Como recordatorio de tiempos pasados, este 19 de abril aterrizará en La Habana el canciller ruso Serguei Lavrov para iniciar una gira estratégica en la zona de influencia de seguridad nacional de Estados Unidos en América: además de Cuba, estará en Brasil, Venezuela y Nicaragua. Como los hechos históricos --Marx corrigiendo a Hegel-- se repiten primero como tragedia y luego como farsa, en realidad se estaría tratando de una jugada muy audaz del presidente Putin contra Estados Unidos: establecer alianzas políticas con países que de manera ostentosa están en confrontación con la Casa Blanca y sus intereses geopolíticos. No se trata, en realidad, de una repetición de hechos históricos, sino más bien de movimientos en el ajedrez planetario: en octubre de 1962, Estados Unidos y La Habana estuvieron en la orilla de un conflicto nuclear por el establecimiento de misiles ofensivos soviéticos en Cuba. El descubrimiento de las instalaciones fue producto del espionaje aéreo americano a partir de fotografías que mostraban campos de fútbol, un deporte ajeno a Cuba por la prioridad del béisbol, pero de práctica prioritaria por los soviéticos.
Hace 61 años Estados Unidos decretó un bloqueo naval alrededor de la isla cubana para impedir que siguieran llegando barcos con pertrechos necesarios para poner a los misiles en situación de operatividad. El pavor estadounidense tuvo que ver con el hecho de que Cuba estaba solo a 90 millas de distancia de la zona de Florida y sus misiles tenían capacidad inclusive para llegar a distancias mayores que involucraran la zona estratégica de Washington y Nueva York.
Las negociaciones fueron tensas y la guerra pudo evitarse por la negociación de la Casa Blanca con el Kremlin para desmontar los misiles y regresarlos a Moscú, a cambio de la decisión estadounidense de no volver a invadir Cuba para obligarlo a cambiar de régimen político por la vía militar. Algunas versiones señalan el enojo en grado de furia del comandante Fidel Castro por las negociaciones de Kruschev y Kennedy sin la presencia ni los intereses directos de La Habana, y que en medio de tensiones Castro estaba dispuesto al lanzamiento de misiles ofensivos contra territorio estadounidense.
Y si bien Estados Unidos no tomó desde entonces ninguna decisión para derrocar al régimen comunista de Castro, sí ha desarrollado hasta la fecha una estrategia de espionaje, de desestabilización económica y política, de muchos intentos de asesinato de Fidel Castro y de un embargo económico de productos estadounidenses, aunque con la libertad cubana para comercializar con cualquier otro país del mundo.
Cuba fue una posición estratégica en el juego de tensiones nucleares entre las dos grandes potencias, pero solo por su posición territorial. Kennedy aceptó el desmantelamiento de bases de misiles en Turquía a cambio del cierre de los misiles en Cuba.
La reforma conservadora de Gorbachov desactivó el interés de Moscú sobre Cuba a partir de 1985 y disminuyó el envío de rublos que contribuían a la expansión revolucionaria cubana hacia África, América Latina y el Caribe, pero con percepciones claras de que la exportación de la violencia política ya no podía provocar relevos de gobiernos ni garantizaba la sobrevivencia del modelo comunista fuera de La Habana.
Castro encontró financiamiento revolucionario en Libia, Irak y de manera sustancial en el petróleo venezolano que le regalabas el comandante Hugo Chávez. Y si bien Cuba quedó más que todo como un ejemplo ideológico que nunca tuvo capacidad de transformarse en régimen de gobierno o en bienestar popular, la expansión revolucionaria fracasó en Bolivia y El Salvador y apenas tuvo sobrevivencia simbólica en Nicaragua, pero a partir de que la revolución sandinista nunca se planteó el modelo marxista-leninista y se ahogó en una propuesta más bien nacionalista.
La América Latina roja que soñaron los soviéticos y Castro perdió su impulso socialista hacia finales del siglo pasado, aunque encontró una desviación funcionalista en regímenes más bien populistas difíciles de caracterizar en las ciencias sociales, pero que se acercarían a socialdemocracias de economía mixta y programas de subsidios directos a la pobreza.
En este sentido, la América Latina roja ha quedado en el último cuarto de siglo en una ola rosa, buscando un color que se acercara más o menos al rojo comunista. Brasil, Venezuela y Nicaragua son países de regímenes de democracia procedimental con control estatista, pero sin lucha de clases ni desaparición de la burguesía, aunque los tres mantienen lenguajes que abrevan en lo más rancio del pensamiento marxista.
Cuba es, en términos de caracterización geopolítica, un país no viable: ya no representa un simbolismo revolucionario, su nivel de pobreza es absoluta, su marxismo-leninismo comienza a coquetear con el modelo chino de comunismo-capitalista, la ausencia física de Fidel Castro le hizo perder más de la mitad de su influencia mundial y ningún país de América Latina o el Caribe está pensando en avanzar por la vía cubana al comunismo.
