¿Será que las políticas estadounidenses las hace un cártel político? Quizá el presidente no sea más que un testaferro; el show mediático cambia, pero las metas de largo plazo—escogidas por el CFR—son siempre las mismas. En ese caso, las políticas de Trump en Oriente Medio parecerán distintas a las de Obama, pero darán frutos parecidos.
Mencionamos en la Parte 3 que en el gobierno de Trump todo camina de acuerdo a las predicciones que hicimos en la Parte 1: pese al contenido contrario de sus discursos, Trump apoya el yihadismo, fortalece a Irán, y socava la seguridad israelí. Pero no tenemos bola de cristal; entonces, ¿cómo hacemos para predecir?
Tratamos de ver, primero, si recorriendo la historia de gobiernos anteriores en EEUU podemos ver algún patrón estable en sus políticas. Esto nos permite inferir, como hipótesis, una intención. Al hacer este ejercicio, vemos una—muy estable—tradición pro yihadista y anti israelí (Parte 2). Luego, tratamos de estimar la probabilidad de que un nuevo presidente pueda cambiar esta tradición, para lo cual estudiamos la estructura del sistema de creación de políticas. En lo que sigue, resumimos aquella estructura.
Los think tanks en el centro del sistema
Entre menos numerosos sean quienes integran un sistema de creación de políticas, y entre menos diverso su origen, más factible es organizarse alrededor de intereses comunes y más fácil conservar y custodiar una línea que los proteja.
Según los académicos que estudian dicho sistema en EEUU, éste es minúsculo. A lo sumo, hay 4000 personas bien conectadas en las posiciones institucionales clave que determinan las políticas públicas. Y esta cifra, por magra que parezca, la presenta el politólogo Thomas Dye como correctivo a las cifras todavía más bajas de otros politólogos.[0]
Los amos de este sistema, un grupo todavía más pequeño, son aquellos que “controlan la riqueza corporativa y personal,” pues, como explica Thomas Dye, “los recursos iniciales para investigación, estudio, planeación, y formulación de políticas públicas derivan de la riqueza corporativa y personal.” El sistema entra en marcha cuando “esa riqueza se canaliza a fundaciones, universidades, y grupos de planeación de políticas.”[1] A los últimos comúnmente los llaman think tanks.
Los think tanks son organizaciones privadas donde juntan cabezas líderes industriales, académicos (bien escogidos por aquellos industriales), anteriores altos funcionarios, y otros todavía en funciones. En los mismos think tanks son incubados, también, los altos funcionarios del siguiente gobierno, quienes, luego de ser nombrados, regresarán a sus ‘almas mater,’ a los mismos think tanks, para cosechar recomendaciones.
Muchos consideran que el Council on Foreign Relations (CFR – Consejo de Relaciones Exteriores) de Nueva York es el think tank más influyente. En 1970, William Domhoff, un importante sociólogo político, escribió lo siguiente:
“Douglass Cater, un periodista de Exeter y Harvard que sirvió en el staff del Presidente Lyndon B. Johnson, señaló que ‘algún estudioso debiera esmerarse en examinar el papel puramente no oficial del Council on Foreign Relations en el cuidado y crianza de un incipiente Establishment estadounidense.’ …Sobre la cuestión clave del involucramiento gubernamental… John J. McCloy, director del CFR y funcionario que ocupó una variedad de cargos en los tempranos 1940, fue directo al grano: ‘Cada vez que necesitábamos a alguien,’ dijo McCloy, queriendo explicar la presencia de miembros del CFR en el establishment de defensa que peleó la Segunda Guerra Mundial, ‘hojeábamos la lista de miembros del consejo y telefoneábamos a Nueva York.’ ”[2]
Estas opiniones son bastante comunes:
“El politólogo Lester Milbraith observa que la influencia del CFR por todo el gobierno es tan penetrante que se vuelve difícil distinguir los programas del CFR de los del gobierno: ‘El Council on Foreign Relations, si bien no es financiado por el gobierno, trabaja tan de cerca con él que es difícil saber cuáles acciones del consejo fueron estimuladas por el gobierno y cuáles son independientes.’ ”[3]
Para una fusión tan completa entre gobierno y CFR, la relación debe poder sobrevivir la alternancia en el poder, por lo cual no sorprende que el CFR, como es el caso de otros think tanks importantes, es ‘ecuménico’: reúne funcionarios ‘demócratas’ y ‘republicanos’ que de manera conjunta producen políticas públicas para gobiernos tanto demócratas como republicanos.
¿Esto que implica?
En un mercado de bienes comunes con pocos oferentes se descubre a veces que, tras bambalinas, ellos se coluden a manera de monopolio. En ese caso se dice que hay un cártel. En el mercado político estadounidense hay solo dos oferentes que importan: el partido republicano y el partido demócrata; estos, como vemos arriba, parecen integrarse de forma íntima en el sistema de creación de políticas. Sobre esta evidencia, y tomando en cuenta que “las juntas del CFR son secretas [y] los comentarios de los funcionarios gubernamentales que hablan en juntas del CFR se mantienen confidenciales,”[4] podemos proponer la hipótesis de que en EEUU gobierna un cártel político.
La hipótesis de un cártel bipartidista en EEUU pudiera explicar por qué ciertas políticas exteriores (y otras políticas públicas) se orientan sobre un curso consistente a pesar de la alternancia en el poder de los dos principales partidos, como es el caso de la tradición pro yihadista y antiisraelí (Parte 2).
“Las tres grandes” fundaciones
Decimos que al ojo del amo engorda la vaca. Los señores del dinero, amos del sistema, jamás lo olvidan.
“los presidentes y directores corporativos, y los principales adinerados, tienen asientos, también, en los consejos directivos de las fundaciones, universidades, y grupos de planeación de políticas [think tanks] para supervisar el gasto de sus fondos.”[5]
Esos fondos se vierten a través de las fundaciones, mismas que “aportan capital semilla para identificar problemas sociales, determinar prioridades nacionales, e investigar nuevas direcciones para las políticas de Estado.”[6]
No puede exagerarse la importancia de estas fundaciones, pues “proveen vínculos esenciales entre la clase adinerada y la comunidad intelectual” y se articulan con las corporaciones y las agencias gubernamentales. Como señala Dye, las políticas públicas se justifican en base a investigaciones académicas, y “en general, los académicos responden a la dirección de las fundaciones, corporaciones, y agencias gubernamentales que respaldan los costes de investigación.”[7]
Pero las fundaciones no son todas iguales.
La Fundación Bill y Melinda Gates, por ejemplo, aunque sea “la más grande en términos de activos,” se dedica a “terminar con la pobreza mundial, erradicar la malaria, eliminar la polio, etc.” y tiene un enfoque global, lo cual “tiende a disipar la influencia de [esta] Fundación en políticas públicas.” ¿Quiénes sí determinan las políticas públicas? “Históricamente, las fundaciones más grandes y poderosas,” dice Dye, “establecidas por las principales familias a nivel nacional—Ford, Rockefeller, Carnegie [y algunas otras]…—.”[8]
En nuestra investigación sobre el muy influyente Council on Foreign Relations, establecemos que fue creado por las redes industriales de Carnegie y Rockefeller, y financiado luego por las fundaciones que llevan esos nombres y también la Fundación Ford:
Altos funcionarios de estas tres redes industriales rutinariamente se involucran en la dirección del CFR. Pero no se limitan a eso; se involucran también en el financiamiento y dirección de muchos otros gruposinfluyentes, como documenta el politólogo Donald Abelson en su estudio erudito sobre los think tanks.[10]
Entonces, si mis ojos malpensados no me engañan, estoy viendo un cártel gobernante, bipartidista, centrado en las redes de Carnegie, Ford, y Rockefeller.
En dicho caso tiene abolengo. Estas tres fundaciones ya concentraban tanto poder en los lejanos 1950 que ardió entonces una gran controversia en el Congreso estadounidense, abanicada por una investigación a cargo del Comité Cox y luego otra del Comité Reece.
Como testimonia el trabajo de Rene Wormser (1958), la queja de los indispuestos congresistas era que estas tres fundaciones, manejando capitales casi inimaginables, injerían en “la promoción de fines políticos… disfrazados de actividad filantrópica o educativa.” El Comité Reece afirmó que había una “ ‘red o cartel’ en las ciencias sociales” (sus palabras) dominado por “las tres grandes” fundaciones: Carnegie, Ford, y Rockefeller. Al abarcar casi todo el financiamiento para investigación, “las tres grandes” habían socavado el mercado libre en la producción de conocimiento social. Con ello, dominaban las políticas públicas.[11]
La cosa nunca mejoró. Fuera de documentar y señalar el cártel que ya existía, explica Wormser, el Comité Reece de los 1950 no logró nada, pues “hubo una oposición poderosa a cualquier investigación de estas fundaciones multimillonarias.” De hecho, “La investigación Reece se vio frustrada desde su inicio hasta su pronta conclusión—apresurada, ésta última, por el periódico más importante del país,” el New York Times—.[12]
La integración al cártel de los grandes medios
Me cautiva el último detalle. ¿Por qué habría el New York Times de proteger a “las tres grandes”? Una investigación del historiador Christopher Simpson brinda el contexto para ensayar una respuesta.
