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sábado, 17 de agosto de 2013

Síndrome de Hubris: La enfermedad de las elites


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Los cuestionamientos sobre las decisiones políticas que toman los gobernantes, cegados por la suma del poder público adquiridas durante períodos de emergencia (que invariablemente terminan siendo periodos de tiempo indeterminado que sólo terminan con el líder muerto o derrocado), se han centrado en los últimos años en la posibilidad de estar siendo gobernados por gente que padece o adquiere durante el desempeño de sus funciones, alguna clase de enfermedad, síndrome o trastorno mental.

Los casos no se reducen sólo a líderes autoritarios, sino practicamente a cualquier líder político que en cuanto llega al poder comienza a tejer estrategias para mantenerse en su posición todo el tiempo que pueda. De hecho, no son pocos los que piensan que la finalidad de cualquier político va más allá de la asistencia desinteresada a la población de su nación y tiene más que ver, en mayor o menor medida, con la ambición de poder inmanente en cada ser humano.

Así, mientras que en Latinoamérica, los síntomas del llamado síndrome de Hubris (la enfermedad del ego) son visualizados en líderes como el difunto Hugo Chávez, o el más recientemente decretado, el caso de Cristina de Kirchner. Pero también las elites mundiales observan este problema. Así se podía leer en reportes periodísticos del 2008, que con motivo de las prolongadas guerras desencadenadas en Medio Oriente por los neocons en USA y sus aliados en Europa, cuestionaban las acciones de los líderes y se preguntaban acerca de este síndrome:

¿Por qué decidió el trío de Aznar, Bush y Blair invadir Irak con toda la ciudadanía e incluso miembros de sus propios gabinetes en contra? ¿Por qué perdieron el contacto con la realidad y no escucharon a la opinión pública? El ex político británico y neurólogo David Owen cree que parte de la culpa fue del ‘síndrome Hubris’, un trastorno común entre los gobernantes que llevan tiempo en el poder.

Neville Chamberlain, Hitler, Margaret Thatcher en sus últimos años, George Bush o Tony Blair son solo algunos de los líderes que han sucumbido al ‘Hubris’, un problema que no está caracterizado como tal por la medicina, pero que tiene síntomas fácilmente reconocibles, entre los que destacan una exagerada confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad. En la Latinoamérica, los síntomas son visualizados en líderes como el difunto Hugo Chávez, o el más recientemente decretado, el caso de Cristina de Kirchner.

“Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando a la mente”, explica al diario ‘Daily Telegraph’ Lord Owen, que ha recogido en su libro ‘In Sickness and in Power’ (‘En la enfermedad y en el poder’) las conclusiones de seis años de estudio del cerebro de los líderes políticos. “El poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes”, afirma.

Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son las correctas. Por eso, aunque finalmente se demuestren erróneas, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando en su buen hacer. El ejemplo más reciente es la guerra de Irak, pero hay muchos en la historia, dice David Owen, que conoce bien la política, ya que fue uno de los fundadores del Partido Social Demócrata Británico (SPD) y Secretario de Exteriores del Reino Unido.

En un ensayo publicado en ‘Journal of the Royal Society of Medicine’, Owen, que reconoce que el poder se le subió un poco a la cabeza aunque nunca llegó a esos extremos, señala que este comportamiento hubrístico, el sentirse llamados por el destino a grandes hazañas, es lo que llevó a Bush y Blair a “no planificar con detalle cómo reemplazarían la autoridad de Sadam Hussein y a no pensar en la respuesta del ejército iraquí. Estaban tan convencidos de que la invasión de Irak era la mejor opción y de que recibirían a las tropas con los brazos abiertos que hicieron caso omiso de las advertencias de los expertos”.

El síndrome responde más a una denominación sociológica que propiamente médica, aunque los galenos son conscientes de los efectos mentales del poder. El psiquiatra Manuel Franco, jefe de Servicio del Complejo Asistencial de Zamora, explica lo que pasa con los líderes políticos.

