Las discrepancias entre el
judaísmo y el cristianismo han sido una constante a través de los
siglos. Las tormentosas relaciones y múltiples acusaciones llevaron a
distanciar los pensamientos de unos y otros, y la convivencia entre los
dos pueblos hermanos nunca resultó fácil. Siento un profundo respeto y
admiración por el judaísmo, quizás llevada por los sentimientos y por la
interminable diáspora que han mantenido a lo largo de la historia. El Judaísmo
se instauró hace 4000 años y fue la primera religión monoteísta.
Historicamente está considerada la cuna del cristianismo y del Islán. La
diferencia primordial es que el judío espera la llegada del Salvador,
mientras que para el cristiano, Jesucristo ya ha llegado en forma de
hombre, murió en la cruz y resucitó.
Por todos es sabido
la fascinación que provoca uno de los lugares más enigmáticos del mundo y
que se encuentra situado en el interior de la antigua fortaleza de la
Ciudad del Vaticano. La inmensa mayoría de personas que visitan la Capilla Sixtina
no ven más que un lugar sagrado de la cristiandad con una inmensa
bóveda pintada, pero su verdadero significado y simbología está oculto
bajo aquellos muros.
La historia se remonta hace seis siglos cuando Francesco della Rovera, más conocido como el Papa Sixto IV
se encargó de revivir el antiguo esplendor de Roma restaurando
iglesias, museos, bibliotecas, calles e iniciando una colección de arte
que siglos después conformarían el Museo Capitolino (el más antiguo de
Roma).
Pero su proyecto más ambicioso fue la reconstrucción y ampliación de la denominada Capella Palatina, la
capilla papal levantada en la Edad Média. Sixto IV, gran conocedor de
la Biblia y versado en las Sagradas Escrituras, obviando las leyes Talmúdicas mandó construir en la Roma Renacentista una copia en tamaño natural del Sancta Sanctorun, el templo Sagrado de Salomón guiado por los escritos del profeta Samuel en la Biblia. Al templo se le denominó Capella Sistina (Capilla Sixtina) cuyas dimensiones son exactamente iguales al primer Templo Sagrado construido por el Rey Salomón
en el 930 a. d C. En mi reciente visita pude comprobar pero no
fotografiar, porque está prohibido el uso de cámaras en el interior de
la capilla, como en el embaldosado de la Sixtina se ven los denominados
Sellos de Salomón (Estrellas de David). O sea, existen numerosas evidencias de la coexistencia del judaismo en el mayor templo de la Cristiandad.
Para los judíos aquello
resultó un agravio, ya que según la tradicción no podía construirse
ninguna copia del Templo de Salomón en ningún lugar del mundo que no
fuese el Monte Sagrado de Jerusalén. Hay quien
argumentó que la finalidad era demostrar que no había discrepancias
entre la religión judía y la cristiana, cuando ocurría justamente lo
contrario. El Vaticano acusaba directamente a los judios de haber
asesinado a Jesús y de rechazar los Evangelios, justificando el
consiguiente castigo de la pérdida de su Templo Sagrado y la condena a
vivir errantes en el mundo, promoviendo a su vez diversos actos de
intransigencia dificiles de entender actualmente.
Tuvieron que pasar siglos y
tras las consecuencias del Holocausto y el surgimiento del estado de
Israel, la Iglesia Católica decidió mantener un acercamiento al
judaísmo. Comenzó por lo tanto una etapa de diálogo que culminó con la
gran motivación del Papa Juan XXIII tras pronunciar
aquella frase “La iglesia necesita una ráfaga de aire fresco para
emerger de nuestro único ghetto”, sin saberlo sus palabras derivaron en
el Concilio Vaticano II, con la idea de orientar a la iglesia hacia el mundo no-católico y culminando el 28 octubre de 1965 con la Declaración Nostra Aetate, cuya finalidad fue promover la reconciliación entre judios y cristianos.
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