El sueño americano, término utilizado por primera vez por un historiador de la época de la Gran Depresión llamado James Truslow Adams, consiste en la movilidad ascendente en la escala socioeconómica y, desde hace décadas, ha sido utilizado para describir la prosperidad del país norteamericano.
Sin embargo, casi 100 años después de que naciera ese término, el periodista y columnista de The New York Times, David Leonhardt, afirma en su nuevo libro Nuestro era el brillante futuro: auge y declive del sueño americano que las cosas han cambiado ya en Estados Unidos.
De acuerdo con el autor, durante el último medio siglo, los ingresos estadounidenses se han estancado y la desigualdad en la repartición de la riqueza ha crecido. Una familia promedio en 2019 tenía un patrimonio neto ligeramente inferior al de una familia en 2001.
"No ha habido un periodo tan largo de estancamiento de la riqueza desde la Gran Depresión", escribe Leonhart.
El autor llama a esto el Gran Estancamiento Americano, que para muchos ha convertido el sueño americano en una idea imposible de imaginar.
El primer libro de Leonhardt es un intento de explicar lo sucedido. Su punto de vista es que el capitalismo democrático (definido como "un sistema en el que el gobierno reconoce su papel crucial en la dirección de la economía") ha dado paso desde los años 70 a un laissez-faire en el que imperan las corporaciones y el cortoplacismo.
En este mundo, escribe, "ya no existe un movimiento de masas centrado en mejorar los resultados económicos de la mayoría de los estadounidenses", ya que los mayores grupos activistas del país, tanto de izquierdas como de derechas, se centran en otros temas, agrega.
Leonhardt explica que Estados Unidos llegó a ese punto debido a los cambios en tres cosas: el poder político, la cultura y la inversión, lo que significa que los estadounidenses medios y trabajadores se han quedado atrás.
El autor también destaca que ahora es un país fundamentalmente más conservador desde el punto de vista social, pues el Partido Demócrata también se ha vuelto demasiado radicalmente progresista en cuestiones sociales como el aborto, la migración y los derechos de algunas minorías. Y debido a ello, han perdido los votos electorales necesarios para impulsar políticas económicas tan necesarias como la inversión pública a largo plazo, así como una fiscalidad más progresiva, además de una reforma sanitaria y educativa que atenúe la creciente desigualdad.
Agrega que, si a lo anterior se le añade una cultura de "la avaricia es buena", basada en el interés propio y unas fuerzas de mercado globales que solo impulsan lo que es bueno para el trimestre, lo que se obtiene es un país en declive.
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