En la entrega de ayer resaltamos que el oro y la plata son los verdaderos activos financieros refugio por excelencia, no las divisas de papel y menos aún el dólar, la moneda del país más endeudado en la historia de la humanidad. Sin embargo, eso no quiere decir que sus precios por onza no puedan desplomarse o que el billete verde no pueda inflarse en una macro-burbuja global. De hecho, es altamente probable que así ocurra.
Para hacer rebotar las economías del mundo después de la crisis de 2008-2009, los bancos centrales se embarcaron en una impresión monetaria generalizada sin precedentes, y en la depresión de las tasas de interés a mínimos históricos. El miedo a la “deflación” (caída de los índices de precios al consumidor, IPC) y la aplicación de teorías económicas equivocadas, los condujo a tomar esas medidas con el ánimo de impulsar elendeudamiento, el consumo, el crédito y así “estimular” el crecimiento.
El resultado –contrario a lo esperado-, no fue el aumento de precios al consumidor sino una auténtica inflación –entendida como expansión crediticia- que hinchó burbujas en activos de todo tipo en diferentes latitudes. Lo malo es que los banqueros centrales nunca ven las burbujas que ellos mismos crean en los mercados bursátiles, de bienes raíces, divisas, bonos, obras de arte, etc.
De manera que los bancos centrales quieren combatir la “deflación” o el “poco” aumento del IPC con medidas que la empeoran porque entre otros factores, al recortar los tipos de interés y con ello aumentar el valor de los bienes de capital, propician la sustitución de trabajadores por nueva maquinaria que aumenta la productividad y generan distorsiones económicas estructurales.
La mayor eficiencia y producción de bienes y servicios deriva en menores precios finales, su tan odiada “deflación”. O sea que los bancos centrales combaten ese incendio con la gasolina de la impresión monetaria y la reducción de los tipos, un absurdo. Que bajen los precios es bueno, pues así más personas pueden acceder a un mejor nivel de vida. A esto se oponen gobernantes y banqueros que prefieren la “benéfica” inflación del IPC que empobrece a todos.
Mientras tanto, con sus políticas crean auténtica inflación en activos que se convierten en burbuja y predisponen que, al reventar sus exorbitantes precios, ocurra una verdadera deflación (sin comillas) que sí es muy dañina. Esa deflación –es decir la contracción del crédito- aniquila el capital de los bancos, empresas, cuentas bancarias y destruye el valor de los activos de los inversionistas. La economía colapsa.
Por eso ahora que se espera que la Reserva Federal, banco central de Estados Unidos, comience este año a subir las tasas de interés, el mercado comienza a anticiparse y los flujos que antes salieron hacia países emergentes inician un retorno a la “seguridad” del dólar.
Esa fortaleza del dólar podría continuar si se confirma el alza de tipos de la Fed. Si antes inflaron burbujas, ahora al pincharlas todo se vendrá abajo con respecto a esa divisa. El problema aquí –y por ello en este espacio aún no descartamos que el alza de tasas se siga posponiendo- es que una moneda fuerte es lo que menos quieren y necesitan en Estados Unidos, sobre todo si en este segundo semestre los datos de crecimiento empeoran.
Como quiera que sea, es cuestión de tiempo para que las burbujas alrededor del planeta comiencen a reventar, si no es que ya lo han hecho como en el caso del mercado bursátil chino.
Reiteramos, en un nuevo escenario de adversidad, el dólar podría ser la próxima gran burbuja fruto de la reversión de capitales hacia él. Su duración, es incierta. Lo que es bueno para el dólar no lo es para el peso, el oro, la plata, el petróleo, etc.,cuyos precios podrían seguirse desplomando.
Pese a todo lo anterior, sería un error considerar que la dupla de metales preciosos monetarios está “muerta”. Al contrario. Barras, monedas y lingotes continúan saliendo del sistema para ser atesorados en manos privadas en anticipación a la gran crisis que significará la explosión final, la de la burbuja de la divisa estadounidense. Poco importa cuándo ocurrirá, pues su inevitabilidad es lo que no debe perderse de vista.
Hay más obligaciones pagaderas en oro y plata de las que es posible redimir en metal físico, por lo que mientras haya existencias disponibles los inversores en valor seguirán agotándolas.
Al final, no se acabará el mundo, pero lo cierto es que habrá un gran “reset” global del sistema monetario del cual los tenedores de oro y plata físicos saldrán mejor librados. Ese dinero real a diferencia del de papel, no puede ser destruido o borrado de ninguna hoja de balance ni llegar a valer cero. Es más, si la burbuja del dólar colapsa los precios, su explosión los disparará.
Para quien en cambio sí espera el Fin del mundo, entonces quizás el oro y la plata no sean la mejor opción y les convenga más hacer acopio de víveres, un arma y equipo de supervivencia. La decisión, es de cada uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario