Frente a los esfuerzos desplegados para expulsar a Rusia del espacio sociopolítico europeo, los analistas serios aconsejan no buscar los enemigos allí donde no los hay. Al mismo tiempo advierten del peligro real que emana de la propia sociedad europea, más concretamente de los numerosos musulmanes que han optado por la doctrina del califato. Muchos de ellos simpatizan con la actividad de los radicales del Estado Islámico y miles de islamistas europeos se unen a esta organización extremista.
Irina Zviaguelskaïa del Instituto de Orientalismo de la Academia de Ciencias de Rusia dice:
“Es un tema complicado desde el punto de vista político, social y hasta sicológico. Estos musulmanes europeos estiman que algunas insuficiencias del modelo liberal están dirigidas especialmente contra ellos y buscan una nueva utopía política. Necesitan una ideología que sea de dimensión global, pero simple de entender. Sus espíritus deformados toman la barbarie por heroísmo, el oscurantismo por la iluminación y los éxitos militares del EI por la solvencia de esa organización. El EI es una ideología, es un proyecto atractivo para una parte importante de los musulmanes.
Durante varias décadas las dificultades de carácter socioeconómico y demográfico obligaban a los países de la Unión Europea a legalizar, incluso a favorecer la inmigración proveniente de países musulmanes. La opinión dominante en el continente era que la integración de la comunidad musulmana en la sociedad europea contribuiría al acercamiento entre europeos e inmigrantes. Pero eso no se ha producido. La idea del multiculutralismo propuesta por Bruselas ha fracasado y los europeos han renunciado al “melting pot” del modelo norteamericano: el crisol de razas. Los europeos creían que los inmigrantes compartirían con ellos las ideas de democracia y liberalismo. Pero los principios como libertad individual, el sufragio universal, la igualdad de todos sin diferencia de sexo, de raza o de pertenencia religiosa, han sido utilizados contra ellos mismos.
El resultado es que, como en la época de Karl Marx, un nuevo espectro recorre Europa, aunque ya no sea el espectro del comunismo, sino el del islamismo radical capaz de absorber el continente, en primer lugar culturalmente y después políticamente.
Hay dos aspectos en esta cuestión. Primero, el islam en su forma salafista y wahabita extendida entre los musulmanes europeos proclives al radicalismo es una versión simplificada del islam para los profanos. La popularidad de esas ideas viene del conocimiento superficial que se tiene en Europa de las doctrinas islámicas. Para los europeos, es difícil hacer la distinción entre el islam tradicional y un sucedáneo primitivo destinado a los neófitos incultos. Para eso es necesario ser un especialista, y estos son poco numerosos en Europa.
Segundo, constatamos el declive total de los valores en Europa. Al haber renunciado a su identidad cultural, a su código cultural, los europeos han erigido un sucedáneo de religión del liberalismo y del éxito personal. Pero eso es tan contrario a la esencia humana que las personas buscan alternativas, y a veces las encuentran en el islam radical.
Los expertos ven el meollo del problema en la pérdida de Europa de sus raíces cristianas. Con pocas excepciones, como Polonia e Irlanda, todo el continente es poscristiano. La islamización significa el declive de Europa y el proceso parece irreversible. En ese sentido, la influencia de la Rusia cristiana podría sanar la situación si los europeos no la rechazan en nombre de una coyuntura política.”
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