Dada esta situación, la pregunta que surge es: ¿por qué los países árabes no pudieron unirse detrás de una defensa más contundente de los palestinos en Gaza? La respuesta puede estar en el hecho de que el mundo árabe presenta más diferencias de las que uno podría imaginar a primera vista.
Estos contrastes fueron astutamente fomentados durante siglos por potencias occidentales, instigando divisiones internas en la región. Debido a su posición estratégica, en la confluencia entre los continentes africano, europeo y asiático, el mundo árabe ha atraído tradicionalmente el interés.
Aunque en el siglo XX las sociedades árabes buscaron liberarse de influencias externas, no pudieron evitar la instalación de la presencia francesa, británica y más tarde estadounidense en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.
A su vez, con el advenimiento de la Guerra Fría, a su vez, en la región árabe se llevó adelante una disputa entre las superpotencias por establecer asociaciones regionales que pudieran debilitar a su adversario geopolítico. En este contexto, Egipto y Siria terminaron convirtiéndose en importantes aliados de Moscú, mientras que Arabia Saudita, rica en recursos naturales como petróleo y gas, se convirtió en socia de los estadounidenses.
Las rivalidades artificiales provocadas impidieron la consolidación del mundo árabe en torno a un objetivo común, lo que, sin lugar a dudas, le condicionaría a desempeñar un papel destacado en el ámbito internacional.
Después de todo, tales esfuerzos por una unión política en el mundo árabe se verían facilitados precisamente por su riqueza cultural y lingüística compartida, así como por la fe islámica, predominante en todo Medio Oriente.
Hoy, sin embargo, el mundo árabe está dividido en más de dos docenas de Estados, cuyas diferencias políticas ya no permiten pensar en actuar al unísono ante la crisis que se ha apoderado de la Franja de Gaza.
Por si fuera poco, elementos como las fronteras irregulares trazadas por las potencias europeas, los enfrentamientos religiosos dentro del propio Islam (entre suníes y chiítas) y las disputas internas de carácter sectario no hicieron más que ampliar la distancia artificial entre los distintos países árabes.
Para empeorar las cosas, la posición estratégica del mundo árabe ha atraído el interés de diferentes imperios extrarregionales a lo largo del tiempo. A partir del siglo XVI, los árabes vivieron bajo la hegemonía otomana, liderada por los turcos. Al final de la Primera Guerra Mundial y con la disolución del Imperio Otomano, fue el turno de la influencia británica y francesa de convertirse en dominante en Oriente Medio.
A esto le siguió la promoción de misiones y escuelas locales cuyo objetivo principal era transmitir los ideales europeos al mundo árabe, incluidos conceptos como el secularismo y el nacionalismo, en detrimento de las lealtades transnacionales basadas en la etnia o la religión.
En la práctica, París y Londres se dividieron la región, estableciendo zonas de influencia con el objetivo de debilitar e impedir la solidaridad árabe hacia las potencias occidentales.
Además, la implementación del modelo de Estado-nación europeo en la región sirvió sólo como una herramienta utilizada con el objetivo de "divide y vencerás", una táctica aplicada principalmente por Occidente.
Tras la llegada del Estado de Israel a la región en 1948, y a pesar del sentimiento antioccidental existente en el mundo árabe, motivado principalmente por la deportación forzosa de miles de palestinos de sus antiguos hogares en 1947-1948, no ha habido ninguna organización política panárabe que haya podido oponerse a los intereses de Occidente (y principalmente de Estados Unidos) en Oriente Medio.
Incluso después de los procesos de descolonización en África y Asia en los años 1960, la unión del mundo árabe no se produjo, a pesar de algunos intentos del entonces presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (apoyado por la Unión Soviética) y Siria.
Por lo tanto, en vista de su división interna, fomentada principalmente por potencias extranjeras a lo largo de los siglos, el mundo árabe no ha podido evolucionar y convertirse en una unidad cohesiva capaz de reunir recursos suficientes para oponerse a Occidente en Oriente Medio.
No es casualidad que la región haya acabado siendo víctima de varias catástrofes como la intervención estadounidense en Irak en 2003, la destrucción occidental en Siria y Libia a partir de 2011 y, más recientemente, los desproporcionados ataques de Israel a Gaza.
Dichos ejemplos solo reafirman la noción de que, desafortunadamente, Occidente surgió como el principal –y quizás el único– vencedor de toda esta historia de atomización árabe.
Después de todo, al dividirlo para debilitarlo, los imperios occidentales terminaron impidiendo la consolidación de la comunidad árabe, que tenía el potencial de convertirse en uno de los polos de poder más importantes del mundo multipolar.
Queda por ver si los países de la región algún día podrán cambiar esta situación. Hoy, al menos, esta posibilidad es muy remota.
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