Aunque los genes determinan en gran medida el aspecto físico y hasta mental de cada individuo, y sabiendo que los genes se heredan de los padres, no por eso mi hijo soy yo. Y aunque yo fuera un gran dotado; tuviera un cuerpo atlético, una inteligencia como la de Eistein, o un rostro de galán de cine, no por eso mi hijo estará orgulloso de mi por darle esa herencia, ni por eso mi hijo va ser mejor, aunque claro que sus posibilidades de triunfar en la vida aumentan. Pero eso no es lo que determina quien es mi hijo, por que lo que determina la personalidad de una persona no es solo la herencia genética, mas que otra cosa, lo que lo determina es su alma, su espíritu; ese es espíritu que Dios le dio, la herencia de papa celestial.
Mi hijo es un reflejo de Dios; Por que de Dios vino su vida y su espíritu. Y aunque mis genes moldearon su físico, su ser es una chispa divina, matizada por mi herencia genética; por eso, no es mi pertenencia, ni soy yo; el es un ser de Dios puesto a mi cuidado
Por eso, aunque yo quisiera que mi hijo fuera como yo, no puede ser así, por que mi hijo será lo que Dios y el quiere que sea.
Y como soy una persona común y corriente (mas corriente que común), como el 99 % de la población, pues no le heredare a mi hijo nada especial, por que ni siquiera soy un miembro de esa élite privilegiada que ha nacido con cualidades físicas sobresalientes, o con una gran riqueza material que heredar. Por eso mi hijo no tendrá nada de que enorgullecerse de lo que le herede; Pero de lo que si estará orgulloso es de lo que sale de mi espíritu: Del amor, cariño y protección que le doy, y del temor de Dios que le inculque (temor, no miedo), y esa es la herencia que le quiero dejar, y lo demás será lo que Dios y el quiera ser.
Esa es la manera de trascender a esta vida; por que la grandeza viene dentro de la envoltura, no es la envoltura misma.
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