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martes, 4 de octubre de 2022

Zelenski y la superchería de la “contraofensiva”‎

El presidente ucraniano Zelenski y sus padrinos de la OTAN iniciaron una ‎contraofensiva contra las tropas rusas. Eligieron un lugar donde había pocas fuerzas, ‎porque Moscú no tenía intenciones de ocuparlo, y ahora se desgañitan celebrando una ‎‎“victoria” sin enemigos ni batalla. Hoy pasamos revista a otra operación de ‎propaganda que sólo puede convencer a quienes quieran ser convencidos, o sea a los ‎medios y el público de Occidente. ‎


Kiev anunció con bombo y platillo el inicio de una contraofensiva en la región de Jarkov, o sea ‎frente al Donbass. Las fuerzas respaldadas por la OTAN «lograron liberar» una porción de ‎territorio de 70 kilómetros de largo y de una treintena de kilómetros de profundidad. ‎

Inmediatamente, el presidente Zelenski viajó a esa franja de territorio recuperado, concretamente a la ciudad ‎de Izium, y anunció allí la «cercana victoria» de Kiev sobre el «invasor» ruso. ‎

Mientras tanto, la prensa occidental habla sin descanso de la «derrota rusa» y se interroga ‎sobre un eventual complot que derrocaría en Rusia al «vencido» Vladimir Putin. ‎


En este mapa del Institute for the Study of War, la zona “liberada” de la ‎presencia rusa es la mancha azul que se distingue en la parte superior derecha.

Hasta ahí la historia contada por los cuentistas de la OTAN. ‎

La realidad es bastante diferente. Las fuerzas de Kiev dirigidas desde Occidente nunca penetraron ‎en el Donbass, ni en la República Popular de Lugansk, tampoco en la República Popular de ‎Donetsk. Sólo se limitaron a recuperar territorios que el ejército ruso había conquistado pero que ‎nunca ocupó. Desde el inicio de la operación militar rusa, el presidente Putin anunció que el ‎objetivo de Rusia era defender las dos repúblicas populares del Donbass, que no anexaría Ucrania ‎y que sólo se planteaba «desnazificar» el país, o sea librarlo de los «nacionalistas ‎integristas». ‎

Posteriormente, también anunció que se planteaba anexar el sur del país para castigar a Kiev por ‎haber provocado el conflicto. A partir de aquel momento, Putin tenía dos opciones, reclamar la ‎Novorossiya o la Majnovschina, dos territorios de tradición rusa ampliamente imbricados ‎entre sí. ‎



La Novorossiya, que significa literalmente «Nueva Rusia», es la gran colonia de asentamientos ‎creada por el mariscal Grigori Potenkim, amante de la emperatriz Catalina II de Rusia (Catalina ‎La Grande, en los territorios que arrebató al Imperio Otomano. La Novorossiya abarca todo ‎el sur de la Ucrania actual, incluyendo Crimea y Transnistria, una pequeña parte de la actual ‎Moldavia. La Novorossiya nunca sufrió los horrores del sistema de explotación de siervos que ‎Catalina II nunca pudo abolir en el Imperio Ruso. El mariscal Potenkim construyó en la ‎Novorossiya un Estado ilustrado, inspirado en la Antigua Grecia y en la Antigua Roma. Durante ‎algún tiempo, la Novorossiya fue gobernada por un oficial francés que era amigo personal del zar ‎Alejandro I: Armand de Vignerot du Plessis, duque de Richelieu, quien se convertiría después en ‎presidente del Consejo de ministros de Francia. ‎



La Majnovschina es el territorio donde triunfó, en 1918, el llamado “ejército negro” del ‎anarquista campesino Nestor Majno. Esa entidad había logrado liberarse del poder de Kiev, ‎entonces en manos de Simón Petliura y de Dimitro Dontsov, respectivamente el protector y el ‎fundador de los «nacionalistas integristas» cuyos sucesores acaparan hoy el poder en Ucrania y a ‎quienes Rusia califica de «nazis». Los partidarios de Nestor Majno instauraron entonces en el ‎sudeste de Ucrania un régimen libertario inspirado en las ideas de los socialistas franceses del ‎siglo XIX Charles Fourier y Pierre-Joseph Proudhon y bajo la influencia de Pierre Kropotkin, con la ‎creación de comunas que se autoadministraban. La Majnovschina fue finalmente destruida y sus ‎partidarios fueron masacrados en ataques que venían tanto del Imperio Alemán, de los ‎‎«nacionalistas integristas» ucranianos como de los bolcheviques trotskistas. ‎

Finalmente, el presidente Putin optó por la Novorossiya y hoy la reivindica oficialmente. ‎

La zona que el ejército de Kiev acaba de «liberar» fue parte en cierto momento de uno de los ‎mayores países anarquistas del mundo, creado por Nestor Majno, pero nunca fue parte de la ‎Novorossiya. Kiev acaba de recuperar esa porción de terreno, como lo hizo en su momento la Ucrania del periodo ‎comprendido entre las dos guerras mundiales. ‎

Visto desde la perspectiva rusa, Kiev ha recuperado un territorio que Moscú en algún momento ‎se planteó anexar pero al que finalmente ya había renunciado. En otras palabras, no había allí ‎tropas del ejército ruso sino sólo guardafronteras y policías de las repúblicas populares del ‎Donbass. Fueron esos los efectivos que se retiraron sin oponer resistencia, así que no hubo allí ‎combates y mucho menos «derrota». ‎

