En México llovieron inversiones para producir automóviles durante la década pasada, al punto de promediar 3 mil 500 millones de dólares anuales, pero la fiesta terminó hace cinco años con la planta de BMW. Fue la última anunciada. ¿Qué pasó?
La exitosa campaña política de Donald Trump amenazó desde 2016 el sistema de producción que conecta a México con Estados Unidos, al punto de que su influencia motivó la cancelación de la construcción de una nueva planta de Ford en San Luis Potosí en 2017, cuando el presidente estadounidense tomó el poder.
Pero paralelamente comenzó otra era. La generación millennial basada en el servicio de empresas como Uber, redujo mundialmente su interés por la compra de vehículos. En Estados Unidos la búsqueda de la simplicidad que trajo la innovación creció, abriendo espacio a la energía renovable y a productos como los vehículos eléctricos y autónomos.
Desde entonces, las empresas tradicionales vendedoras de automóviles comenzaron a perder valor: en cinco años contados hasta ahora, las acciones de Ford Motor Company cayeron 66 por ciento; en GM habían podido soportar el peso de la competencia global por innovar, pero finalmente, sus acciones sucumben ante el impacto del bicho y ahora están 32 por ciento debajo de su precio de 2015, de acuerdo con datos de Bloomberg.
Mientras tanto, Tesla gana valor incluso en estos días y sus papeles están 242 por ciento más caros que hace cinco años.
Cada era tiene sus propios genios y al mundo atacado por un bicharraco le tocó la visibilidad de Elon Musk, el creador de los automóviles Tesla que también es responsable del diseño de cohetes espaciales que pueden salir de la atmósfera terrestre y regresar después de dejar en el exterior su carga.
Eso permite a su empresa SpaceX usarlos de nuevo en lugar de reemplazarlos, ahorra dinero y ofrece menores tarifas a quienes solicitan lanzamientos de satélites.
Este sábado, el sudafricano Musk perdió la paciencia. Al parecer se hartó de que sus instalaciones no puedan operar debido a restricciones motivadas por la crisis en California y lanzó este mensaje en Twitter:
“Francamente, ésta es la gota que colma el vaso. Tesla ahora trasladará su sede y futuros programas a Texas / Nevada de inmediato. Si acaso conservamos la actividad de fabricación de Fremont, dependerá de cómo se trate a Tesla en el futuro. Tesla es el último fabricante de automóviles que queda en California”.
Hasta ahora, México parece estar fuera del radar de Musk y probablemente continúe así si persisten los planes de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador que marginan la generación de energía renovable, de la que depende parte del negocio de la empresa con sede en Estados Unidos.
Pero si de algún modo Alfonso Romo, como jefe de la oficina de la Presidencia, o Arturo Herrera, en la Secretaría de Hacienda, pueden hacerle ver al mandatario la conveniencia de atraer manufactura de avanzada como la que representa Tesla, quizás sería posible dar con un plan atractivo que lanzaría un poderoso mensaje al mundo.
López Obrador empuja en el norte del país una zona fronteriza de desarrollo basado en beneficios fiscales, además estrenará el mes que entra un tratado México, Estados Unidos y Canadá hecho a petición de Trump, lo que le resta obstáculos.
Diversos economistas apuntan a las fábricas como la oportunidad más inmediata para dar trabajo urgente a los mexicanos después de la crisis.
Mejor, si se trata de manufactura de alto nivel que basada en la innovación pague bien y no una que solo aproveche el bajo costo de la mano de obra nacional. Urge algo de optimismo, incluso bajo el riesgo de caer en la ingenuidad.
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