De todos modos, el poco espacio ideológico que sigue manteniendo La Habana más hacia el exterior que hacia el interior y la ausencia de alguna internacional comunista iberoamericana están preocupando a los halcones de la Casa Blanca y de ahí la inquietud de la alianza más geopolítica que militar de Rusia con países populistas de América Latina y el Caribe.
Pero para la derecha estadounidense, los rusos se están reinstalando a 90 millas del territorio americano.
El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.
Hace 61 años Estados Unidos decretó un bloqueo naval alrededor de la isla cubana para impedir que siguieran llegando barcos con pertrechos necesarios para poner a los misiles en situación de operatividad. El pavor estadounidense tuvo que ver con el hecho de que Cuba estaba solo a 90 millas de distancia de la zona de Florida y sus misiles tenían capacidad inclusive para llegar a distancias mayores que involucraran la zona estratégica de Washington y Nueva York.
Las negociaciones fueron tensas y la guerra pudo evitarse por la negociación de la Casa Blanca con el Kremlin para desmontar los misiles y regresarlos a Moscú, a cambio de la decisión estadounidense de no volver a invadir Cuba para obligarlo a cambiar de régimen político por la vía militar. Algunas versiones señalan el enojo en grado de furia del comandante Fidel Castro por las negociaciones de Kruschev y Kennedy sin la presencia ni los intereses directos de La Habana, y que en medio de tensiones Castro estaba dispuesto al lanzamiento de misiles ofensivos contra territorio estadounidense.
Y si bien Estados Unidos no tomó desde entonces ninguna decisión para derrocar al régimen comunista de Castro, sí ha desarrollado hasta la fecha una estrategia de espionaje, de desestabilización económica y política, de muchos intentos de asesinato de Fidel Castro y de un embargo económico de productos estadounidenses, aunque con la libertad cubana para comercializar con cualquier otro país del mundo.
Cuba fue una posición estratégica en el juego de tensiones nucleares entre las dos grandes potencias, pero solo por su posición territorial. Kennedy aceptó el desmantelamiento de bases de misiles en Turquía a cambio del cierre de los misiles en Cuba.
La reforma conservadora de Gorbachov desactivó el interés de Moscú sobre Cuba a partir de 1985 y disminuyó el envío de rublos que contribuían a la expansión revolucionaria cubana hacia África, América Latina y el Caribe, pero con percepciones claras de que la exportación de la violencia política ya no podía provocar relevos de gobiernos ni garantizaba la sobrevivencia del modelo comunista fuera de La Habana.
Castro encontró financiamiento revolucionario en Libia, Irak y de manera sustancial en el petróleo venezolano que le regalabas el comandante Hugo Chávez. Y si bien Cuba quedó más que todo como un ejemplo ideológico que nunca tuvo capacidad de transformarse en régimen de gobierno o en bienestar popular, la expansión revolucionaria fracasó en Bolivia y El Salvador y apenas tuvo sobrevivencia simbólica en Nicaragua, pero a partir de que la revolución sandinista nunca se planteó el modelo marxista-leninista y se ahogó en una propuesta más bien nacionalista.
La América Latina roja que soñaron los soviéticos y Castro perdió su impulso socialista hacia finales del siglo pasado, aunque encontró una desviación funcionalista en regímenes más bien populistas difíciles de caracterizar en las ciencias sociales, pero que se acercarían a socialdemocracias de economía mixta y programas de subsidios directos a la pobreza.
En este sentido, la América Latina roja ha quedado en el último cuarto de siglo en una ola rosa, buscando un color que se acercara más o menos al rojo comunista. Brasil, Venezuela y Nicaragua son países de regímenes de democracia procedimental con control estatista, pero sin lucha de clases ni desaparición de la burguesía, aunque los tres mantienen lenguajes que abrevan en lo más rancio del pensamiento marxista.
Cuba es, en términos de caracterización geopolítica, un país no viable: ya no representa un simbolismo revolucionario, su nivel de pobreza es absoluta, su marxismo-leninismo comienza a coquetear con el modelo chino de comunismo-capitalista, la ausencia física de Fidel Castro le hizo perder más de la mitad de su influencia mundial y ningún país de América Latina o el Caribe está pensando en avanzar por la vía cubana al comunismo.
De todos modos, el poco espacio ideológico que sigue manteniendo La Habana más hacia el exterior que hacia el interior y la ausencia de alguna internacional comunista iberoamericana están preocupando a los halcones de la Casa Blanca y de ahí la inquietud de la alianza más geopolítica que militar de Rusia con países populistas de América Latina y el Caribe.
Pero para la derecha estadounidense, los rusos se están reinstalando a 90 millas del territorio americano.
El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.
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