Basta recordar que, en 2011, el presidente Barack Obama se dirigió al Parlamento australiano afirmando que "Estados Unidos ha sido, y siempre será, una nación del Pacífico", lo que sentó las bases del compromiso estadounidense en la vecindad inmediata de China.
En este contexto, la mayor implicación de Estados Unidos con las llamadas democracias asiáticas a través de alianzas bilaterales de seguridad, asociaciones multilaterales, relaciones comerciales, entre otras, solo sirve para abrir espacio a un mayor avance de la presencia militar estadounidense en Asia. Todo ello viene acompañado de una creciente percepción de China como una amenaza regional, e incluso global, para los intereses estadounidenses en todo el mundo.
A pesar de todas las máscaras de bondad y desinterés que la estrategia del pivote asiático intentó ponerse durante la administración Obama, en la práctica contribuyó a solidificar una imagen profundamente negativa de China en la región, aumentando aún más la preocupación de países como la India, Japón, Australia, Filipinas y Tailandia, entre otros, por el aumento del presupuesto militar y la modernización del Ejército chino en los últimos años. Sin embargo, todos estos movimientos en torno a China sólo han servido para despertar definitivamente al gigante asiático.
Al fin y al cabo, como dijo una vez Napoleón Bonaparte: "Dejemos dormir a China, porque cuando despierte, sacudirá el mundo".
En la actualidad, el gigante asiático ha despertado por fin a su potencial económico y militar, y EEUU no está contento con ello, precisamente porque está en peligro su antiguo predominio en la escena internacional.
La postura cada vez más asertiva adoptada por Xi Jinping en Asia, y Eurasia (junto con Rusia) en general, ha creado una especie de dilema de seguridad para Washington y las naciones del Indo-Pacífico. Aprovechando esta circunstancia, en 2017 la Casa Blanca reactivó iniciativas como el QUAD —Diálogo de Seguridad Cuadrilateral—, en el que participan también Japón, la India y Australia, con el objetivo de demostrar fuerza frente a China.
Además, Corea del Sur, otro de los aliados históricos de Washington en Asia, ha tenido su política exterior controlada por la Casa Blanca desde el comienzo de la Guerra Fría, con el fin de alinearla con los intereses estratégicos estadounidenses en la región. Como consecuencia, Seúl tuvo que comprometerse a facilitar su territorio para el estacionamiento de tropas y equipos estadounidenses geográficamente muy cerca de China. En resumen, naciones como Corea del Sur y Japón se han convertido en una especie de cabeza de puente para Estados Unidos en Asia, lo que ha suscitado serias preocupaciones entre los dirigentes de Pekín.
Añádase a esto el hecho de que Estados Unidos, Japón y Corea del Sur están en negociaciones para crear una alianza trilateral de seguridad adicional, una especie de disuasión ampliada, que claramente les pondrá en rumbo de colisión con China en el Asia-Pacífico. Ya hay unos 50.000 soldados estadounidenses estacionados en Japón y más de 30.000 en Corea del Sur, lo que en sí mismo es una señal agresiva para el gobierno de Pekín.
Ahora pensemos: ¿y si fuera al revés? ¿Y si China tuviera 50.000 soldados estacionados en Cuba o 30.000 en México? Sin duda, Estados Unidos no se quedaría de brazos cruzados ante semejante escenario. Sin embargo, la falta de empatía de los estadounidenses con sus —así llamados— adversarios geopolíticos del momento es colosal.
Por si fuera poco, hay más de 100 bases militares estadounidenses en Japón y docenas más en Corea del Sur, totalmente operadas por Washington o en conjunto con los gobiernos locales. También está la cuestión de Taiwán, sin duda el punto más crítico en las relaciones entre EEUU y China, una isla que alberga una gigantesca industria de semiconductores de la que depende toda la logística principal de la guerra moderna.
En cuanto a Taiwán, China ya ha anunciado en varias ocasiones que no tiene intención de renunciar a su soberanía y prerrogativa sobre la isla, otro factor más que pondrá a Pekín en rumbo de colisión con Washington. Esto se debe a que Estados Unidos ya ha demostrado en varias ocasiones su intención de ayudar a Taiwán, en caso de que China adopte alguna medida con respecto a la isla.
En medio de todo esto, la operación especial rusa en Ucrania en defensa de sus intereses de seguridad en Europa del Este ha sido observada muy de cerca por Pekín. La principal lección para China de este conflicto es que, en defensa de sus intereses geopolíticos, Estados Unidos está dispuesto a luchar hasta el último ucraniano (para debilitar a Rusia), pero también, si es necesario, hasta el último habitante de Taiwán, si es para debilitar a China.
Todo el alboroto de Washington, por tanto, sobre el aumento de la capacidad militar china, tanto en fuerzas convencionales como nucleares, sólo sirve para preparar el terreno para el choque que se avecina, que debería tener lugar tan pronto como se decida el conflicto en Ucrania.
Mientras tanto, la coordinación estratégica entre Rusia y China en el continente euroasiático no hace sino aumentar la preocupación de EEUU por mantener su dominio económico y militar en el mundo. Se trata del entorno más duro y desafiante con el que Washington, y por extensión Occidente, ha tenido que lidiar en décadas. Todo ello ha sido provocado por las erráticas políticas de la propia Casa Blanca, que, por considerar únicamente sus propios intereses egoístas, ha acabado ignorando las legítimas preocupaciones en materia de seguridad tanto de los rusos como, especialmente, de los chinos.
Así pues, los últimos movimientos en el tablero geopolítico asiático que hemos presenciado apuntan, sin lugar a dudas, a un conflicto sobre el futuro del mundo. Será mucho más que una batalla en el Pacífico, será una guerra por el mantenimiento de la hegemonía estadounidense en las relaciones internacionales. Esta hegemonía se basa ahora en frenar el ascenso de la superpotencia china.
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