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viernes, 10 de junio de 2016

Los astros y el paganismo

En la antigüedad (aún hoy) la gente, en realidad muchas naciones y comunidades, adoraban dioses; dioses paganos que ineludiblemente asociaban a algún astro.

Como por ejemplo; Apolo se identificaba con el sol, Horus con el sol y la constelación de Orión, Ares con Marte, Afrodita con Venus, Cronos y Moloch con Saturno, Zeus con Júpiter, Diana con la Luna, etcétera.


¿Y por que es eso?

Ya había comentado que los astros tienen alma; pues es a esa alma a la que adoran los paganos, así como los de la nueva era adoran el alma de la tierra a la que le llaman Gaia.

Las almas de los astros engañan al hombre haciéndose pasar por dioses para alejarlos del verdadero Dios, de su Señor y Creador, es decir, de Yahveh.

Pero nosotros, los que conocemos de la verdad sabemos que los astros no son dioses, son criaturas, creaciones del Eterno.

Los astros tratan de engañar al hombre para perderlo pues nos tienen envidia por que Dios nos dio un cuerpo con el cual podemos sentir y, sobre todo, podemos crear, crear eventos, eventos físicos a través de la oración y el ayuno hacia nuestro Creador. Es decir, podemos obrar milagros.

Los astros estuvieron en contra de la creación del hombre pues ellos advirtieron al Eterno que nuestra creación destruiría la obra del Señor, es decir, la naturaleza.

Pero Dios dijo que no, que el hombre no destruiría su creación. Es más, Dios creo al hombre para que le diera honor, honor que el hombre no le ha dado (pero le dará).

Ese honor que el hombre debe dar a Dios es precisamente la conservación de su creación; y el estudio de su palabra.

Fue por eso la creación del hombre: Para darle honor a Dios. Y es por eso el libre albedrío, pues sin libre albedrío no hay honor.

Muchos se preguntan: por que Dios permite las guerras, la muerte, el dolor? Pues es por eso, por que es nuestro libre albedrío en acción.

Ciertamente muy pocos le dan honor a Dios, pero algunos si lo hacen y ellos recibirán su recompensa, más sin en cambio; los que no le dan honor tendrán su consecuencia, castigo dirán algunos.

Los paganos están sujetos a la influencia astral, pues a ella adoran, es decir, están bajo las leyes de la naturaleza y la naturaleza sólo da rigor, juicio (la mano izquierda de Dios).

Sin en cambio, los que aman Dios, estudian su palabra y le obedecen; ellos están bajo las leyes del cielo, las leyes del Creador, es decir, están bajo clemencia, están sujetos a misericordia (la mano derecha de Dios).

Yahvé (Yahveh) es el alma, Elohim es el cuerpo. Yahvé es la mano derecha del Creador y representa la misericordia, la clemencia; Elohim es la mano izquierda y representa el rigor, el juicio.

Yahvé es la consciencia y Elohim la naturaleza.

Yahvé es la mente y Elohim el cuerpo; por lo tanto, la naturaleza sin consciencia divina solo actúa en automático, solo da palo.

Es como un cuerpo sin cabeza: no tiene control. Y un músculo no se mueve si no hay un cerebro que le ordene hacerlo.

Por eso es que los paganos sólo adoran a la naturaleza, sólo adoran al cuerpo, es decir, son esclavos de sus pasiones y están a expensas de los elementos naturales. Pero nosotros, los cristianos, adoramos a la cabeza y no al cuerpo, es decir, adoramos a la mente divina y estamos sujetos al espíritu, o sea, estamos unidos a la voluntad del espíritu, de la consciencia divina.

El espíritu (humano) jala para arriba pero el cuerpo jala para abajo.

Cuando Israel estaba en Egipto era presa del cuerpo; pero cuando Moisés los sacó de ahí fue con el poder del espíritu Santo (alma divina). Los egipcios adoraban a la naturaleza (las fuerzas celestes/Elohim), pero los israelitas adoraban a la consciencia divina (alma divina/Yahvé). El alma tuvo que "golpear" el cuerpo, romperlo, para poder librarse de él. Sólo desgarrando la carne el espíritu puede elevarse; Por eso dice la palabra que Moisés tuvo que golpear la roca para que fluyeran ríos de agua de ella, tuvo que romperla para que el agua saliera. La roca es una metáfora de Elohim, las aguas representan el espíritu de Dios (alma divina/Yahvé).

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