Tanto para el Vaticano como para los nazis, la católica Croacia, rodeada de ortodoxos y musulmanes, fue siempre un perla. A partir de 1941, cuando los nazis disolvieron Yugoeslavia, la Iglesia católica se vinculó estrechamente al Estado títere dirigido por los ustachis. Alentados por el Vaticano, que vio una oportunidad inmejorable de aumentar su influencia en la zona, los miembros de la Iglesia croata no solo bendijeron al nuevo régimen, sino que participaron directamente en las matanzas.
Al comienzo de la II Guerra Mundial los nazis utilizaron a los ustachis croatas para crear un Estado títere con un filonazi -Ante Pavelic- como presidente. Además de nazi, Pavelic era un ferviente católico y visitante regular del Vaticano y el Papa. Los ustachis croatas también enviaron tropas al frente soviético para luchar contra el Ejército Rojo, pero los problemas empezaron a surgir pronto con las milicias que quedaron dentro de Croacia. Fanáticos y violentos, los ustachis católicos comenzaron a asesinar a los antifascistas y, de paso, también a los gitanos, homosexuales, serbios (de religión ortodoxa) y judíos. Los sacerdotes católicos cambiaron la sotana por el uniforme de los temibles escuadrones de la muerte, dirigieron los asaltos más brutales y practicaron torturas que nunca antes se habían visto en el siglo XX.
El régimen ustacha fue el más sanguinario de toda la Europa ocupada. No hubo límites a las salvajadas cometidas contra la población civil. El historiador francés Edmond Paris calcula el número de muertos en más de un millón de personas (1), lo que, comparativamente con el total de la población, hace que las masacres cometidas por los ustchis fueran las mayores de todas, muy superiores a los nazis. La dominación católica sobre el país no es ajena a esa circunstancia.
Los campos de concentración son un invento cristiano que los nazis heredaron. En Skitópolis (Siria) los cristianos inventaron en el año 359 el primer campo de concentración que registra la historia.
Majstorovic En los años 1942 y 1943 en Croacia existieron numerosos campos de exterminio, creados y mantenidos por los ustachis católicos de Pavelic: Lobor, Jablanac, Mlaka, Brescica, Ustica, Stara Gradiska, Jastrebarsko, Gornja Rijeka, Koprivnika, Pag y Senj. Incluso había campos de concentración exclusivamente para niños. El más conocido de estos campos fue el de Jasenovac, dirigido por el fraile franciscano Filipovic Miroslav. Sus víctimas le conocían por el sobrenombre de Majstorovic y fue nombrado capellán del ejército después del establecimiento del Estado títere croata, participando en las conversiones forzosas y masacres. Él mismo contó cómo participó en la masacre de Drakulic, cerca de Banja Luka. Según su propio testimonio, su primera víctima fue un niño que mató con sus propias manos mientras les decía a los ustachis presentes: Ustacha, yo rebautizo a estos degenerados en el nombre de Dios y ustedes deben seguir mi ejemplo.
En la jerga ustacha la expresión rebautizar aludía a una ceremonia con sangre y no con agua porque, por su condición de cristianos ortodoxos, los serbios no necesitaban el bautismo para entrar en la Iglesia católica.
Por su reconocido celo los ustachis le nombraron comandante del campo de Jasenovac en junio de 1942, donde sirvió hasta octubre del mismo año. Durante esos cuatro meses más de 30.000 personas fueron asesinadas. Este campo de exterminio ha pasado a la historia como el tercero en cuanto a número de masacrados: entre 300.000 y 600.000 en un país diminuto. Los frailes de Jasenovac no necesitaron nunca el asesoramiento nazi puesto que disponían de mejores profesores y, además, vestían el mismo hábito. Como disponían de suficientes cobayas, asesinaron con una gran variedad de métodos, desde clavar astillas de madera en el paladar hasta obligar a unos presos a que se mataran mutuamente con un martillo pilón.