“Una persona más o menos normal se mete en política y de repente alcanza el poder o un cargo importante. Internamente tiene un principio de duda sobre si realmente tiene capacidad para ello. Pero pronto surge la legión de incondicionales que le felicitan y reconocen su valía. Poco a poco, la primera duda sobre su capacidad se transforma y empieza a pensar que está ahí por méritos propios. Todo el mundo quiere saludarle, hablar con él, recibe halagos de belleza, inteligencia… y hasta liga”.
Esta es sólo una primera fase. Pronto se da un paso más “en el que ya no se le dice lo que hace bien, sino que menos mal que estaba allí para solucionarlo y es entonces cuando se entra en la ideación megalomaniaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse insustituible”. Para el doctor Franco, es entonces cuando los políticos “comienzan a realizar planes estratégicos para 20 años como si ellos fueran a estar todo ese tiempo, a hacer obras faraónicas o a dar conferencias de un tema que desconocen”.

Tras un tiempo en el poder llegan a “sospechar de todo el que le haga una mínima crítica y a, progresivamente, aislarse más de la sociedad”.

Pero no queda aquí la cosa. Tras un tiempo en el poder, los afectados por el ‘Hubris’ padecen lo que psicopatológicamente se llama ‘desarrollo paranoide’. “Todo el que se opone a él o a sus ideas son enemigos personales, que responden a envidias. Puede llegar incluso a la ‘paranoia o trastorno delirante’, que consiste en sospechar de todo el mundo que le haga una mínima crítica y a, progresivamente, aislarse más de la sociedad. Y, así, hasta el cese o pérdida de las elecciones, donde viene el batacazo y se desarrolla un cuadro depresivo ante una situación que no comprende”, concluye Franco.

Este problema es antiguo, aunque ha evolucionado con el tiempo. Fueron los griegos los primeros que utilizaron la palabra ‘Hubris’ para definir al héroe que lograba la gloria y ‘borracho’ de éxito se empezaba a comportar como un Dios, capaz de cualquier cosa. Este sentimiento le llevaba a cometer un error tras otro. Como castigo al ‘Hubris’ está la ‘Nemesis’, que devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso.

Existen algunos factores que predisponen más a desarrollar este comportamiento. Para el psiquiatra Manuel Franco, el principal factor de riesgo es ser varón, ya que “los hombres son muy sensibles al halago y al reconocimiento y toleran mal la frustración”, aunque también contribuye tener “una baja capacidad intelectiva”.

Los varones son más propensos porque “son muy sensibles al halago y toleran mal la frustración”
El hecho de que este síndrome sea tan común en política se debe, según este experto, a que “en otros ámbitos es más frecuente que el que esté arriba sea el más capaz, pero en política no es así, porque los ascensos van más ligados a fidelidades. El poder no está en manos del más capaz, pero quien lo ostenta cree que sí y empieza a comportarse de forma narcisista”.

Aunque no faltan ejemplos entre los políticos españoles, Manuel Franco reconoce uno muy reciente y muy comentado en la campaña electoral. Se refiere a la reforma del piso del Ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo.

“Sólo bajo la idea de infalibilidad y de creerse imprescindible, es decir, bajo una ideación megalomaniaca puede uno hacer una reforma de esas características dos meses antes de unas elecciones cuya victoria no estaba clara y que, aunque se diera, él podría no seguir. El sentido común le hubiese llevado a esperar a tener la confirmación de su puesto. Bajo la ideación megalomaniaca hace la obra sin reparar en más. Y en las explicaciones refería buscar la dignificación de la vivienda, dando la impresión de que su antecesora no la tenía digna. En realidad, lo único que estaba en su mente es que alguien tan importante como él no podía estar con menos”.

Aparte de los síntomas evidentes, la neurociencia no ha encontrado aún las bases científicas que expliquen este síndrome. Además, como reconoce el doctor Franco, “es difícil tratarlo o evitarlo, sobre todo porque quien lo padece no tiene conciencia de ello”.

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