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Autor: Alexéi Iorsh
El resultado de la Guerra Fría fue la caída del bloque soviético y de la propia URSS. Los estados de Europa Central y del Este que formaban parte del Pacto de Varsovia fueron adhiriéndose en varias etapas a la UE y a la OTAN. Las antiguas repúblicas soviéticas también lo hicieron. Como resultado, estas estructuras internacionales se aproximaron a las fronteras de la nueva Rusia.
No obstante, en Occidente sigue existiendo el temor de que la URSS renazca. La secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, así lo expresó públicamente en enero de 2014. Según Clinton, la nueva URSS podría renacer con nuevos nombres, como por ejemplo Unión Aduanera o UniónEuroasiática. Zbigniew Brzezinski, antiguo consejero de seguridad nacional de Estados Unidos, expresaba esta idea de forma más concreta: “Sin Ucrania, Rusia dejará de ser un imperio, con Ucrania se convertirá automáticamente en un imperio…”.
Brzezinski es un politólogo muy respetado, aunque ni siquiera él parece inmune a los errores. Y es que en la historia no se conocen ejemplos de imperios renacidos después de haberse desplomado. La nueva Rusia ya nunca volverá a ser la Unión Soviética o el Imperio ruso. Carece de los requisitos necesarios para ello, tanto en el terreno ideológico como en el político.
Aunque Moscú sí planea realmente recuperar los vínculos económicos con las antiguas repúblicas soviéticas. Rusia tiene frontera con los dos centros económicos mundiales: la Unión Europea y China, cuyos mercados tienen unas dimensiones incomparablemente mayores que el ruso. Es posible que Putin esté dispuesto incluso a unirse a uno de estos gigantes económicos en calidad de socio y en igualdad de derechos. Pero ninguno de estos dos centros se lo ha pedido y Moscú tampoco quiere convertirse en un apéndice proveedor de materias primas.
De ahí la idea del Espacio Económico Común (EEC), un mercado común de bienes, capitales, servicios y mano de obra creado entre Rusia, Kazajistán y Bielorrusia. Armenia y Kirguistán están preparándose para unirse a esta estructura. La firma de los acuerdos de adhesión de estos países está prevista para el mes de mayo. Sin embargo, sin Ucrania, sus 45 millones de población y su desarrollada industria, el mercado del EEC no será lo suficientemente grande para competir con el resto de centros económicos.
Estados Unidos y la UE son perfectamente conscientes de ello, razón por la que últimamente se han dedicado a atraer a Ucrania hacia su ámbito de influencia. La última parte de este proceso sería el acuerdo de Asociación con la UE que cerraría las puertas a la integración euroasiática de Ucrania con Rusia.
Sin embargo, la firma de este acuerdo, que debía celebrarse a finales de noviembre del año pasado durante la cumbre de la UE en Vilnius, no llegó a llevarse a cabo. El presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, decidió regatear con la UE y con Rusia y aplazó la firma con la esperanza de recibir ventajas por parte de Rusia en forma de créditos y descuentos en el gas.
Pero Yanukóvich, bajo la presión del Maidán, un movimiento formado por los partidarios de la integración de Ucrania con Europa, acabó entregando el poder sin apenas ofrecer resistencia. Los políticos que le remplazaron implantaron inmediatamente el vector occidental en Ucrania, poniendo a Moscú ante una difícil decisión.
Al parecer, los fantasmas que aterrorizan a los políticos estadounidenses y europeos con el renacimiento de la URSS suponen para Rusia no sólo represalias económicas, sino también problemas de seguridad.
El bloque de la OTAN, tras la caída de la URSS, se amplió significativamente con la inclusión de los países de Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas del Báltico, que salían de las fronteras de Rusia. Además, su actividad se extendió más allá de los límites del Atlántico: la OTAN ha intervenido en procesos de África (Libia), Oriente Próximo (Irak) y Asia Central (Afganistán).
Los estrategas rusos jamás creerán que la OTAN no suponga ninguna amenaza. De hecho, en Rusia existe una seria preocupación sobre la perspectiva de que en Ucrania se sitúen dispositivos antimisiles norteamericanos que puedan anular la principal ventaja militar de Rusia: los misiles con base en tierra.
Históricos vinculos
Moscú difícilmente aceptará que Ucrania, que junto a Rusia forma la cuna de la civilización eslava ortodoxa, se someta a la influencia de la civilización occidental, atlántica. Teniendo en cuenta el contacto tan cercano que existe entre los habitantes de los dos estados, que durante los últimos 350 años han sido un único organismo, la 'salida' de Ucrania se convertirá en el mayor problema en la política interna de Rusia.