Majstorovic fue acusado de crímenes de guerra y en su juicio admitió haber supervisado el exterminio de más de 30.000 prisioneros. El franciscano contó: Durante mi estancia en el cargo, de 20.000 a 30.000 prisioneros fueron liquidados en Jasenovac de acuerdo a mis papeles [...] en su mayoría gitanos, judíos y serbios de las montañas Kozara [...] Algunas veces participé en las liquidaciones [...] admito haber matado a 100 prisioneros personalmente en el campo de Jasenovac y en Stara Gradiska.
Egon Berger, un superviviente de Jasenovac, recuerda cómo Majstorovic tomó a los hijos de tres mujeres que le rogaban misericordia y se ofrecían a sí mismas en el lugar de ellos. Según Berger, tiraron a dos niños al suelo y al tercero al aire como una pelota. El padre Filipovic Majstorovic, mientras lo tiraba al aire, sostenía un palo con punta hacia arriba, pinchándolo así tres veces, la cuarta vez entre lamentos y risas, el pequeño quedó clavado en el palo. Las madres fueron tiradas al piso y les arrancaron el pelo y cuando empezaron a gritar desaforadamente, la Compañía 14 de los ustachis se las llevaron para liquidarlas.
Como comandante del campo, Filipovic administraba el establecimiento con la asistencia de Vjekoslav Maks Luburic, Ljubo Milos, Ivica Matkovic, Zvonimir Brekalo, Ivica Brkljacic, Saban Mujica, Brekalo, Zvonko Lipovac, Franciscano Culina y otros. En su libro The Vatican’s Holocaust (El holocausto del Vaticano), Avro Manhattan describe lo que ocurrió en Jasenovac el 29 de agosto de 1942, cuando llegaron las órdenes de ejecución: Se hicieron apuestas para ver quién liquidaba más reclusos [...] el Padre Pero Brzica le cortó la garganta a 1.350 prisioneros con un filoso cuchillo de carnicero [...] Así ganó el premio de rey de los Degolladores, que incluía un reloj de oro, un juego de mesa de plata y un cerdito rotizado entre otras cosas.
Brzica era un franciscano que estudiaba becado en el monasterio de Siroki Brijeg.
Otra versión de esta macabra historia la contó Mile Friganovic, uno de los participantes en ella:
El franciscano Pero Brzica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostamos para ver quién mataría más prisioneros en una noche. La matanza comenzó y después de una hora yo maté a muchos más que ellos. Me sentía en el séptimo cielo. Nunca había sentido tal éxtasis en mi vida, después de un par de horas había logrado matar a 1.100 personas mientras los otros pudieron matar entre 300 y 400 cada uno. Y después, cuando estaba experimentando mi más grandioso éxtasis, noté a un viejo campesino parado mirándome con tranquilidad mientras mataba a mis víctimas y a ellos mientras morían con el más grande dolor. Esa mirada me impactó en medio de mi más grandioso éxtasis y de pronto me congelé y por un tiempo no me pude mover. Después me acerqué a él y descubrí que era del pueblo de Klepci cerca de Capljina y que su familia había sido asesinada y enviado a Jasenovac después de haber trabajado en el bosque. Me hablaba con una incomprensible paz que me afectaba más que los desgarradores gritos a mi alrededor. De pronto sentí la necesidad de destruir su paz mediante la tortura y así mediante su sufrimiento poder yo restaurar mi estado de éxtasis para poder continuar con el placer de inflingir dolor.
Lo apunté y lo hice sentar conmigo en un tronco. Le ordené gritar: ‘¡Viva poglavnik [caudillo] Pavelic!’, o te corto una oreja. Vukasin no habló. Le arranqué una oreja. No dijo una palabra. Le dije otra vez que gritara ‘¡Viva Pavelic!’ o te arranco la otra oreja. Le arranqué la otra oreja. Grita: ‘¡Viva Pavelic!’, o te arranco tu nariz y cuando le ordené por cuarta vez gritar ‘¡Viva Pavelic!’ y lo amenacé con arrancarle el corazón con mi cuchillo, me miró y en su dolor y agonía me dijo: ‘¡Haga su trabajo, criatura!’ Esas palabras me confundieron, me congeló, y le arranqué los ojos, le arranqué el corazón, le corté la garganta de oreja a oreja y lo tiré al pozo. Pero algo se rompió dentro de mí y no pude matar más durante toda esa noche.