Resulta que, tan pronto fue creada en 1947, la CIA montó un sistema entero en los 1950s para educar a los profesionales de medios, creando en las principales universidades—en un abrir y cerrar de ojos—nuevos departamentos e institutos poblados por grandes expertos en manipulación de masas: los genios de la guerra psicológica estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Para ocultar su papel, la CIA lavaba sus gastos a través de “las tres grandes” fundaciones. Lo repasamos aquí:
HIR resume la investigación de Simpson sobre la creación de ‘communication research.’[13]
La investigación profunda que en ese preciso momento histórico pedían a voces los comités Cox y Reece habría pillado a “las tres grandes” fundaciones coludiéndose con la CIA para corromper el sistema de medios. Ya no luce tan misteriosa la oposición vehemente del New York Times a dicha investigación.
Con base en esta historia podemos adivinar que los administradores de los grandes medios estarán bien integrados en el hipotético cártel gobernante. No asombra, por tanto, que Dye los encuentre en los consejos directivos de “los puntos centrales de coordinación en el proceso de creación de políticas”: los think tanks. En ellos, dice,
“…se reúne gente de la cima de las instituciones corporativas y financieras, universidades, fundaciones, grandes medios, y las firmas legales más poderosas; los principales intelectuales; y las figuras más influyentes del gobierno.”[14]
Esta integración de los directivos de medios a los think tanks es clave, pues sin los directivos de medios no puede canalizarse el debate público para que lo cocinado de antemano en los think tanks parezca producto de la democracia. Así pues, las políticas emergen primero en “algunos grupos de planeación de políticas—notablemente el Council on Foreign Relations… [y algunos otros]—[que] influyen en un amplio rango de políticas de Estado,” y sus recomendaciones
“…son distribuidas luego a los medios de masa, las agencias federales, y al Congreso. Los medios de masa tienen un papel vital en preparar al público para algún cambio de políticas. Los medios definen el ‘problema’ como problema y generan la agenda para la creación de políticas. También generan incentivos para que las personalidades políticas se alineen al otorgar tiempo valioso de difusión a quienes hablen a favor de las nuevas direcciones en las políticas de Estado.”[15]
Para los detalles, se destinan fondos de la nación:
“En una etapa posterior de la creación de políticas, fondos masivos del gobierno se destinarán para llenar los detalles en áreas ya exploradas por los estudios iniciales.”[16]
Pero todo esto, ¿qué implica para un análisis del sistema en EEUU?
La gramática política de Estados Unidos—es decir, la agrupación de reglas (a menudo implícitas) que rigen su discurso público—es ‘democrática.’ En esa gramática se entiende que el pueblo manda, es decir, que hay un mercado libre donde los ciudadanos pueden ‘consumir’ el ‘producto’ político que más les gusta. Por esta razón, si el poder realmente lo tiene un pequeño cártel, éste se verá forzado a producir un mínimo de dos marcas—‘republicano’ y ‘demócrata’—para consumo de la gente, creando así la ilusión de una contienda.
Lo que parece—en sus superficies—una vibrante democracia debe interpretarse, según este análisis, como un gran show elaborado para satisfacer al público. Y se quiere un buen show (cuánto mejor si Trump es corriente y grosero, y se esmera en parecer racista, mientras que Clinton afecta ser la dama ofendida). Empero, un show, no obstante su drama, al final no es más que eso. Entonces, así vaya el voto de un lado, o del otro, será el mismo cártel quien regrese a gobernar.
Los académicos que estudian la política estadounidense casi nunca consideran la hipótesis del cártel político. Cuando sí—como hizo, por ejemplo, el influyente economista político Herschel Grossman—resulta que la existencia de un cártel es obvia (¡?). Pero nadie se alarme: el cártel, según Grossman, al final es ‘democrático.’ (Ese ruido sordo que se oye son las carcajadas amargas de George Orwell, revolcándose en su tumba: La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, el monopolio es mercado.)
Un importante economista político dice que EEUU es gobernado por un cártel político, luego dice que no importa.[17]
Aterrizando: si la hipótesis de un cártel bipartidista es razonable, queda en entredicho el poder del presidente; quizá no sea más que un rehén de la burocracia, un mero testaferro, como en la sátira británica “Yes, Prime Minister!” En dicho caso, aun suponiendo que Trump prometiera de corazón una política exterior distinta en Oriente Medio, su papel se limita a dar la cara. Podrá ser portavoz de un nuevo discurso mas no—toda vez que el cártel no lo autorice—adalid de una nueva política.
Si esta interpretación atina, Trump habrá hecho como sus predecesores, reclutando de entre los principales think tanks a sus altos funcionarios. Y estos, desde luego, harán como siempre. En el siguiente artículo, para poner nuevamente a prueba el modelo de HIR, veremos qué tan cerca está nuestra predicción de la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario