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miércoles, 9 de octubre de 2013

Los cristianos de Egipto, atacados por los islamistas y abandonados por el Estado

 
Una iglesia en Kirdasa, a las afueras de El Cairo, destrozada por los islamistas


Un informe de Amnistía Internacional (AI) levanta acta de esta catástrofe con un relato pormenorizado de los ataques registrados en las provincias de Minia y Fayum, en el sur, y el área metropolitana de El Cairo. La organización denuncia la inacción de policía y ejército, que llegaron incluso a retirar los efectivos apostados en las iglesias poco antes del desalojo de las acampadas.

Por Francisco Carrión

En el punto de mira de los islamistas y huérfanos de un Estado que les proteja y no les discrimine. Los cristianos coptos, la gran minoría de Egipto, conmemoran este miércoles el segundo aniversario de la muerte de 27 fieles a manos del ejército con la resaca de los ataques a iglesias, monasterios y comercios que desató el feroz desalojo de las acampadas de los partidarios del derrocado Mohamed Mursi. Las fuerzas de seguridad, fieles a una larga y dolorosa historia de negligencias, permanecieron impasibles ante esta reciente oleada de violencia sectaria.


El pasado 14 de agosto la mecha contra la comunidad copta, alentada durante meses desde los canales de televisión islamistas y en la tribuna de las sentadas tras el golpe de Estado, prendió. Y los cristianos, acusados de liderar las protestas y financiar la asonada, se convirtieron en cabeza de turco. Al menos 43 iglesias quedaron completamente destruidas y 207 propiedades de cristianos fueron atacadas, según cálculos de la Iglesia Ortodoxa Copta. Varios monasterios y templos con siglos de historia engrosaron la lista de inmuebles reducidos a escombros.


Ahora, un informe de Amnistía Internacional (AI) titulado '¿Cuánto tiempo vamos a vivir en esta injusticia?' levanta acta de esta catástrofe con un relato pormenorizado de los ataques registrados en las provincias de Minia y Fayum, en el sur, y el área metropolitana de El Cairo. La organización denuncia la inacción de policía y ejército, que llegaron incluso a retirar los efectivos apostados en las iglesias poco antes del desalojo de las acampadas. La minoría cristiana, una de las más vibrantes de Oriente Próximo, representa el 10% de la población egipcia.


"A la luz de ataques previos, especialmente desde el derrocamiento de Mursi, debería haberse previsto una reacción violenta contra los cristianos coptos. Sin embargo, las fuerzas de seguridad no impidieron los ataques ni intervinieron para detener la violencia", lamenta Hassiba Hadj Sahraoui, directora adjunta de Oriente Medio y Norte de África de AI. Y agrega: "Cualquier investigación que se lleve a cabo debe examinar también el papel de las fuerzas de seguridad. Algunos incidentes duraron horas y se repitieron en días sucesivos (...) ¿Por qué las fuerzas de seguridad no fueron capaces de impedirlos y ponerles fin?".


Al menos cuatro personas perdieron la vida en unos altercados condenados públicamente por los Hermanos Musulmanes. No obstante, AI censura la retórica sectaria lanzada por algunos islamistas desde la tribuna de Rabea al Adauiya, la principal acampada en la capital, y pide a los gerifaltes de la cofradía que insten a sus simpatizantes a "abstenerse de llevar a cabo más ataques y usar lenguaje sectario".


Los incidentes que los testigos relatan en el informe de AI resultan estremecedores. En Delga, la ciudad del sur del país tomada durante semanas por los islamistas y cuyo control han recuperado recientemente las fuerzas del orden, Iskandar Tus, un cristiano de 60 años, fue asesinado en el interior de su vivienda. Luego, la turba desfiguró su cuerpo y lo arrastró con un tractor por las calles del pueblo. Ni quiera mereció un reposo tranquilo: su tumba fue profanada en dos ocasiones. La provincia de Minia, a unos 300 kilómetros al sur de la capital egipcia, fue epicentro de la violencia sectaria. Los ataques se sucedieron sin que la policía acudiera a las llamadas de socorro. "Hablamos con el primer ministro, el ministro del Interior y un oficial del ejército pidiéndoles que intervinieran", contó poco después de los incidentes el obispo de Minia Anba Makarios. La ayuda suplicada nunca llegó.


En la ciudad de Malaui, un sacerdote llamó sin descanso a los servicios de emergencia y la policía mientras una turba prendía fuego a su iglesia. Ni un solo uniformado asomó por el páramo. Y en los alrededores las fachadas de decenas de tiendas cristianas fueron marcadas con una 'X' para distinguirlas de los locales musulmanes y facilitar su destrucción.


Discriminación y vulnerabilidad


La violencia sectaria, recuerda otro informe reciente de AI, "es una mancha imborrable en el historial de los sucesivos gobiernos que no han tomado medidas en ningún momento para detener los ataques contra las minorías".


Precisamente, uno de los sucesos más dramáticos que ha padecido la minoría cristiana fue obra del ejército que ahora dirige los designios del país. El 9 de octubre de 2011 los soldados convirtieron una marcha de coptos en un baño de sangre. 27 fieles perdieron la vida a las puertas de la sede de la radiotelevisión pública, que jugó un infame papel incitando al odio sectario. Dos años después, aquella masacre -como todas las tropelías cometidas durante los 16 meses de junta castrense- siguen impunes: sólo dos militares de baja graduación fueron condenados por homicidio con penas de entre dos y tres años de cárcel.


Para detener la sangría, la organización exige abrir una investigación imparcial e independiente de los últimos episodios sectarios, impartir justicia contra los culpables, poner coto a los "comités de reconciliación" y revocar todas aquellas leyes que discriminan el acceso de los coptos a puestos de responsabilidad o dificultan la construcción y reforma de sus lugares de culto.


AI recuerda que durante la dictadura de Hosni Mubarak la comunidad cristiana sufrió al menos 15 ataques mortales. En el régimen que sucedió al golpe militar, subraya la organización, la representación de los coptos en cargos de responsabilidad sigue siendo muy débil. Sólo cuatro cristianos participan en el comité de 50 personas encargado de redactar la nueva Constitución.

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