El franciscano Pero Brzica me ganó la apuesta porque había matado a 1.350 prisioneros y yo pagué sin decir una palabra (2).
En Drakulic 1.500 serbios fueron asesinados en un día. La orgía de muerte continuó en Motika y Sargovac, también cerca de Banja Luka. Los que no eran quemados, eran apuñalados, baleados, descuartizados o abandonados para morir de inanición. Muchos fueron arrojados desde las montañas mientras otros eran ametrallados, molidos a golpes o degollados. Pueblos enteros fueron quemados, innumerable número de mujeres violadas y miles murieron durante las marchas de invierno. Solían arrancar los ojos de los prisioneros, aunque la mayoría de las víctimas eran simplemente apuñaladas, cortadas o acribilladas a balazos. Las atrocidades eran de tal magnitud que informantes nazis de la Sicherheitsdienst der SS se quejaron ante Hitler: los católicos ustachis quemaban a sus víctimas en hornos de ladrillos refractarios estando vivos, mientras los nazis eran mucho más humanos porque primero los mataban. Según Edmond Paris, multitudes de niños fueron metidos vivos en los hornos crematorios.
Filipovic fue reemplazado de su puesto de comandante del campo de concentración por otro sacerdote, Ivica Brkljacic. El fraile fue trasladado al campo de concentración de Stara Gradiska, donde desempeñó el cargo de comandante hasta el 20 de marzo de 1943. La Enciclopedia del Holocausto le nombra como uno de los más crueles asesinos del campo de concentración por haber matado con sus propias manos a miles.
Pavelic Tras la II Guerra Mundial Pavelic fue condenado por crímenes de guerra, y con él muchos sacerdotes ustachis y jerarcas de la Iglesia católica, entre ellos el sacerdote Dragutin Kamber, quien ordenó la matanza de casi 300 serbios ortodoxos, el obispo Ivan Saric de Sarajevo y el obispo Gregory Rozman de Eslovenia, buscado como colaborador nazi.
Pero Pavelic no fue capturado y los guerrilleros le buscaban afanosamente. El 6 de mayo de 1945, un día después de la capitulación alemana, abandonó Zagreb, se internó en Austria y luego en Italia. En Roma la Iglesia católica le ocultó en un seminario. Su estancia en Roma era conocida por el espionaje americano, pero Estados Unidos no tenía interés en la detención de ningún anticomunista del este de Europa. Según un documento secreto de julio de 1947, la embajada de Estados Unidos en Roma ordenó a la OSS dejar las manos libres a Pavelic porque era un protegido del Vaticano. Seis meses después huyó a Madrid y de aquí a Argentina, donde fue consejero de seguridad de Perón.
Dos años después de la caída de Perón, en abril de 1957, el gobierno de Tito intentó ejecutarlo en dos oportunidarles, por medio de sus servicios de inteligencia en el exterior. Tuvo que huir para evitar la detención y la extradición. Se trasladó a Paraguay y desde allí de nuevo al Madrid franquista, donde murió a finales de 1959.
El cardenal Stepinac: de criminal a beato
En sus numerosas visitas a Croacia el papa Wojtyla (alias Juan Pablo II) siempre se negó a visitar los campos de concentración ustachis. Su viaje de 4 de octubre de 1998 tuvo por objeto beatificar a Alojzije Stepinac.
Nombrado arzobispo de Zagreb por Pio XII en diciembre de 1937, Stepinac (1898-1960) fue el máximo dirigente de la Iglesia católica en Croacia durante la II Guerra Mundial y, a la vez, vicario castrense de las Fuerzas Armadas ustachis. En un régimen que reconocía al catolicismo como el corazón de su identidad nacional, la influencia del arzobispo en los crímenes que ocurrieron durante la guerra fue decisiva.
Para Stepinac la imposición del Estado ustacha independiente por los nazis significaba la realización de las aspiraciones católicas. En una carta pastoral publicada menos de un mes después de la fundación del nuevo Estado, Stepinac lo legitimaba diciendo que tras él estaba la influencia de la mano divina.
