Las élites globales mantienen un plan para hacer resilientes a 100 ciudades alrededor del orbe; esto es, salvarlas ante cualquier peligro, llámese este un desastre natural, una guerra civil, una guerra nuclear, un atentado o hasta un apocalipsis zombie.
Este plan tiene el objetivo de salvar a una pequeña parte de la población humana para así mantener la supervivencia de la especie; claro, los que se salven serán solo los necesarios para mantener su modo de vida, sus privilegios, osea, el de ellos; es decir, los que sobrevivan de la destrucción serán solo los necesarios para mantener las ciudades, la infraestructura y los sistemas productivos en funcionamiento, para seguir produciendo bienes y servicios pero sin afectar los ecosistemas debido a la sobre explotación.
Pero, por supuesto, todos seremos sólo sus empleados, pues los medios de producción serán todos de ellos, así como las tierras y las aguas. Ese es el fin de las sucesivas crisis económicas y financieras: concentrar toda la riqueza en menos manos, las de ellos; por eso cada vez que hay una crisis financiera, los pequeños bancos son adsorbidos por los grandes, y las pequeñas empresas son absorbidas por los grandes monopolios, los oligopolios.
Esta iniciativa es impulsada por la fundación Rockefeller y las Naciones Unidas
Pero, ¿que es una ciudad resiliente?
Según la Real Academia Española, la resiliencia es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. El programa de ciudades resilientes de UN-Habita define las ciudades resilientes como aquellas que tienen la capacidad de recuperarse rápido de los impactos que sufre el sistema. Esta definición se basa en la concepción de la urbe como un sistema de sistemas, un ente complejo que, a similitud del cuerpo humano, requiere el buen funcionamiento de los distintos órganos para gozar de buena salud.
Todos los asentamientos humanos sufren impactos cada día. Lo habitual en el mundo desarrollado es que sean pequeñas interrupciones en el suministro de agua o electricidad, huelgas que afectan al comercio o al transporte público, averías o los propios trabajos de mantenimiento que generan molestias a los usuarios. Otras veces, la ciudad experimenta crisis y desastres como inundaciones o tormentas que comportan pérdidas económicas y, en el peor de los casos, daños a las personas pudiendo llegar a ser dramáticas cuando se refiere a grandes desastres naturales o a conflictos armados con gran número de personas afectadas.
Las consecuencias de cada crisis dependen de la preparación de la ciudad para hacer frente a determinados impactos esperables y de la manera en que la ciudadanía percibe y reacciona ante ellos. Estos factores son extremadamente variables y dependen de valores tan dispares como el buen funcionamiento de los sistemas o el grado de tolerancia que cada sociedad muestra ante los acontecimientos.
En consecuencia, ciudades de todo el mundo están iniciando su camino para convertirse en resilientes y proteger a sus habitantes, sus bienes y el mantenimiento de la funcionalidad ante las crisis.
Entre las ciudades latinoamericanas resilientes se encuentran Buenos Aires, Panamá, Santiago, Rio de Janeiro, Cali, La Ciudad de México y Quito.
Entre las ciudades latinoamericanas resilientes se encuentran Buenos Aires, Panamá, Santiago, Rio de Janeiro, Cali, La Ciudad de México y Quito.
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