Publicado: 28 sep 2012 | 23:26 GMT
Cambiando de canal en mi habitación del hotel acabo de tropezarme con la televisión neoyorkina: "El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, en su intervención en la Asamblea General de la ONU negó el Holocausto e instó a eliminar Israel".
En realidad, por supuesto, no lo hizo.
En comparación con las intervenciones anteriores de Ahmadineyad, este discurso fue
moderado: habló de los valores humanitarios y de un mundo sin
violencia. "Los musulmanes, cristianos, judíos, budistas y toda la gente
en general no tenemos motivos para luchar. Todos podemos vivir en paz y
amor en nombre de la prosperidad. El problema no es de la gente, sino
que radica en el sistema mundial de gobernación. Es un sistema basado en
el egoísmo, un sistema cuya ideología es la posesión de esclavos",
dijo.
Por supuesto, estas palabras de Ahmadineyad en sí no son una muestra ni una prueba de nada: la habilidad de decir frases bonitas que no contienen nada detrás es el requisito previo para hablar en la tribuna principal de la ONU. La prueba en este caso es el corresponsal de la tele neoyorquina. Dudo mucho que él escuchara a Ahmadineyad. Y no tengo ninguna duda de que el texto que dijo en cámara fue preparado de antemano. No quiero decir que lo escribió en la víspera, una semana o un mes antes. Nada de eso. Este texto simplemente 'vive' en su cabeza.
Subí dos bloques más y ahora desayuno en un café entre la calle 62 y la Primera Avenida. A mi lado hay dos jóvenes estadounidenses, un chico y una chica. Están bastante cerca para que pueda oír la historia que cuenta el chico: "Mi amigo Sergio es un suertudo. Lucky guy. En serio, es una persona realmente libre. No consume nada. He is free of consuming. Por supuesto, tiene sus puntos débiles, como lo de cambiar el mundo y por el estilo, pero es realmente feliz. Es verdad que a veces usa internet". Miro tras la ventana a la Primera Avenida y tomo café. Llega un tercer joven que se une a estos dos y le empiezan a preguntar si se acostó con aquella chica con la que se emborracharon ayer.
Uno puede hacer 'limpiezas sangrientas' en las filas de la oposición matando a miles que no están de acuerdo contigo, como Robert Mugabe que sigue en el poder en Zimbabwe. Uno puede gobernar durante decenas de años privando a la gente de la libertad de elección y expresión, como Hosni Mubarak en Egipto. Uno puede abrir fuego contra los manifestantes pacíficos como las fuerzas especiales sauditas hicieron en Bahréin. Pero con una única condición: tiene que ser leal.
De nuevo estoy entre la calle 62 y York. Enciendo un cigarrillo del paquete de 14 dólares. No miré a las caras de aquellos chicos en el café, pero sé que cada uno de ellos podría ser aquel periodista de la cadena neoyorkina. Y sé que cada uno de nosotros puede serlo también. En realidad ¿es tan importante si precisamente hoy el presidente iraní llamó a eliminar a Israel? Ha sido su octava intervención en la Asamblea General y antes sí que llamó a hacerlo muchas veces. ¿Es tan importante si Ahmadineyad llegó con la paz o con la guerra? En Times Square ya está colgada su foto en una pantalla enorme con la inscripción "Él no debe estar en Nueva York. Él no debe estar en la ONU". ¿Es tan importante si Irán elabora o no en realidad armas nucleares? Porque si desarrolla armas nucleares inevitablemente atacaría luego a Israel. Ahmadineyad es un enemigo. Y no es importante en absoluto qué hace y dice. Es culpable del crimen más horrible: declara su desacuerdo con el sistema existente de gobernación, el orden mundial.
En realidad ser leal no es un precio tan alto. Se trata de una libertad completa a cambio del reconocimiento de que el sistema existente no está sujeto a revisión, que es el único correcto. Sí que no es el ideal (incluso uno puede mencionar esto en sus discursos), pero es el mejor de los posibles.
Enciendo la tele y veo a un presentador que afirma que Ahmadineyad declaró la guerra a EE.UU. Esto está en la superficie: poner en duda el orden mundial existente es igual que declarar una guerra. Es mejor amenazar diez veces con quemar Israel que decir una sola vez: "el sistema existente no es para lo que Alá creó a la gente".
Se puede tratar a Ahmadineyad de diferentes modos. Se puede meditar en qué tiene razón y en qué no la tiene. Pero es algo absolutamente insignificante, otra vez será nada más que cambiar de una verdadera ocasión de informar a otra impuesta.
En 2013 Irán celebrará elecciones, en las que Ahmadineyad ya no podrá presentarse. De todos modos el país tendrá un nuevo presidente. Ahmadineyad se irá. El sistema de gobernación se quedará.
Todos nosotros jugamos dentro de este sistema, seguimos sus leyes. No solo los políticos, sino cada uno de nosotros.
Estoy sentado en el centro de prensa de la Asamblea General de la ONU
en Nueva York, rodeado por decenas de periodistas. Y pienso en una sola
cosa, en el corresponsal de ayer que habló sobre Ahmadineyad. La
condición que tiene ante sí no se diferencia de la condición de
gobernación de Mugabe en Zimbabwe: debe ser leal.
Puede ser un mal o buen reportero, inteligente o no tanto, independiente o con libertades limitadas. Pero en el marco del sistema existente de gobernación no puede no ser leal. Y todos nosotros somos él.
Esta lealtad no tiene nada que ver con la independencia y la censura, no se trata de esto. Es la lealtad al sistema en sí, y no a un medio de información concreto o a una política individual. Nómbrenme cualquier medio grande del mundo que contrataría hoy a Hunter Thompson. Pero no aquel Thompson al que ya conocemos, 'peinado' e introducido en el sistema existente, sino a otro joven y todavía desconocido para todos que fue despedido de pequeños periódicos por tener contradicciones con los jefes, riñas y daños a la propiedad. A este Thompson nadie le necesitaría ni ahora, ni en aquellos tiempos. Y no porque tenga un carácter bravucón o abuse del alcohol o porque crea que su opinión es la única correcta. No. Así es la mayoría de los periodistas y esto no molesta a sus empleadores. No le necesitan porque no es leal al sistema.
El Hunter Thompson de hoy, o por lo menos una persona que podría ser él, es el periodista Julian Assange, el fundador de WikiLeaks. E interviniendo ante la ONU a través de una videoconferencia desde la embajada de Ecuador en Londres, donde recibió refugio político, Assange dijo lo mismo que Ahmadineyad: "Llegó la hora de cambiar el sistema". En aquel momento fuimos testigos de un evento histórico: en el marco de un solo día, en la misma organización, el luchador principal por los valores y libertades y uno de los líderes islámicos más radicales se dirigieron a la humanidad con el mismo llamamiento.
De nuevo estoy entre la calle 62 y la Avenida de York, en este 'top
of the world' enciendo un cigarrillo del paquete de 14 dólares y miro
alrededor. Pienso en los griegos que durante siglos lucharon por su
independencia, y en la actualidad cada día tienen choques con su propia
Policía. Pienso en los egipcios que primero derrocaron a Mubarak, luego
eligieron a Mursi, ahora protestan contra Mursi para derrocarle y
protestar contra el siguiente. Pienso en los norcoreanos, que escalan
por los muros de las embajadas surcoreanas y piden allí refugio político
si logran entrar. Pienso en los españoles, que votaron con una mayoría
absoluta por Rajoy y ahora la misma mayoría quiere que renuncie, asedian
el Congreso y exigen que el Gobierno sirva a la gente en vez de
hundirla. Pienso en toda esta gente que inevitablemente se acerca al
entendimiento de que no es importante quién está en el poder:
socialistas, conservadores, laboristas, islamistas u otros -istas.
Porque el sistema de gobernación ya no funciona. Porque el cambio del
régimen no significa un cambio del orden mundial. Porque incluso el
cambio del orden mundial no garantiza que otro nuevo no exija la misma
'lealtad'. Y en este momento recuerdo a Pietr Vasílievich Verjovenski.
El revolucionario de 'Los endemoniados' de Dostoyevski lo describía con mucha certeza: "El maestro que se burla con sus chicos de Dios y de su cuna, es ya nuestro. El abogado que defiende el asesinato de un individuo culto, alegando que el asesino tiene más cultura que sus víctimas y que para procurarse dinero no tenía más remedio que matar, es ya nuestro. El colegial que mata a un campesino para experimentar emoción, es nuestro. El jurado que absuelve de todos los crímenes, nuestro. El fiscal que teme mostrarse en el juicio poco liberal, nuestro, nuestro. Los administradores, los literatos, ¡oh, nuestros!; ¡terriblemente nuestros, y ellos mismos lo ignoran!".
Igual que en aquel entonces en Rusia, ahora en el mundo aparecen cada vez más los 'nuestros'. Pero, ¿de quién serán, dime, Sergio?
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