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martes, 22 de septiembre de 2015

Benedicto XVI sigue siendo el "Vicario" de Cristo



Una de las más agudas y encendidas discusiones entre destacados canonistas italianos y vaticanos es la que se refiere a la invalidez de la renuncia del Papa Benedicto XVI.

Quienes sostienen que la renuncia fue inválida argumentan que, si bien Ratzinger anunció que dejaba el papado libremente por no tener ya las fuerzas para enfrentar graves problemas de la Iglesia, su decisión no fue del todo libre, pues estuvo constreñida por dos amenazas: de muerte y de cisma. Esas coacciones, que vinieron a conocerse posteriormente, habrían hecho el acto de la renuncia jurídicamente nulo por inexistencia, dado que la presión moral a que fue sometido invalida ese acto.

El grupo de canonistas que sostiene la invalidez de la renuncia tienen hoy al menos tres elementos a su favor.



Primero, la publicación de L´Avennire, el periódico de los obispos italianos que, en su gaceta del 7 de enero de 2015 reveló que Benedicto XVI fue objeto de una traición y de una conjura, mediante las cuales lo coaccionaron a dimitir. En la página 2 del periódico, sección editorial a cargo del director Marco Tarquinio, se lee: "hubieron ambientes que por motivos de poder y hostigamiento, traicionaron y complotaron para eliminar al Papa Ratzinger, y lo obligaron a renunciar".

Segundo, la revelación del sacerdote jesuita Arnaldo Zenteno en el número 3 de su "Informe" sobre la sucesión, en donde afirma que, cuando el recién electo Francisco fue a Castel Gandolfo para visitar a Benedicto XVI, éste último le confió, en el almuerzo, cómo una de las causas que más influyeron en su renuncia fue constatar las amenazas que recibió, "pues ya se había tomado la decisión de matarlo".



Tercero, la amenaza de cisma por la que un grupo de cardenales, sobre todo alemanes, le hicieron saber que tenían una lista con firmas de sacerdotes, religiosos, obispos y cardenales modernistas prontos a constituir una nueva Iglesia separa de Roma si él no aceptaba sus exigencias.

Esas dos amenazas, de muerte y de cisma, hacen que la resolución de Benedicto XVI está viciadain radice ("desde su raíz", no subsanable), ya que la violencia moral a la que fue sometido anula canónicamente la validez del acto de la renuncia.

Pero hay todavía una prueba más contundente que las tres anteriores, y es el discurso de despedida que el mismo Papa Ratzinger pronunció ante la curia romana el 27 de febrero, un día antes de tomar el helicóptero para retirarse temporalmente a Castel Gandolfo.

En esa alocución se refirió a la invitación que recibió de Dios cuando fue electo Papa el 19 de abril de 2005. En esa ocasión dijo (párrafo 23) que la vocación que recibió de Cristo es ad vitam (para toda la vida) y que, por ello, nunca podrá renunciar a ella (como siempre lo entendieron todos los Papas en la historia de la Iglesia): "El siempre es también un para siempre, no hay más un retorno a lo privado".



Además, Benedicto estableció, ante los órganos jurídicos de la Iglesia, que él conservaría la sotana blanca, mantendría el apelativo "Su Santidad", conservaría las llaves de Pedro en su escudo, y seguiría siendo Papa, añadiendo simplemente el epíteto "emérito". Esto último es muy significativo pues, cuando el Papa Gregorio XII renunció, volvió a ser cardenal, y cuando el Papa Celestino V renunció, volvió a ser monje. No lo estableció así el Papa Benedicto XVI.

Ese discurso expresa claramente su convicción de que él seguiría siendo el Vicario de Cristo, y de que solamente estaba renunciando a los cargos administrativos del papado. Sic et simpliciter.

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