En primer lugar, cuando se trata de los BRICS, depositar cualquier tipo de confianza en Emmanuel Macron en este momento es bastante arriesgado. Cabe recordar que en la última reunión del G7 celebrada en Japón en mayo, Francia renunció a su avión presidencial para llevar al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, al evento.
La idea era que la presencia de Zelenski allí podría presionar de algún modo a Estados neutrales como Brasil y la India (dos son los miembros de los BRICS que también asistieron a las reuniones) para que se pusieran del lado de Occidente en la crisis ucraniana. Francia, como miembro del grupo G7, también respaldó la declaración final de la cumbre, cuyo tenor era claramente antirruso.
El grupo BRICS, por su parte, se mostró firme en no ceder a las presiones occidentales en su nueva cruzada contra Moscú, instando a la comunidad internacional a crear las condiciones para un acuerdo de paz en Europa del Este. El interés de Macron en participar de alguna manera en la reunión de los BRICS en agosto, por lo tanto, puede reflejar la misma línea adoptada por el canciller alemán, Olaf Scholz, de inducir a países como Brasil, la India y Sudáfrica a colaborar con el esfuerzo bélico de los países occidentales contra Rusia, lo que es un verdadero absurdo en sí mismo.
Pero las diferencias entre los intereses de Francia y los BRICS no acaban ahí. Los países BRICS defienden desde hace tiempo la necesidad de desdolarizar el comercio internacional, es decir, de establecer intercambios bilaterales en sus propias monedas locales. Francia, por su parte, forma parte de la zona euro, la segunda moneda más influyente del sistema en la actualidad. Como uno de los buques insignia del proyecto de integración europea, junto con Alemania, es difícil imaginar que los franceses apoyen iniciativas de comercio internacional que no se basen en monedas tradicionales como el dólar y el euro.
Además, en el plano cultural, Francia es uno de los países centrales de la civilización occidental, cuya filosofía se basa en la creencia de la universalidad de sus valores e ideales. Por lo tanto, los franceses creen que el individualismo liberal y la economía de libre mercado (preferiblemente desregulada) deben ser la base del desarrollo de las naciones sin tener en cuenta las especificidades locales de cada civilización. De hecho, el propio término 'desarrollo' se ha utilizado históricamente para implicar una especie de movimiento hacia los sistemas occidentales de gestión de la economía y el Gobierno, e incluso hacia un estilo de vida similar al de los llamados países "avanzados".
Sin embargo, no existe un único camino hacia el desarrollo, como ya han demostrado Estados como Rusia, la India y China. No obstante, los BRICS también simbolizan una iniciativa política que pretende abogar por unas reglas más justas para el desarrollo mundial, de modo que el poder de decisión en las instituciones decisorias dominadas por Occidente como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) pueda reflejar adecuadamente la creciente importancia de los países emergentes en el sistema.
En este sentido, cualquiera que sea el principio de justicia distributiva del poder internacional adoptado por Francia, es ciertamente diferente del concepto adoptado por los países BRICS. La propia naturaleza de la posición jerárquica de Francia (como miembro del G7 y del Consejo de Seguridad de la ONU) le impulsa a defender el status quo en detrimento de las naciones menos privilegiadas del mundo.
Ahora bien, la 15ª Cumbre de los BRICS en Sudáfrica debería centrarse precisamente en cuestiones de reforma de la gobernanza mundial, tocando puntos como la necesidad de reducir la sobrerrepresentación occidental (y especialmente europea) en instituciones como por ejemplo el Banco Mundial y el FMI. Cabe señalar que hoy en día asistimos a un creciente interés de varios Estados —principalmente del Sur Global— por unirse a los BRICS, entre ellos Argelia, que vivió una complicada experiencia de colonización francesa durante más de un siglo.
Después de todo, ¿cómo verían Argelia y otros países del mundo musulmán (también interesados en unirse al BRICS) la presencia del mandatario francés en la próxima reunión del grupo? Precisamente Francia, que junto con otros países occidentales, ha llevado a cabo una verdadera política de imperialismo cultural en todo el mundo.
Otro factor importante a tener en cuenta es que Francia no es un país que lleve a cabo su política exterior de forma totalmente independiente. Si a mediados de la década de 1960 Charles de Gaulle llegó incluso a retirar las tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte de su territorio por estar en desacuerdo con las políticas de la Alianza, hoy en día Francia es uno de los países que más ha participado en las intervenciones de la OTAN en el norte de África y Oriente Medio.
Un ejemplo de ello fue el calamitoso bombardeo de Libia en 2011 por parte de la Alianza Atlántica, que culminó con la caída del exlíder del país Muamar Gadafi y el colapso de Libia en una condición de caos político y económico que ya dura años. Los países BRICS, por su parte, critican la desastrosa intervención de los países occidentales en los asuntos internos de otros Estados, encubierta por sus discursos pseudohumanitarios. La diferencia, por tanto, entre ambos enfoques es como el agua con el aceite.
Por último, aunque Macron pueda reconocer hasta cierto punto las implicaciones geopolíticas que se esconden tras el fortalecimiento de los BRICS, su compromiso con el grupo tiene como objetivo salvaguardar única y simplemente los intereses de Occidente en el sistema internacional.
Después de todo, Francia como miembro fundador del G7 y como participante activo en la coalición occidental, ahora en abierta confrontación con Rusia, no se ve interesada en establecer siquiera un equilibrio de poder estable en el propio continente en el que se encuentra, y mucho menos en el mundo. ¿Qué confianza merecería Macron en una situación así? La respuesta parece algo obvia.
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