Por esta razón, la reacción de Moscú al deseo de los habitantes rusohablantes de la península ucraniana de Crimea (que ascienden a un 90% de la población) de convertirse en parte de Rusia, no tiene alternativa posible. El referéndum convocado para el 16 de marzo sobre esta cuestión no plantea ninguna duda.
Parece que incluso Occidente comprende que esta 'salida' de Ucrania es algo realmente desagradable para Rusia, de modo que el asunto de la anexión de Crimea a Rusia como 'premio de consolación' ha sido ignorado. De lo contrario, la escasa reacción de Occidente resulta incomprensible.
La Unión Europea se negó a participar en negociaciones con Rusia para simplificar el régimen de visados y preparar un nuevo acuerdo marco para establecer una colaboración. Pero esta no es la primera vez que fracasan. Amenazan con no acudir a la cumbre del G8 en Sochi, algo que tampoco tuvo éxito. Finalmente, no se ha introducido ninguna sanción económica.
Estados Unidos habla de sanciones concretas en los visados para los funcionarios rusos, pero por ahora no se ha redactado ninguna lista. Se ha congelado la cooperación militar: no veremos a militares estadounidenses en las competiciones de biatlón de tanques en Moscú. Además, se ha anulado la visita a Estados Unidos de cuatro expertos rusos del sector agrario.
En efecto, nadie quiere provocar gastos económicos ni cerrar las negociaciones con Moscú mientras siga existiendo el problema de Siria, Irán y Afganistán. Y Crimea es apenas una parte de esta crisis, una parte muy pequeña.
Por ahora se desconoce qué sucederá con las regiones orientales de Ucrania en las que viven numerosos ciudadanos rusos étnicamente que no desean subordinarse a un gobierno prooccidental. Pero es mucho más importante encontrar la manera en la que discurrirán las relaciones entre Rusia y Occidente, ya que ninguna de estas partes, a juzgar por todo, se ha despojado de la mentalidad de la Guerra Fría. Finalmente, existe el problema de la formación de un nuevo orden mundial, a cuya llegada apuntan claramente las crisis de Oriente Próximo, el Norte de África y ahora Ucrania.
El resultado de la Guerra Fría fue la caída del bloque soviético y de la propia URSS. Los estados de Europa Central y del Este que formaban parte del Pacto de Varsovia fueron adhiriéndose en varias etapas a la UE y a la OTAN. Las antiguas repúblicas soviéticas también lo hicieron. Como resultado, estas estructuras internacionales se aproximaron a las fronteras de la nueva Rusia.
No obstante, en Occidente sigue existiendo el temor de que la URSS renazca. La secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, así lo expresó públicamente en enero de 2014. Según Clinton, la nueva URSS podría renacer con nuevos nombres, como por ejemplo Unión Aduanera o UniónEuroasiática. Zbigniew Brzezinski, antiguo consejero de seguridad nacional de Estados Unidos, expresaba esta idea de forma más concreta: “Sin Ucrania, Rusia dejará de ser un imperio, con Ucrania se convertirá automáticamente en un imperio…”.
Brzezinski es un politólogo muy respetado, aunque ni siquiera él parece inmune a los errores. Y es que en la historia no se conocen ejemplos de imperios renacidos después de haberse desplomado. La nueva Rusia ya nunca volverá a ser la Unión Soviética o el Imperio ruso. Carece de los requisitos necesarios para ello, tanto en el terreno ideológico como en el político.
Aunque Moscú sí planea realmente recuperar los vínculos económicos con las antiguas repúblicas soviéticas. Rusia tiene frontera con los dos centros económicos mundiales: la Unión Europea y China, cuyos mercados tienen unas dimensiones incomparablemente mayores que el ruso. Es posible que Putin esté dispuesto incluso a unirse a uno de estos gigantes económicos en calidad de socio y en igualdad de derechos. Pero ninguno de estos dos centros se lo ha pedido y Moscú tampoco quiere convertirse en un apéndice proveedor de materias primas.
De ahí la idea del Espacio Económico Común (EEC), un mercado común de bienes, capitales, servicios y mano de obra creado entre Rusia, Kazajistán y Bielorrusia. Armenia y Kirguistán están preparándose para unirse a esta estructura. La firma de los acuerdos de adhesión de estos países está prevista para el mes de mayo. Sin embargo, sin Ucrania, sus 45 millones de población y su desarrollada industria, el mercado del EEC no será lo suficientemente grande para competir con el resto de centros económicos.
