10 años de construcción y 13.000 millones de dólares de presupuesto: es el portaaviones estadounidense de nueva generación Gerald Ford, pero todavía no se sabe cuándo estará operativo y ni siquiera si algún día lo estará. El nuevo portaaviones de EE.UU. fue botado este noviembre a bombo y platillo. No es solo nuevo, es el más avanzado. El buque que lleva el nombre del presidente norteamericano Gerald Ford es la cabeza de serie de una nueva generación de portaaviones concebidos como verdaderos himnos a los milagros tecnológicos.
Los aviones despegarán de su cubierta lanzados por catapultas electromagnéticas y aterrizarán en el puente asistidos por un avanzado sistema de cables de frenado eléctrico AAG en lugar de hidráulico.
Los medios de comunicación no se cansan de exaltar las características del futuro terror de los mares y mostrar a Susan Ford Bales, hija del expresidente Ford, rompiendo la tradicional botella de champán en la ceremonia de botadura efectuada en el puerto de Newport, Virginia.
Hasta aquí, todo bien (o mal, según algunos). Sin embargo, varias personalidades presentes en el bautizo de la nave, entre ellos Dick Cheney (vicepresidente de EE.UU. de 2001 a 2009 con George W. Bush), y Donald Rumsfeld (el secretario de Defensa de 2001 a 2006), deberían saber cuál es la situación real por la sencilla razón de que la construcción de la nave estaba en marcha cuando ellos ostentaban sus importantes cargos en el Gobierno.
La realidad es que el recién botado casco del 'superportaaviones' Gerald Ford será, en el mejor de los casos, una operativa unidad de combate en un futuro bastante lejano. Y, si se dan una serie de circunstancias, es posible que no lo sea jamás.
El futuro de la carísima nave depende de sus tres sistemas clave, que realmente no existen todavía y están en desarrollo. Se trata del sistema de radar de banda dual (DBR: Dual Band Radar AN/SPY-3), la catapulta electromagnética EMALS y el sistema de aterrizaje con sistema de cables de frenado eléctrico AAG. Los tres mecanismos aún se encuentran en la fase de prototipo.
¿Qué hay tras los elogios?
El radar DBR ya está excluido del proyecto de destructores clase Zumwalt. Esta decisión se debe en parte al recorte de gastos, pero otro motivo es la incertidumbre en cuanto a los plazos reales de recepción de un prototipo válido.
El sistema de aterrizaje turboeléctrico AAG sigue sin funcionar en el banco de pruebas de Lakehurst, Nueva Jersey. El desarrollo de este sistema está retrasado unos 2,5 años sobre los planes iniciales. Aún más tiempo requerirá su instalación en la nave, por supuesto si las pruebas van bien y el sistema no requiere modificaciones importantes.
La situación del desarrollo de la catapulta electromagnética EMALS es aún peor. De acuerdo con el informe emitido en septiembre por el 'perro centinela', la Oficina de Contabilidad del Gobierno de EE.UU. (GAO), el avance de su desarrollo en 2013 se ha mantenido exactamente al nivel de 2008. En la actualidad el sistema EMALS es una tecnología con una viabilidad práctica probada, pero no tiene ningún prototipo que demuestre las características requeridas.
El año pasado el Reino Unido cambió el proyecto de su avanzado portaaviones Queen Elizabeth a favor del despegue desde un puente normal y cambió el ala embarcada, reemplazando en el proyecto los cazabombarderos F-35C por los F- 35B (con el aterrizaje vertical), aunque estos últimos tienen menor carga útil y radio de acción.
Una solución muy razonable puesto que la Marina del Reino Unido habría tenido que esperar hasta 2023 para recibir este sistema de despegue. La Royal Navy no quiere esperar 10 años, sobre todo cuando su nuevo portaaviones abandonará los astilleros el año próximo y su puesta en marcha está prevista para 2017.
No obstante, la Marina de EE.UU. tendrá que esperar. Originalmente la nave fue diseñada para el sistema de despegue y aterrizaje electromagnéticos. Instalar los sistemas de despegue hidráulicos en un portaaviones con este diseño es imposible sin rehacer todo el proyecto y desmontar parte del casco (que está a flote).
Resumiendo, pese a las alabanzas de los medios de comunicación y los solemnes discursos que elogian el nuevo avance del poderío militar estadounidense, la prueba de mar del Gerald Ford, prevista para al inicio de 2016, puede considerarse un sueño.
Este barco, en el mejor de los casos, estará a reposo como mínimo 10 años más.
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