Por eso aplaudió el final de la tolerancia religiosa y el establecimiento del dogma católico como ley en el nuevo Estado y, por tanto, la imposición de la pena de muerte por aborto. En su primera entrevista con Pavelic, el arzobispo apoyó la persecución de las demás confesiones religiosas:
El Arzobispo le dió su bendición [a Pavelic] por su trabajo [...] Cuando el Arzobispo había concluido, el poglavnik [caudillo] contestó que deseaba dar todo su apoyo a la Iglesia católica. También dijo que arrancaría de sus raíces a la secta denominada Viejos Católicos que no era más que una organización para el divorcio. Continuó diciendo que no mostraría ningún tipo de tolerancia hacia la Iglesia ortodoxa, porque a su parecer, no era una Iglesia sino una organización política. Todo esto dejó al Arzobispo con la impresión que el poglavnik [caudillo] era un católico sincero y que la Iglesia católica tendría libertad de acción, aunque el Arzobispo no se autoengaña pensando que todos estos planes son fáciles de ejecutar.
Stepinac se quejó de que los fascistas italianos que ocuparon parte de Croacia durante la guerra permitían una libertad religiosa excesiva que amenazaba la estabilidad del Estado. Los fascistas eran unos blandos. Stepinac le escribe al obispo de Mostar diciendo:
Los italianos han vuelto y han reimpuesto su autoridad civil y militar. Las iglesias cismáticas revivieron inmediatamente después de su regreso y los sacerdotes ortodoxos hasta ahora escondidos volvieron a reaparecer con libertad. Los italianos parecen favorecer a los serbios y perjudicar a los católicos.
También envió una queja similar Ministro de Asuntos Italianos en Zagreb:
Ocurre que en los territorios croatas anexionados por Italia se puede observar una caída constante de la vida religiosa y un evidente viraje del catolicismo al cisma. Si la parte más católica de Croacia dejara de serlo en el futuro, la culpa y la responsabilidad ante Dios y la historia sería de la Italia católica. El aspecto religioso de este problema lo transforma en mi obligación y deber hablar en términos simples y abiertos desde el momento que yo personalmente soy el responsable del bienestar religioso de Croacia.
Al final de la guerra, el 24 de marzo de 1945, Stepinac convocó a la Conferencia Episcopal croata. Los obispos suscribieron una carta pastoral en la que defendían la política que Pavelic y sus ustachis habían llevado a cabo durante todos aquellos años. En la misma pastoral lanzaban una crítica implacable contra los guerrilleros de Tito, a quienes calificaba de bolcheviques y antirreligiosos.
Cuando los ustachis huyeron precipitadamente de Zagreb ante el avance de la guerrilla, acudieron de nuevo al arzobispo para que intercediera por su causa ante la Santa Sede. Stepinac ayudó a esconder a los criminales ustachis de alto rango como Mints, Smelled, Skull, Maric y otros. Muchos ministros ustachis como Canki, Balen y Petric dejaron sus bienes bajo el cuidado de la alta curia católica y en el palacio de Stepinac el ministro Alajbegovic enterró los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores.
El secretario de Stepinac, el sacerdote Viktor Salic, mantenía a estos grupos en contacto. En el otoño de 1945 desde su escondite Pavelic envió a Yugoeslavia a uno de sus lugartenientes de máxima confianza, el antiguo jefe de la policía ustacha, el coronel Erik Lisak. Éste entró en Yugoeslavia de forma ilegal a través de Trieste, contactó inmediatamente con Salic y así pudo reunirse con Stepinac. En las dependencias del arzobispo recibió información sobre el paradero de los miembros de los grupos ustachis que quedaban en el interior, a quienes ordenó incrementar las acciones terroristas. A raíz de esto los ustachis lanzaron un programa de sabotaje y asesinato de oficiales de la nueva República yugoeslava para impedir su consolidación.
Estos grupos adoptaron desde entonces un glorioso nombre cristiano que los definía a la perfección: los Cruzados, el mismo que habían utilizado para realizar sus actividades legalmente en Yugoeslavia antes de la guerra. De nuevo fue la Iglesia católica quien facilitó que llevaran a cabo sus planes. Desde las iglesias y monasterios en los que se ocultaban los refugiados ustachis en Roma, enviaban órdenes a los grupos cruzados que aún quedaban en la nueva Yugoeslavia. En la capilla de Stepinac consagraron una bandera para aquellos cruzados.
