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sábado, 21 de septiembre de 2019

El culpable de los ataques en Arabia Saudí es Arabia Saudí



Tal vez no haya habido un hecho tan esclarecedor de cómo se dirige la política exterior de EEUU en el último tiempo que su respuesta a los ataques de la resistencia yemení en contra de las refinerías de Arabia Saudita.

Aunque en general la forma como ha manejado sus decisiones en Medio Oriente son la expresión de la perturbación que agita la Casa Blanca, de la irracionalidad en la conducción y de los desvaríos de su principal inquilino.

Lo preocupante de todo esto es que tales acciones tienen implicaciones en el escenario internacional, y por tanto inciden en la vida de miles de millones de ciudadanos de todo el mundo que tienen que vivir en la más completa incertidumbre porque en cualquier momento lo pueden agredir, bombardear, bloquear y/o sancionar.

Lo más terrible es que el sistema internacional se ha mostrado incapaz de detener los dislates del presidente estadounidense y el poder que él encarna. Es verdad que Rusia y China han logrado impedir en el Consejo de Seguridad de la ONU que la organización le dé legalidad a estos hechos, pero ante la imposibilidad de sojuzgar a otros pueblos a través de la razón, Estados Unidos se ha aferrado a la fuerza como instrumento principal de su política exterior.

Es perturbador que la ONU, su secretario general y muchas de sus agencias hayan manifestado temor ante las represalias que Estados Unidos podría tomar contra el organismo, entre ellas, abandonarlo. Por lo menos así lo ha manifestado la señora Bachelet, quien ha justificado en privado que esa razón es la que le obliga a subordinarse vergonzosamente a Washington.

Los ataques de la semana pasada contra las refinerías sauditas generaron asombro e incredulidad en la administración estadounidense y una similar respuesta inmediata insensata y aturdida a la del presidente Bush el 11 de septiembre de 2001 y días posteriores.

Hay que recordar que Bush se apresuró a culpar a su socio Osama bin Laden de los actos terroristas en Estados Unidos y que ello le permitió intervenir militarmente en Afganistán en un primer momento y en otros países del Medio Oriente después, lo cual le ha servido como excusa para mantener las fuerzas armadas de Estados Unidos en la región hasta hoy.

Hay que recordar que en su día Bush anunció lo que habría de venir. El 20 de septiembre de 2001 informó solemnemente que, a partir de ese momento, Estados Unidos utilizaría cualquier arma de guerra que fuese necesaria, siempre que sus intereses así lo requirieran. Además, dejó establecido que las operaciones militares se prolongarían en el tiempo.

La principal arma de guerra que Estados Unidos ha utilizado siempre es la mentira. Así ha sido a través de la historia. Hay muchas evidencias al respecto. Hoy, ha quedado aclarado a través de una larga investigación realizada por los comisionados de bomberos de Franklin Square y del distrito de Munson, cerca de Queens en Nueva York. El pasado 24 de julio afirmaron que la acción del 11 de septiembre de 2001 en esa ciudad "fue un asesinato en masa, [en el que] 3.000 personas fueron asesinadas a sangre fría" afirmando que las "pruebas abrumadoras" dan cuenta de la presencia de explosivos en las tres torres antes del 11 de septiembre. Es decir, los edificios no se cayeron por el impacto de los aviones sino por una implosión controlada que buscaba una justificación para desatar la guerra e imponer un mundo unipolar en el planeta.

Ni qué decir de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein en Irak que nunca aparecieron. Ni de la represión en la Plaza Verde de Trípoli que supuestamente había desatado Muamar Gadafi cuando lo que en realidad se estaba mostrando a través de los medios de comunicación era un escenario hollywoodense construido ex profeso en Catar para justificar la invasión de la OTAN a Libia con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU.

Ahora Trump pretende repetir la historia o, mejor dicho, darle continuidad. Ante las acciones realizadas por los rebeldes yemeníes en las refinerías saudíes, Trump afirmó que "parece" que Irán está detrás de los ataques. Otro tanto hizo el vicepresidente Pence, quien en un discurso en la Fundación Heritage quiso ir más allá para afirmar que, como "parecía" que los ataques provenían de Irán, quería prometer que Estados Unidos estaba preparado para tomar represalias violentas.

