenientes del mundo entero, e incluso de nuestros propios países, los sirios han optado por salvar al Pueblo antes que defender su tierra. Hasta este momento, 12 000 sirios se han visto obligados a huir de los combates, 4 millones se han refugiado en los países vecinos mientras que 8 millones han encontrado protección en los territorios controlados y administrados por la República Árabe Siria. De los 19 millones de habitantes que se mantienen en Siria, cerca de 500 000 se hallan bajo el yugo de los yihadistas, repartidos en un inmenso territorio.

Desde la época del «Emirato Islámico de Baba Amro», en 2012, en todas las zonas ocupadas por los grupos armados, incluyendo entre ellos al llamado «Ejército Sirio Libre», calificado en Occidente de «oposición legítima», las escuelas que no se han salvado de ser quemadas han sido cerradas, se han prohibido las bebidas alcohólicas, las mujeres no pueden salir de sus casas sin cubrirse el cabello, sólo pueden salir a la calle acompañadas de un hombre miembro de su familia y se ha legalizado la poligamia. En todas partes, incluyendo los países de aliados a los que calificamos de «democráticos», se ha abrogado el derecho al voto, nuestro patrimonio común ha sido destruido, se defenestra a los homosexuales y se reinstaura la esclavitud. Los yihadistas se llevan como botín de guerra a las mujeres que les agradan y abusan de ellas. Los niños son enrolados a la fuerza para convertirlos en soldados, en kamikazes o en verdugos.

Siria es una República, o sea su gobierno está al servicio del Interés General, bajo el control del sufragio universal. Prueba de ello son la participación masiva de su pueblo en las elecciones y el aval que los diplomáticos presentes en Damasco concedieron a esas consultas, aunque nuestros gobiernos se hayan opuesto a esas elecciones, llegando incluso a negarse a verificarlas. Desde la firma del Comunicado de Ginebra, en 2012, el gobierno sirio viene aplicando escrupulosamente las recomendaciones de ese documento y el país se dirige paso a paso hacia la Democracia.

Pero seguimos dejándonos engañar por la propaganda de guerra de nuestros aliados, como la que proviene del llamado «Observatorio Sirio de los Derechos Humanos» (OSDH), una pantalla londinense de la Hermandad Musulmana, o del «Consejo Nacional», asamblea no electa y controlada por los miembros de la cofradía. Así que seguimos acusando a los dirigentes sirios de ser una dictadura, de utilizar armas químicas o de haber matado bajo la tortura a más de 11 000 de sus conciudadanos. Y seguimos haciéndolo a pesar de que ya no estamos tan seguros de tales acusaciones: desde que se firmó el acuerdo 5+1 con Irán, la coalición encabezaba por Estados Unidos ha ayudado a los sirios en la defensa de la ciudad de Hassake.

El odio de nuestros gobiernos hacia Siria se basa en un malentendido. Nos han convencido de que los sirios querían acabar con el Pueblo israelí. Pero no es cierto. Los sirios son un pueblo pacífico. Lo único que reclaman, de conformidad con las resoluciones de la ONU sobre la cuestión, es la devolución de las alturas del Golán ilegalmente ocupadas. El presidente Bill Clinton organizó en el pasado negociaciones en ese sentido, negociaciones que fracasaron únicamente a causa de la parte israelí, como señala en sus memorias el hoy ex presidente estadounidense. Los sirios esperan retomarlas y concluirlas.

Al respaldar a la Hermandad Musulmana hemos abierto las puertas del infierno. Ayudemos los sirios y los iraquíes a volver a cerrarlas. Unámonos al llamado del presidente Putin. Pongamos fin a la barbarie, salvemos la civilización y restauremos la paz.

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