El brote de tensión no tiene precedentes y supera en gravedad a lo ocurrido en 2014 de tal forma que incluso el riesgo de un enfrentamiento militar está ya en la mesa de los analistas. ¿Qué ha ocurrido para llegar a este extremo?
El detonante para activar la crisis internacional se fraguó en una noticia transmitida por la agencia de información estatal de Catar QNA hace tan sólo unos días. La nota afirmaba que el joven emir qatarí, Tamim bin Hamad Al Thani, había criticado la postura de los países del Golfo hacia Irán y hablaba de “tensiones” con Washington. Inmediatamente después, la citada agencia denunció que había sido víctima de un ataque informático y negó la veracidad de la noticia que había publicado.
Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Baréin —todos ellos miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC por sus siglas en inglés)— reaccionaron casi al unísono al reporte de la QNA. Rompieron relaciones con Catar, expulsaron a sus diplomáticos y ordenaron a sus ciudadanos que abandonaran sus respectivos Estados en un plazo máximo de dos semanas. Arabia Saudí también anunció una batería de decisiones muy contundente: cierre de la frontera terrestre con Catar, retirada del permiso de cruzar su espacio aéreo a los aviones cataríes y prohibición a los barcos de esa nación de navegar por sus aguas territoriales.
Eso es un casus belli casi por definición. Casi de libro. A modo de comparación, la Guerra de los Seis, que se produjo hace ahora 50 años, se desencadenó por el cierre por Egipto de los Estrechos de Tirán, lo que cortaba así el acceso de Israel al Mar Rojo desde el Golfo de Aqaba. Pero Israel no es Catar ni Egipto es Arabia Saudí. Ni el mundo es el de entonces en plena Guerra Fría.
En todo caso, las reacciones se han desatado tras este aislamiento coordinado. Una de las primeras fue que cientos de personas se lanzaran frenéticas a comprar en los supermercados de Doha, la capital catarí. Los temerosos ciudadanos que allí residen dejaron vacías muchas estanterías, temiendo que el país caiga en el desabastecimiento de alimentos importados, pues geográficamente Catar es una península unida por tierra sólo con territorio de Arabia Saudí. Las autoridades intentaron que la población recuperara la calma al afirmar que tienen suficientes productos almacenados para un año entero.
La respuesta conjunta de saudíes y compañía empeora de forma dramática y abrupta la disputa sobre el apoyo de Catar a ciertos movimientos integristas islámicos, especialmente a los Hermanos Musulmanes de Egipto, así como su relativa tolerancia hacia Irán, el enemigo jurado de Arabia Saudí.
El rifirrafe es el peor desde la formación del Consejo de Cooperación del Golfo en 1981. De hecho, el asunto es tan serio que algunos comentaristas locales hablan ya de funestos escenarios. Así, el sultán Sooud Al-Qassemi, un reputado comentarista de Emiratos Árabes Unidos y voz autorizada durante la Primavera Árabe iniciada en Túnez en 2010, tuiteaba la siguiente frase en su cuenta personal: “En el peor de los casos (y no lo deseo ni espero que ocurra), esto puede escalar en un enfrentamiento militar”, lo que no significaría necesariamente una guerra convencional, pero sí un estado de máxima alerta increíble entre países cuyos gobernantes son parientes lejanos.
No obstante, es poco probable que se desate un conflicto armado porque Estados Unidos mantiene en Catar una estratégica base aérea, donde están estacionados nada menos que unos 10.000 soldados, la mayor concentración de tropas del Pentágono en Oriente Medio.
El presidente norteamericano ha tomado partido y apoya la decisión de los saudíes, motivado sobre todo por la favorable cuenta de resultados. Donald Trump regresó muy satisfecho de un reciente viaje a Riad con contratos en venta de armas valorados en 100.000 millones de dólares.
Éste no es el primer desencuentro entre Catar y sus vecinos árabes. El primero se remonta a 2002. En 2014 los tres mismos estados del Golfo retiraron sus embajadores de Doha por “interferir en sus asuntos internos y comprometer la seguridad regional”, así como por apoyar a los Hermanos Musulmanes. La propia cumbre de aquel año estuvo en peligro y finalmente Catar dio su brazo a torcer, y cerró la filial de Al Yazira —el canal de noticias de tv— en Egipto, por haber apoyado al Gobierno del presidente Mohamed Morsi, derrocado posteriormente por los militares al mando del general Al Sisi.
¿Por qué los Hermanos Musulmanes representan una amenaza para Riad? Porque defienden una ideología islámica que contradice el wahabismo saudí, origen de los actuales movimientos yihadistas. Por otro lado, los Hermanos Musulmanes también disfrutan de las simpatías de Turquía, otra potencia regional.
La posibilidad de un enfrentamiento en el Golfo preocupa de verdad; de ahí que se haya abierto de inmediato la vía de la mediación, capitaneada por el Gobierno de Kuwait, quien va a intentar suavizar los efectos de un choque que ya ha generado efectos muy negativos en el estado de ánimo de la ciudadanía.
Dadas las circunstancias y el posicionamiento de los actores implicados, las autoridades de Catar se encuentran en un dilema absoluto. O porfían en su desafío y se inclinan a las hostilidades con Arabia Saudí por lo que consideran un ataque a su soberanía nacional, lo que desataría una ola de efectos demoledores para todo el planeta, o se avienen a hacer fuertes concesiones, por ejemplo, modificando su política exterior hacia Irán y Egipto y clausurando Al Jazeera, el canal televisivo tremendamente influyente en el mundo árabe y musulmán. La apuesta suena fuerte.
La única opción parece pasar por la capitulación de los cataríes ante el estrangulamiento económico que puede ocasionarles el cierre de las fronteras terrestres y del espacio aéreo circundante. Pero con sus reservas masivas de gas natural, podrían estar tentados a resistir y pelear…
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