Por su parte, el secretario de Estado y principal influencer de la CIA, Mike Pompeo —sobre quien nunca se sabe a nombre de cuál de las dos organizaciones está opinando—, se apresuró a desmentir que hubiesen sido los hutíes los autores del hecho para —sin presentar prueba alguna— acusar a Irán de haberlos realizado. Según Pompeo, "Teherán está detrás de cerca de 100 ataques contra Arabia Saudita (…) En medio de todos los llamados a la desescalada, Irán ha lanzado un ataque sin precedentes contra el suministro de energía del mundo". En ese marco, el Pentágono, a su vez, afirmó que "tenemos evidencia de que de alguna manera los iraníes son responsables de esto. Pero dejamos que Arabia Saudita saque las conclusiones", para a continuación iniciar un nuevo despliegue de tropas en el Medio Oriente. Nada nuevo, todo consecuente con su política imperialista de mentiras y agresiones.

Al no tener pruebas, Estados Unidos incitaba a que fuera Arabia Saudita quien acusara a Irán de ser el culpable del ataque y asumiera las consecuencias inmediatas de una eventual acción de respuesta, para después aparecer como salvador del mundo y defensor de la civilización occidental amenazada.

Esta es la razón por la que, inicialmente, el martes 17 el ministro saudí de energía, Abdulaziz bin Salman, reconocía que no se sabía quién estaba detrás de los ataques contra la principal productora de petróleo del país, lo cual fue refutado al día siguiente por el portavoz del Ministerio de Defensa del reino, Turki Malki. Se apresuró a afirmar que los ataques no se originaron en Yemen y que los mismos fueron lanzados desde el norte haciendo una evidente alusión a Irán y repitiendo casi textualmente la retórica de Pompeo.

En este contexto, ante la dimensión que estaba tomando el acontecimiento y la perversa irracionalidad y evidente falsedad de los argumentos de Washington, la portavoz de la Cancillería china, Hua Chunying, hizo un llamado a no hacer afirmaciones peligrosas, asegurando que "hasta que se lleve a cabo una investigación exhaustiva y tengamos los resultados, es irresponsable acusar a nadie sin pruebas".

Por su parte, el portavoz del presidente ruso, Dmitri Peskov, expresó que su país condenaba "el aumento de tensión en la región" e instaba a todos los países a que "no tomen medidas o saquen conclusiones apresuradas que solo puedan agravar la desestabilización", así como a "adherirse a una línea que ayude a amortiguar la tensión actual".

En la misma línea, el ministro de Defensa de Japón, Taro Kono, dijo que no había pruebas que demostraran que Irán estuviera involucrado en los ataques, asegurando que: "No tenemos constancia de ninguna información que apunte a Irán", y que su país creía "que los hutíes llevaron a cabo el ataque teniendo en cuenta la declaración de responsabilidad".

Los días posteriores al hecho, varios países y organizaciones se rasgaron las vestiduras rechazando la acción yemení. La prensa internacional se encargó de cubrir con alarmismo los espacios informativos hablando de la probable alza incontrolada de los precios del petróleo, las implicaciones para la economía mundial y para la propia Arabia Saudí en su rol de gran productor y exportador de petróleo, mientras que el presidente Trump afirmaba que su país no necesitaba petróleo y gas del Medio Oriente, al mismo tiempo que Europa informaba del grave riesgo para la Unión Europea, quien solo tiene reservas de petróleo y derivados para 90 días.

Nadie hizo alusión a que este ataque se originó en la hecatombe provocada por Arabia Saudita y sus aliados con aval estadounidense para llevar a cabo, desde 2015, una brutal agresión que ha causado la muerte de 91.600 personas por los combates, además de 84.701 niños fallecidos por hambre y 2.556 personas por la peste del cólera.

Todo generado por 19.278 bombardeos aéreos, navales y terrestres de los que un 33,86% ha apuntado a objetivos civiles como granjas, mercados, barcos de pesca y hasta fiestas familiares; un 31,89% a objetivos desconocidos y solo un 34,25% a blancos militares. El conflicto ha obligado a casi el 15% de la población (alrededor de 4,3 millones de personas) a huir de sus hogares. Esto incluye a 3,3 millones de personas que permanecen desplazadas en todo el país, mientras el 70% de la población (20 millones de habitantes) padece hambre, en lo que se ha denominado "la peor crisis humanitaria del mundo en la historia".

Hasta fines del año pasado se había contabilizado que un 79% de la población "vive" en condiciones de pobreza en comparación con el 49% de 2017, es decir, un 30% entró en esa situación en este período. En ese lapso, el PIB per cápita ha disminuido un 61%, mientras que alrededor de 2,9 millones de niños y mujeres padecen malnutrición aguda. El número de niños que la sufren ha aumentado hasta el 90% en los últimos tres años.

Entonces, cuando se busque el culpable de estos ataques contra la "economía del mundo" no se debe buscar en Adén o en Teherán, se debe apuntar directamente a Riad, Abu Dabi y Washington donde gobiernan algunos de los peores sátrapas del planeta.

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