A finales de junio los servicios secretos canadienses publicaron un informesobre las amenazas a la seguridad hasta 2018. En el documento, que ocupa más de 100 páginas, se dedica un espacio considerable a las amenazas procedentes de Rusia.
Por ejemplo, según los autores, el incremento del potencial militar de Rusia es una prueba de que el país se prepara para una guerra a gran escala, y no para una guerra híbrida. Al mismo tiempo, los analistas de los servicios secretos canadienses no especifican contra quién se propone iniciar el Kremlin una nueva guerra ni cuáles pueden ser sus consecuencias.
De hecho, algunos expertos se inclinan a interpretar la confrontación actual entre Rusia y Occidente según la concepción de Liddell Hart, un conocido teórico militar británico. Hart opina que las dos guerras mundiales forman parte de un único conflicto compuesto por múltiples niveles y debido a un cambio radical del orden mundial.
De este modo, según el científico inglés todas las fases de este conflicto global tuvieron lugar desde 1890 hasta 1945. Es evidente que las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial provocaron la guerra fría y a la derrota de Rusia, que en la actualidad termina la etapa de su recuperación.
Este tipo de analogías históricas y teorías militares indican que es ineludible una guerra como continuación a todo ello en la que el papel de agresor principal lo desempeñará Rusia, que tras la caída de la URSS perdió su zona de influencia y parte de su territorio.
Con el inicio en 2014 del conflicto en Donbass y la reunificación de Crimea a Rusia, algunos políticos occidentales han comenzado a jugar activamente la carta de la “amenaza rusa”. En este contexto, la ampliación del ejército y la flota de Rusia han ayudado a ocultar a los europeos y norteamericanos otros problemas globales: la crisis migratoria, la expansión de la zona de conflictos en Oriente Próximo o el aumento de la amenaza del extremismo islámico. Pero en esta situación los análogos históricos no funcionan.
La historia no se repite, al menos esta vez
En primer lugar, cualquier conflicto global entre Rusia y la OTAN provocaría rápidamente un intercambio de ataques nucleares. Últimamente el Kremlin ha mostrado en numerosas ocasiones cómo está incrementando su potencial nuclear y el perfeccionamiento técnico de los sistemas de lanzamiento.
Al mismo tiempo, es poco probable que incluso los buitres desbocados de los cuarteles rusos y de la OTAN crean en la posibilidad de crear a corto plazo un sistema antimisiles inquebrantable que permita destruir al enemigo. Además, hasta un triunfo en una guerra nuclear provocaría un enorme descontento en la población y numerosas pérdidas ecológicas y económicas, de modo que no resulta del todo correcto contemplar esta opción como una herramienta realista en la política militar.
¿Qué tareas puede llevar a cabo Moscú utilizando sus nuevas fuerzas militares pero actuando siempre en el marco de la contención nuclear? Existen varias y, sin duda, van en contra de los intereses geopolíticos de la UE y la OTAN.
La guerra relámpago de Ucrania
A pesar de los intentos de Rusia de regular la situación en Donbass y contribuir por todos los medios al cumplimiento de los acuerdos de Minsk, las sanciones de la UE contra el Kremlin continúan vigentes.
Al mismo tiempo, la OTAN está incrementando su actividad cerca de las fronteras rusas en los países del Báltico, en el mar Báltico y en el Mar Negro.
Una rápida intervención militar en Ucrania, que establecería un puente a Crimea, tomaría en sudeste del país fuera del control de Kiev, seguramente contribuiría a aumentar considerablemente la popularidad de Putin. Aunque esa victoria no sería realista dadas, si se tienen en cuenta las consecuencias económicas que tendría.
El apoyo a Crimea y a las autoproclamadas repúblicas de Novorrosía pesaria sobre el presupuesto ruso. Si el sudeste de Ucrania cae sobre el área de influencia de Rusia se requerirían enormes inversiones, algo que Moscú no puede asumir en estos momentos.
Seguridad de exportación
La injerencia rusa en la guerra civil de Siria en 2015 permitió a las tropas gubernamentales cambiar en pocos meses el curso de los acontecimientos e iniciar el ataque contra las posiciones de los islamistas radicales.
Además, es evidente que en el mundo contemporáneo sobran focos de inestabilidad capaces de amenazar la seguridad de todo el mundo. Moscú ha demostrado que está dispuesta a luchar eficazmente contra este tipo de desafíos.
También es obvio que, a pesar de esta consolidación de Rusia en la escena internacional no acaba de agradar a Bruselas ni a Washington, las acciones de Moscú no solo contribuyen a reforzar su posición, sino también a mantener la seguridad internacional.
Curiosamente, lo mismo piensa el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, que como empresario considera que la seguridad es un bien por el que hay que pagar.
Pros y contras
De este modo, de los tres escenarios posibles para el uso del nuevo ejército, dos supondrían la derrota para Rusia. Por otro lado, un conflicto militar a gran escala entre Rusia y la OTAN provocaría la derrota de ambas partes.
El principal resultado de las reformas militares del Kremlin es la posibilidad de garantizar en caso de necesidad la seguridad de sus aliados y de eliminar el foco de tensión en Eurasia, así como el poder para impedir que se desate una guerra híbrida en su territorio.
Además, el refuerzo de los departamentos militares mediante la creación de una Guardia Nacional permitirá evitar el nacimiento de una “revolución de colores” tanto en todo el territorio de Rusia como en una de sus regiones aislada.
Asimismo, el ejército ruso en la actualidad es poderoso, competente y extremadamente móvil, podría ser un valioso aliado de Occidente capaz de reforzar la seguridad y la estabilidad en el mundo.
Es de esperar que, con el aumento de la crisis migratoria y el refuerzo de la inestabilidad en el Norte de África y en Oriente Próximo, el incremento de la cooperación militar de Moscú con Bruselas y Washington cobre cada vez más importancia.
Artiom Kuréiev es miembro del think-tank Helsinki +, dedicado a proteger los intereses de los rusos que viven en los países bálticos. Es graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Estatal de San Peterburgo.
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