El golpe más duro contra los ustachis fue la detención del arzobispo el 12 de junio de 1946, acusado de colaboración con el régimen derrocado. El 11 de octubre Stepinac fue condenado a 16 años de trabajos forzados y 5 de privación de sus derechos cívicos, siendo enviado a un campo de prisioneros. En 1951 la pena le fue conmutada por la de arresto domiciliario, lo cual, lejos de calmar, acrecentó las provocaciones del Vaticano. Al año siguiente Pío XII anunció su decisión de hacer cardenal a Stepinac y Yugoeslavia tuvo que romper las relaciones diplomáticas con la Santa Sede. A pesar de todo, el Papa hizo efectivo el nombramiento al año siguiente. Stepinac permaneció recluido en la parroquia de Krasic durante ocho años, hasta su muerte en febrero de 1960.
El 14 de febrero de 1992, el Parlamento de la nueva Croacia independiente decidió rehabilitar la memoria de Stepinac y de todos los demás criminales de guerra ustachis. La Congregación para las Causas de los Santos le declaró mártir en 1997 y fue beatificado el 3 de octubre de 1999 por Juan Pablo II.
Las líneas de ratas
En Yalta los aliados habían acordado repatriar a los criminales de guerra, pero después de la guerra mundial para los imperialistas el hostigamiento contra la Unión Soviética era mucho más importante, y ahí los nazis tenían una amplia experiencia. Los imperialistas anglosajones les dejaron escapar y luego organizarse para utilizarles para sus propios objetivos. Así nació Odessa, que son las iniciales de Organisation der ehemaligen SS Angehörigen, la organización de antiguos miembros de las SS creada por Skorzeny tras la guerra. Se hizo famosa al publicarse la novela del mismo nombre de Frederick Forsythe. Hasta que en 1984 se abrieron los archivos de la CIA, siempre se pensó que la fuga de los criminales de guerra hacia España y América Latina había sido organizada por Odessa, es decir, por los propios nazis clandestinamente. Hoy todos los documentos demuestran que eso estuvo organizado por el Vaticano y los imperialistas de Estados Unidos y Gran Bretaña, cuyos servicios de inteligencia las denominaron Rats Lines (líneas de ratas).
Esas líneas de ratas permitieron la fuga de unos 30.000 dirigentes nazis a España y América Latina y en ellas es fácil apreciar un triángulo bien trabado de intereses: nazis, católicos e imperialistas anglosajones. El Vaticano tomó la iniciativa, fue quien organizó la red para rescatar a los ustachis del interior de Croacia y esconderlos. Los imperialistas dejaron hacer a los jefes católicos y luego las reforzaron y financiaron para dejar escapar por los mismos conductos a los nazis. El interés de la Santa Sede en la red no era sólo ideológico sino económico: las arcas vaticanas se quedaron con una parte del botín de guerra nazi en pago a sus servicios y blanquearon el resto.
Un antiguo agente secreto del ejército de Estados Unidos, William Gowen, que operó en Roma tras la II Guerra Mundial, declaró ante un tribunal federal de San Francisco en diciembre de 2005 que Pío XII organizó con el cardenal Montini y el obispo Hudal las líneas de ratas. La declaración fue revelada por el diario israelí Haaretz. Gowen trabajó como agente especial de inteligencia en la embajada norteamericana en Roma, en una unidad secreta conocida como Operación Círculo. Al respecto, en 2002 el argentino Uki Goñi escribió sobre el tema una excelente investigación, donde describe cómo miles de criminales de guerra llegaron a Argentina y revela que a tales efectos Perón creó un despacho especial dentro la Casa Rosada (3).
