El que suscribe estas líneas también vibró con el brutal oxi griego y sufrió poco menos que una paralización cuando vio el resultado de las negociaciones entre Grecia y los poderes fácticos que dominan Europa, esos que por ahora se parapetan tras la cara de un/a natural de Alemania (los llamaré halcones). Nadie niega que ese vaivén emocional pasa factura.
No obstante, hubo algo extraño en toda esta capitulación. Bien es cierto que existió crucifixión y waterboarding mental hacia Tsipras; que durante minutos Grecia parecia condenada al Grexit; y que al final se llegó a un "compromiso" que venía a ser un Tratado de Versalles 2.0 con los actores cambiados. Esas alforjas no merecían este viaje.
¿A santo de qué viene firmar algo que viene a ser la capitulación de un país, máxime cuando lleva en su espalda al 62% de los votantes en un referéndum (y con tres cuartas partes del continente en contra)? Puede que haya puntos ventajosos en lo firmado, pero lo negativo es más que lo anterior y rechina más. ¿Por qué, entonces?
Me daba en la nariz que había algo más, como un empeño de vencer a toda costa, puede que a una fuerza mayor. Conforme pasaba la semana esta intuición se iba materializando... Nada más firmarse el acuerdo se descubrió un tremendo malestar, una fuerte división, entre actores. De un lado, el grupo de los halcones (Alemania, Finlandia, Eslovaquia, etc), fustigadores con saña de los griegos. Y del otro, países como Francia, Italia y otros más. Los primeros tenían los ojos inyectados en sangre, y los otros pedían moderación y dejar de maltratar a Tsipras (y al pueblo griego). Unos querían (no ya echar sino) despeñar a Grecia, y a los otros ni se les pasaba por la cabeza echar a un país. Dos polos enfrentados. Por eso "nadie ganó", decían todos.
Y conforme pasaba la semana, las posturas se iban aclarando aún más, sobre todo la de los halcones. Aunque el sábado tuvimos noticias de que dijo que no (y de que se plantea dimitir por diferencias con Merkel, o eso dice), se supo claramente queSchäuble quería a Grecia fuera del euro como escarnio a navegantes. Las partes iban filtrando detalles de esa reunión leonina como lo del waterboarding o la crucifixión, las subidas de tono, la radicalidad de los halcones (parece ser que a su lado los talibanes serían los payasos de la tele)... y la que se está empezando a liar en el Bundestag. No, no me olvido de Tsipras. El que había claudicado. ¿Qué sentido –retomo la pregunta– tenía firmar tal acuerdo?
Dividir al contrario. Divide y vencerás.
Esa es mi teoría. Ha aceptado empalamiento porque de haber aceptado pulpo y haber salido del euro, Schäuble habría ganado y tendría su cabeza bajo una de las ruedas. Pero si nos fijamos bien, tal y como fueron las cosas, ahora es Alemania quien está expuesta, quien tiene más que perder. Sobre todo, socios. Ha quedado revelada como la impositora de una ideología que lleva años revelándose fallida, que hasta el FMI y el BCE consideran (o dejan caer) que no es lo apropiado, y sin embargo ahí están con su teología neoliberal, con su necesidad de reformas, su austeridad, y una palabra que creíamos abandonada: confianza. Ese hada que volvería cuando los países hiciesen reformas. Allá por 2009-2010 fue una palabra de moda. En el 2015, cautivo y desarmado el ejército griego, sabemos que conduce al mayor de los fracasos todo lo que se les está exigiendo, y ahí siguen erre que erre. ¿Volverá a creer alguien en Alemania, cuando vuelvan a fustigar al siguiente? Me da que no. ¿Confianza? ¿En quién?
Verás como al final se logra algo a partir de esa derrota. Me da que no le dieron el gustazo a Schäuble, a ningún precio, y esto les causará problemas. Por ahora Europa anda escaldada con Alemania, ahora se va revelando como el problema. ¿Alguien hace dos meses vaticinaba algo así? No me digan que no está la cosa interesante.
Hay una obra de Shakespeare que me fascina: Ricardo III. Puede que haga algo de spoiler, ojo; yo creo que nos encontramos en ese momento en que ya coronado rey le pide a Buckingham que quite de enmedio a los príncipes herederos. En ese preciso momento. Todo acaba como se sabe. Si pueden leerlo, háganlo; y si son más de cine, vean la adaptación de Sir Lawrence Olivier o, más recientemente, una joyita llamada Looking for Richard, con Al Pacino, Kevin Spacey, Alec Baldwin y unos cuantos más. Acierte yo o no con el diagnóstico, no fallaré con la recomendación de la película. FUENTE
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Alejandro Hernández es socio de infoLibre
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