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miércoles, 28 de agosto de 2019

Un G7 que se contenta con poco



Que la cumbre del G7 se considere un éxito por el simple hecho de que Donald Trump no haya protagonizado ningún escándalo, dice poco sobre la utilidad de un club que pretende organizar el mundo dejando fuera a otras potencias sin cuya participación las soluciones a muchos problemas es imposible.

El "marcaje al hombre" al que el anfitrión Emmanuel Macron sometió al presidente norteamericano recordaba el que el italiano Gentile aplicó a Diego Armando Maradona en el mundial del 82. El as argentino acabó con la camisola rota. Trump conservó intacto su traje porque la táctica del mandatario francés se basa en palmadas y largos apretones de manos que ayudan a calmar la tensión tuitera del jefe de la Casa Blanca.

Desde el almuerzo a solas al inicio de la Cumbre, hasta la rueda de prensa en la que aparecieron juntos, Macron desplegó toda su energía diplomática para apaciguar al ogro unilateralista, capaz de hacer naufragar reuniones de este tipo cuando no se le ataca de frente, como hizo el primer ministro canadiense Justin Trudeau, anfitrión del anterior G7 celebrado en Quebec.

Evitar el enfrentamiento y subrayar los puntos de convergencia, ese era el lema macroniano, pensando no solo en el buen funcionamiento del encuentro, sino en su propia imagen interna.

En cualquier caso, nunca la atención mundial se había dirigido con tal interés a la cuenta twitter de Trump, para asegurarse de que no se desdice de lo que dijo en Biarritz. Macron quiso esperar hasta el final de las conversaciones para plasmar en un simple folio unas conclusiones generales que Donald Trump pudiera firmar sin sentirse incómodo. Palabras que, en todo caso, no son acuerdos firmes, por supuesto.

París media entre Washington Y Teherán

Cuando Macron sacó de la chistera al jefe de la diplomacia iraní, Mohamad Yavad Zarif, muchos anti Trump norteamericanos se regocijaban pensando que se trataba de una patada traicionera en el posterior de su odiado presidente. Pero Macron no es tan estúpido como para no haber avisado antes a su interlocutor estrella durante esta cumbre.

Desde el abandono norteamericano del acuerdo antinuclear firmado con Irán, Macron se ha esforzado en rescatar ese pacto. Que Trump se muestre abierto, sin entusiasmo, a encontrarse con el presidente iraní, Hasán Rohaní, puede considerarse un avance, pero la realidad de esa eventualidad parece muy lejana. El presidente norteamericano se veía casi forzado a aprobar las palabras de Macron en el sentido de acercar posiciones entre Washington y Teherán, y en su habitual política de frío y calor, añadía buenas palabras hacia su principal enemigo en el Golfo Pérsico.

China-EEUU: economía y elecciones

Por supuesto, las declaraciones de Trump sobre China y Xi Jinping acapararon titulares. Occidente tiembla antes las medidas aduaneras aplicadas por Estados Unidos a los productos chinos, en una guerra comercial que afecta también a los europeos. Las amenazas precumbre hacia el vino francés no son nada comparadas con lo que pueden suponer las aplicadas a China para la bolsa norteamericana, que no representa precisamente a los votantes más trumpistas.

En todo caso, y viendo cómo se disparan las alarmas de la élite económica nacional, Trump parece querer frenar, también de momento, su furor tarifario con su principal rival asiático. Sus asesores parecen haberle convencido de que para mantener intacta su principal baza para la reelección, la buena marcha de la economía debe calmar su guerra comercial con Pekín.
Bolsonaro, incendio y Mercosur

Con Trump colaborando como un líder más, eso sí, el más importante de la cumbre, el papel de malo de la película le correspondió a un no miembro del selecto grupo, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro. Acusado por Macron de inacción frente a los criminales que incendian la Amazonía, la nueva bestia negra del liberalismo político mundial acaparó más atención en el País Vasco francés que la Canciller Angela Merkel, hasta hace poco la verdadera jefa de Europa.

El fuego brasileño fue la gran excusa del presidente francés para anunciar que no estaba dispuesto a firmar el Acuerdo de Mercosur. Para sus intereses políticos internos y ante unas elecciones municipales vitales para su partido, Macron ha encontrado una buena justificación para oponerse —de momento— a un acuerdo aborrecido en su país por la izquierda, la derecha y los emergentes ecologistas.

Trump no asistió a la reunión específica sobre clima y medio ambiente. Su salida del acuerdo de París de 2015 justificaba su ausencia, pero tampoco se soliviantó cuando Macron abordó el asunto. Eso sí, en el comunicado final —"declaración común"— no aparece una sola línea sobre un problema que todos los líderes, en público, consideran una prioridad internacional.

¿Rusia en el G8 de Florida?

El "affaire" ruso no pudo ser ignorado en el G7 francés. El encuentro entre Emmanuel Macron y Vladímir Putin en Bregançon había abierto la puerta a un posible retorno de Moscú al grupo. En Biarritz no se iba a levantar el "ukase" decretado por Barack Obama, pero Trump dejó en el aire la posibilidad de invitar al presidente ruso a la próxima reunión del G7 que se celebrará en Florida.

En todo caso, Macron anunció que en septiembre se celebrará un encuentro entre los líderes de Rusia, Ucrania, Alemania y Francia para intentar avanzar en los acuerdos de Minsk II. El presidente francés ya lo había anunciado ante Vladímir Putin, días antes.

Ucrania sigue siendo el punto de discordia para normalizar las relaciones de Occidente con Moscú, pero nadie puede esconder ya que, desde París, pasando por Berlín, Roma y otras capitales centroeuropeas, las sanciones comerciales contra Rusia son una tara también para la economía de esos países y representan un freno para la participación necesaria de Rusia en la resolución de los conflictos internacionales que preocupan al planeta.

Macron ha aprovechado su cumbre para ganar puntos en su país; Trump aparece, de momento, como un líder "presentable". Pero no en su país, donde la guerra electoral para las elecciones de 2020 no da tregua. Sus principales enemigos políticos, —la prensa liberal y no tanto los demócratas— denuncian la intención del presidente de celebrar el próximo G7 en su dominio de Mar-a-Lago, lo que para el New York Times supondría un conflicto ético.

Si Donald Trump invita al G7 de Florida a Vladímir Putin, como el hecho de ser anfitrión le permite, las discusiones entre "los grandes" podrían ser más concretas y quizá avanzar más que en palabras. Pero un año es mucho tiempo para poder adelantar acontecimientos internacionales y el próximo G7 tendrá lugar semanas antes de las elecciones que decidirán si Donald Trump renueva su mandato. Como ha hecho Emmanuel Macron, su homólogo norteamericano utilizará esa cumbre en su propio interés político.

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