En ese contexto, las interminables disertaciones de los medios occidentales sobre un supuesto ‎complot de no se sabe qué generales rusos deseosos de derrocar al «derrotado» presidente ‎Putin son pura ficción. ‎
Todo sería muy distinto si el ejército ucraniano dirigido desde Occidente lograra recuperar Jerson, ‎ciudad portuaria del río Dniéper, cercana al punto donde ese río desemboca en el Mar Negro. ‎Al parecer, Kiev y sus padrinos tienen una segunda operación planificada alrededor de la central ‎nuclear de Zaporiyia. ‎

La superchería del presidente ucraniano Volodimir Zelenski consiste en presentar una progresión ‎de sus tropas sobre terreno no ocupado como si fuese el resultado de una batalla, batalla que ‎nunca existió. Pero eso le permite reclamar a Occidente todavía más miles de millones de ‎dólares… por eso fue que su «contraofensiva» se inició precisamente el 6 de septiembre. Sólo ‎dos días después –el 8 de septiembre– los ministros de Defensa de unos 50 países se reunían en ‎la base estadounidense de Ramstein, en Alemania, para decretar nuevas entregas de armamento ‎a Ucrania [1]. ‎

Pero, como nadie cuenta con recursos suficientes para eso, Estados Unidos “adelanta” ‎lo necesario invocando la Ukraine Democracy Defense Lend-Lease Act of 2022 [2]. Eso significa que ‎los otros países tendrán que devolver después los fondos que Washington pone hoy sobre ‎la mesa. ‎

El 9 y el 10 de septiembre, el Institute for the Study of War reveló detalles sobre el avance de las ‎fuerzas de Kiev y el «caluroso recibimiento» que han tenido en el terreno recuperado [3]. Y la prensa occidental se traga esta farsa ‎sin chistar y se hace eco de ella cuando en realidad el Institute for the Study of War es una ‎guarida de straussianos [4]. Lo dirige Kimberly Kagan, la cuñada de la subsecretaria de Estado ‎Victoria Nuland. Entre los miembros de su consejo de administración están Bill Kristol, el ‎ex presidente del Project for the New American Century o Proyecto para el Nuevo Siglo ‎Estadounidense (IPAC, siglas en inglés), y el general David Petraeus, quien se encargó de destruir ‎Irak y Afganistán. ‎

El 11 de septiembre, la agencia Reuters aseguraba que miles de soldados rusos estaban a la ‎desbandada [5] y hablaba de «duro golpe para Rusia»… a pesar de que el estado mayor ruso ‎simplemente había ordenado una retirada inmediata de un territorio que no estaba interesado en ‎controlar. Vale la pena recordar aquí cuando Donald Trump expulsó a los straussianos de su ‎administración, Victoria Nuland se convirtió repentinamente en una de las directoras de Reuters ‎‎ [6]. El despacho de Reuters lleva la firma de Max Hunder, ‎un ex alumno de Eton, la universidad más elitista de Inglaterra. Poco después, el ministerio ‎británico de Defensa “confirmaba” las afirmaciones de ese despacho. ‎




El 12 de septiembre, el New York Times aportaba su aval al engaño publicando una doble página ‎de loas al valeroso Zelenski. La prensa occidental se hace eco de todo eso sin la menor muestra ‎de reflexión. ‎

Pero, precisamente mientras se distribuía aquella edición del New York Times, todas las ‎centrales eléctricas ucranianas eran alcanzadas por misiles durante la noche [7]. Ucrania se hunde en la oscuridad. La contraofensiva también. ‎

Ante la mala fe de Occidente, el presidente Putin anuncia que, por ahora, Rusia ha utilizado ‎contra los «nazis» sólo una pequeña parte de sus fuerzas y recalca que, de ser necesario, sus ‎próximas acciones alcanzarán otra envergadura. ‎

Los dirigentes participantes en la cumbre de la Organización de ‎Cooperación de Shanghai, en Samarcanda.

La parte del mundo que tiene ojos para ver –mientras que los occidentales sólo tienen orejas ‎para oír mentiras– estuvo presente, junto a la delegación rusa, en la cumbre de la Organización de ‎Cooperación de Shanghai (OCS), realizada en Samarcanda. ‎

En tiempos de Boris Yeltsin se creó una estructura de contacto entre Rusia y China. El jefe del ‎gobierno ruso de la época, Yevgueni Primakov, reconoció fronteras estables con Pekín. En 1996, ‎aquel grupo de contacto se convirtió en un foro internacional con los Estados del Asia Central ‎‎(Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán) y después, justo antes de los atentados del 11 de ‎septiembre de 2001, se transformó en la actual OCS. China y Rusia ya habían entendido que los ‎anglosajones estaban fomentando desórdenes en Asia Central. En respuesta, ambos países ‎elaboraron juntos programas contra el terrorismo y contra el separatismo. Los acontecimientos ‎posteriores confirmaron ampliamente que tenían razón. ‎



La OCS creció rápidamente. La India, Pakistán e Irán se han unido a esa organización, Bielorrusia ‎se prepara para hacerlo, Afganistán y Mongolia ya tienen estatus de observadores y otros ‎‎14 Estados son socios. La OCS tiene características muy diferentes de las organizaciones ‎occidentales. De cierta manera podemos ver en ella la prolongación de los principios de ‎Bandung: respeto por la soberanía de los Estados, no injerencia en los asuntos internos de los ‎Estados y cooperación. ‎

La OCS tranquiliza y une. Actualmente representa una cuarta parte de la población mundial –‎incluso dos tercios si contamos los Estados observadores– y no pierde tiempo en elucubraciones ‎fantasiosas basadas en victorias ficticias. ‎

Thierry Meyssan

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