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lunes, 18 de abril de 2016

El oro, arma modelo de la guerra financiera del siglo XXI


Ayer el afamado analista económico-financiero estadounidense James Rickards, publicó en The Telegraph un interesante artículo titulado Gold is the spectre haunting our monetary system. En él, inicia recordando que durante todo un siglo las élites han trabajado para tratar de eliminar al oro tanto ideológica como físicamente del sistema monetario. No es casualidad.

El metal precioso estorba a los ideólogos inflacionistas que, hasta la fecha, siguen causando un enorme daño a la economía global en personajes influyentes como Paul Krugman.

Rickards marca el inicio de los ataques al oro en 1914, con la entrada del Reino Unido a la Primera Guerra Mundial. A pesar de las presiones para que abandonara la convertibilidad de la libra en el metal precioso, la mantuvo, y gracias a ello –recuerda- la Casa Morgan organizo créditos con los que este país pudo financiarse hasta que Estados Unidos entró al conflicto.

Subraya que el Banco de Inglaterra se encargó de desalentar el canje de billetes por oro. Los soberanos británicos –las monedas áureas más conocidas-, fueron retiradas de la circulación y convertidas en lingotes de 400 onzas, lo que limitó la tenencia del metal precioso a los muy ricos y la confinó a las grandes bóvedas.

Rickards continúa haciendo un recuento sobre la criminalización de la tenencia de oro en Estados Unidos en 1933, el cierre de la ventanilla de convertibilidad con el dólar en 1971 y su desmonetización por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en 1973.

Pese a ello, advierte, el oro insiste en tener “un asiento en la mesa monetaria.” Es cierto. Desde 2010, por primera vez en este siglo los bancos centrales se convirtieron en compradores netos de lingotes. Aquí hemos hecho énfasis en cómo países “rebeldes” al sistema del dólar continúan acumulando oro en grandes cantidades, en especial China y Rusia.

Al respecto, el también autor del best-seller “Currency Wars” señala que el renovado atractivo del oro se debe a que en algunos casos, los bancos centrales se están cubriendo de la inflación del dólar. “China tiene 3.2 billones de dólares en reservas, más de la mitad de los cuales está denominada en dólares, en su mayoría bonos del Tesoro estadounidense. El dólar no tiene un mejor amigo que China, debido a que su riqueza la mantiene en dólares. Aun así, la inflación se asoma. China no puede deshacerse de sus bonos del Tesoro; el mercado de bonos es profundo, pero no tan profundo”, explicó.

Agrega que si la venta de treasuries fuese percibida como una amenaza para los intereses de Washington, el presidente podría congelar las cuentas chinas con una simple orden. Los chinos lo saben de sobra, y ante la montaña de deuda que Estados Unidos tiene encima de más de 19 billones de dólares, temen con razón que su salida será la de destruir el valor del billete verde.

Rickards señala que en respuesta a ello, la solución china es comprar oro. De este modo, “si la inflación del dólar emerge, las tenencias chinas de bonos del Tesoro se devaluarán, pero el precio en dólares de su oro subirá. Una gran reserva de oro es una diversificación prudente. Los motivos de Rusia son geopolíticos. El oro es el arma modelo para las guerras financieras del siglo XXI”, sentencia en el artículo.

Asimismo, otros países continúan adquiriendo el metal anticipando un derrumbe del sistema monetario global. Jim recuerda que durante los últimos 100 años ese sistema ha colapsado tres veces, en 1922, 1944 y 1971, y aunque nadie sabe cuándo volverán a cambiar las reglas del juego, da por hecho que así será.

Considera que las únicas bases para un nuevo sistema global están en los Derechos Especiales de Giro del FMI y el oro. Subestima la típica objeción de que “no hay suficiente oro” para soportar el sistema financiero, a la que responde que sí hay, todo es cuestión de precio. No hay duda.

Por ejemplo, calcula que tomando como base el agregado monetario M1 de China, la Eurozona y Estados Unidos, con un respaldo de 40 por ciento en oro, el precio sería de 10 mil dólares la onza. Suficiente dice, para que sea sostenible.

Rickards concluye que en lo que se refiere a las élites monetarias, se debe atender a lo que hacen, no a lo que dicen. Esto porque de sobra es conocido cómo atacan al oro en cada oportunidad –desde la academia, los medios predominantes de comunicación, etc.-, pero lo cierto es que siguen acumulándolo y preparándose para el día en que éste determine el asiento que tendrán en la inevitable reforma del sistema. La suerte del dólar, está echada.

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