Powell y la Administración presidencial de George W. Bush fueron los principales responsables del espectáculo que llevó a Estados Unidos a invadir el Irak de Sadam Husein en 2003. En aquel momento, Washington estaba dirigido por los llamados 'neoconservadores', cuyos principios implicaban un flagrante desprecio por los valores culturales y políticos de los pueblos no occidentales y el deseo de 'exportar' la democracia a todo el mundo mediante la fuerza.
Hay que recordar que Bush, tras los atentados terroristas contra las Torres Gemelas en 2001, ya había iniciado su infame 'guerra contra el terror', que se convirtió en una cuasi guerra contra el propio islam como forma de vida. Desde su posición de policía del mundo, Estados Unidos usó y abusó de su poder militar para interferir en varias regiones al mismo tiempo, con el pretexto de luchar contra el terrorismo internacional y proteger al 'mundo libre' de la amenaza de Osama bin Laden.
Con respecto a países como Afganistán, Irán, Irak e incluso Corea del Norte, la administración Bush optó por negar la legitimidad de sus gobiernos, llamándolos peyorativamente 'el eje del mal', lo que en la práctica significaba una licencia para la injerencia estadounidense en sus asuntos internos.
Sin embargo, sea cual sea el modelo económico o social de un determinado gobierno o régimen, la práctica internacional de Westfalia establecía que la intervención extranjera no es justificable, aunque el Estado interventor declare intenciones benéficas.
Ahora bien, a principios de 2003, Estados Unidos se enfrentaba a bastante renuencia en conseguir la aprobación internacional para su deseada intervención en Irak, especialmente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU). Washington no estaba dispuesto a reconocer los límites legales para defender sus intereses nacionales y, sobre todo, geopolíticos en Oriente Medio. Y para defender estos intereses, no hubo nada más apropiado que el uso de la fuerza.
En 2003, ni siquiera aliados como Francia y Alemania podían estar de acuerdo con semejante iniciativa estadounidense para desestabilizar Irak y toda una región, previendo la catástrofe que supondría una invasión militar estadounidense. Esperar ese consentimiento de países como China y Rusia era aún más ilusorio. En cuanto a los debates en el CSNU, predominó la falta de consenso sobre si el régimen de Sadam Husein era realmente peligroso o no, dado que Irak ya se había deshecho de sus armas químicas de forma demostrable en la década de 1990.
Se reconocía, por tanto, que la mayoría de las grandes potencias del momento tenían un interés común en evitar una confrontación regional innecesaria y prolongada en Oriente Medio, con la excepción de los Estados Unidos de Bush. Era bien sabido que un estado de guerra entre los estadounidenses y el Ejército de Sadam Husein tendría consecuencias devastadoras no solo para Irak, sino también para sus vecinos, afectando a las cadenas de suministro y provocando una crisis humanitaria sin precedentes en la región.
A falta de consenso en el seno del Consejo de Seguridad, Estados Unidos optó por cometer un error fatal: actuar como una potencia incontrolable, capaz de crear sus propias reglas, sin necesidad de complacer ni a sus adversarios ni a sus aliados. Colin Powell, como Secretario de Estado, contribuyó precisamente a la realización de este plan, en el que Washington no tendría ninguna obligación de justificarse ante nadie, fueran cuales fueran sus verdaderas intenciones.
Las consideraciones sobre la moralidad de sus acciones no eran relevantes para la Casa Blanca, que se vio en la tesitura de tener que implementar sus objetivos mediante la fuerza y sin tener en cuenta la opinión de la comunidad internacional.
Estados Unidos, que había ayudado al mismo Sadam Husein durante la década de 1980 en el contexto de la guerra entre Irak e Irán, estaba ahora decidido a derrocar al dirigente árabe a toda costa, arrogándose el papel de justiciero mundial, por encima del bien y del mal. El egoísmo nacional desplegado por Bush y sus agregados políticos, como Colin Powell, procedía del 'excepcionalismo' estadounidense y de un desprecio absoluto por las normas del derecho internacional y de las Naciones Unidas. La intención era utilizar la fuerza de forma ilimitada en busca del derrocamiento de un régimen que Estados Unidos ya no consideraba útil, todo ello a costa de miles de vidas inocentes.
En el plano económico, el frenesí de la llamada 'guerra contra el terror' fue una oportunidad excelente para el Complejo Militar Industrial estadounidense, cuyas guerras permanentes, o 'guerras eternas', resultaron muy beneficiosas para la economía del país y para gran parte de su élite política. Finalmente, en febrero de 2003, poco antes de la invasión de Irak, el CSNU se convirtió en el escenario de uno de los mayores escándalos políticos de la historia.
Y este escándalo fue protagonizado nada menos que por Colin Powell, quien llevó a las Naciones Unidas un frasco que supuestamente contenía ántrax, un reactivo químico altamente peligroso para el cuerpo humano, argumentando que Sadam Hussein estaba produciendo armas químicas en secreto.
La actuación de Powell no logró convencer a los demás miembros del Consejo de Seguridad, que abogaban por una solución diplomática y no militar para hacer frente al régimen de Sadam Husein y a sus presuntos vínculos con el grupo terrorista Al Qaeda (prohibido en Rusia).
Sin embargo, Colin Powell y George W. Bush estaban decididos a imponer a la fuerza una intervención estadounidense en Irak, aunque acabaran desacreditados por la comunidad internacional.
Tras la invasión, no obstante, no fueron encontradas las armas químicas, se perdieron cientos de miles de vidas y Estados Unidos rompió para siempre la fe en las normas del derecho internacional. Todo ello tuvo lugar con el consentimiento y la participación activa de Colin Powell, el fatídico Secretario de Estado de Bush, el hombre que engañó al mundo.
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