Estados Unidos y la UE son perfectamente conscientes de ello, razón por la que últimamente se han dedicado a atraer a Ucrania hacia su ámbito de influencia. La última parte de este proceso sería el acuerdo de Asociación con la UE que cerraría las puertas a la integración euroasiática de Ucrania con Rusia.
Sin embargo, la firma de este acuerdo, que debía celebrarse a finales de noviembre del año pasado durante la cumbre de la UE en Vilnius, no llegó a llevarse a cabo. El presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, decidió regatear con la UE y con Rusia y aplazó la firma con la esperanza de recibir ventajas por parte de Rusia en forma de créditos y descuentos en el gas.
Pero Yanukóvich, bajo la presión del Maidán, un movimiento formado por los partidarios de la integración de Ucrania con Europa, acabó entregando el poder sin apenas ofrecer resistencia. Los políticos que le remplazaron implantaron inmediatamente el vector occidental en Ucrania, poniendo a Moscú ante una difícil decisión.
Al parecer, los fantasmas que aterrorizan a los políticos estadounidenses y europeos con el renacimiento de la URSS suponen para Rusia no sólo represalias económicas, sino también problemas de seguridad.
El bloque de la OTAN, tras la caída de la URSS, se amplió significativamente con la inclusión de los países de Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas del Báltico, que salían de las fronteras de Rusia. Además, su actividad se extendió más allá de los límites del Atlántico: la OTAN ha intervenido en procesos de África (Libia), Oriente Próximo (Irak) y Asia Central (Afganistán).
Los estrategas rusos jamás creerán que la OTAN no suponga ninguna amenaza. De hecho, en Rusia existe una seria preocupación sobre la perspectiva de que en Ucrania se sitúen dispositivos antimisiles norteamericanos que puedan anular la principal ventaja militar de Rusia: los misiles con base en tierra.
Históricos vinculos
Moscú difícilmente aceptará que Ucrania, que junto a Rusia forma la cuna de la civilización eslava ortodoxa, se someta a la influencia de la civilización occidental, atlántica. Teniendo en cuenta el contacto tan cercano que existe entre los habitantes de los dos estados, que durante los últimos 350 años han sido un único organismo, la 'salida' de Ucrania se convertirá en el mayor problema en la política interna de Rusia.
Por esta razón, la reacción de Moscú al deseo de los habitantes rusohablantes de la península ucraniana de Crimea (que ascienden a un 90% de la población) de convertirse en parte de Rusia, no tiene alternativa posible. El referéndum convocado para el 16 de marzo sobre esta cuestión no plantea ninguna duda.
Parece que incluso Occidente comprende que esta 'salida' de Ucrania es algo realmente desagradable para Rusia, de modo que el asunto de la anexión de Crimea a Rusia como 'premio de consolación' ha sido ignorado. De lo contrario, la escasa reacción de Occidente resulta incomprensible.
La Unión Europea se negó a participar en negociaciones con Rusia para simplificar el régimen de visados y preparar un nuevo acuerdo marco para establecer una colaboración. Pero esta no es la primera vez que fracasan. Amenazan con no acudir a la cumbre del G8 en Sochi, algo que tampoco tuvo éxito. Finalmente, no se ha introducido ninguna sanción económica.
Estados Unidos habla de sanciones concretas en los visados para los funcionarios rusos, pero por ahora no se ha redactado ninguna lista. Se ha congelado la cooperación militar: no veremos a militares estadounidenses en las competiciones de biatlón de tanques en Moscú. Además, se ha anulado la visita a Estados Unidos de cuatro expertos rusos del sector agrario.
En efecto, nadie quiere provocar gastos económicos ni cerrar las negociaciones con Moscú mientras siga existiendo el problema de Siria, Irán y Afganistán. Y Crimea es apenas una parte de esta crisis, una parte muy pequeña.
Por ahora se desconoce qué sucederá con las regiones orientales de Ucrania en las que viven numerosos ciudadanos rusos étnicamente que no desean subordinarse a un gobierno prooccidental. Pero es mucho más importante encontrar la manera en la que discurrirán las relaciones entre Rusia y Occidente, ya que ninguna de estas partes, a juzgar por todo, se ha despojado de la mentalidad de la Guerra Fría. Finalmente, existe el problema de la formación de un nuevo orden mundial, a cuya llegada apuntan claramente las crisis de Oriente Próximo, el Norte de África y ahora Ucrania.
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