El cardenal Giovanni Battista Montini, que luego fue papa con el seudónimo de Pablo VI, era un peón de confianza a la vez de los alemanes y de los norteamericanos. Por su parte, el obispo austriaco Alois Hudal era rector del Colegio Pontificio de Santa Maria dell’Anima, representante de la Conferencia Episcopal alemana en Roma, amigo íntimo y luego secretario del futuro papa Pablo VI. Se hizo famoso ya antes de la guerra por su antisemitismo. Afirmaba que el estado liberal era el responsable de haber derribado los muros del gueto, trató de conciliar el nazismo con la fé católica y dio el visto bueno a las leyes de Nuremberg. Ferviente nacionalista alemán, Hudal veía al nazismo como una continuación del Sacro Imperio Romano Germánico que podía hacer frente a la vez al peligro del marxismo y el judaísmo. Logró salvar cientos de criminales que deberían haber sido ajusticiados por los actos cometidos durante el régimen nazi. Antes de su muerte en 1963, reconoció en sus Diarios Romanos su implicación en las líneas de ratas, considerándolas como un acto de caridad.
Bajo la dirección de Montini y Hudal, el elemento clave de la red era el obispo ustacha Krunoslav Draganovic. Según la declaración de Gowen ante el tribunal de San Francisco, un hombre clave en el Colegio Pontificio Croata era Draganovic. Aquella institución otorgaba papeles falsos como pasaportes a los criminales de guerra entre ellos Pavelic. Yo personalmente investigué a Draganovic y me dijo que él informaba a Montini. Más que oscura la biografía de Draganovic es totalmente negra. Fraile franciscano y secretario del arzobispo de Sarajevo, Draganovic era a la vez coronel del ejército ustacha que organizaba las conversiones a la fuerza de los serbios en los campos de concentración. Trabajó en la limpieza étnica dentro del Ministerio para la colonización interna, encargado del reasentamiento de católicos y musulmanes en las tierras de los serbios asesinados o deportados, así como de la administración de los bienes saqueados a éstos. En 1943 se trasladó al Vaticano, donde dirigió el Instituto San Girolamo, un seminario de monjes croatas cuyas espaciosas instalaciones, en realidad, servían como centro clandestino de las líneas de ratas. Representante de la Cruz Roja croata, Draganovic se transformó en el emisario oficioso de los ustachis en el Vaticano y el vínculo con la red vaticana de ayuda a los criminales de guerra. Draganovic y colaboradores como el sacerdote Golik fueron los responsables de ayudar a nazis, ustachis y fascistas de todas las nacionalidades a escapar mediante la falsificación de pasaportes de la Cruz Roja. Los carniceros huyeron a España y América Latina mediante fondos que venían de organizaciones como Cáritas, Cruz Roja y otras más oscuras relacionadas con la OSS americana y el MI6 británico.
En realidad el franciscano Draganovic, además de agente del espionaje vaticano, también trabajaba para la inteligencia estadounidense, británica y francesa, según afirman Mark Aarons y John Loftus (4). De hecho en 1962 estaba en la nómina de los sueldos de la CIA. Pero tras la ruptura de Tito con el movimiento comunista internacional, regresó al país donde dio una rueda de prensa el 15 de novembre de 1967 alabando los grandes progresos del régimen. Pasó el resto de su vida en Sarajevo, donde falleció en junio de 1982.
Otro que participó en las líneas de ratas fue Reinhard Kopps, que había trabajado para el Abwehr, el espionaje alemán, en Yugoeslavia, Bulgaria y Albania. Conocido luego en Argentina como Juan Maler, recibía las solicitudes de emigración y colaboraba con Hudal para enviar contingentes de criminales fuera de Europa. En Italia Kopps trabó un acuerdo con el consulado argentino en Génova a través de Franz Ruffinengo, secretario de la Comisión Argentina de Inmigración en esa ciudad, contratado por el consulado.
El Vaticano albergó a siniestros criminales de guerra y toda su infraestructura en Europa central (monasterios, iglesias, conventos, seminarios) sirvió para esconder a los carniceros nazis. Durante años fue célebre en Roma el monasterio de la vía Sicilia por el que pasaron nazis tan destacados como Franz Stangl, comandante de Treblinka, Gustav Wagner, comandante de Sobibor, Walter Rauff, inventor de las cámaras de gas móviles, Adolf Eichmann, el criminal que organizó las deportaciones de antifascistas de toda Europa a los campos de exterminio, Erich Priebke, oficial de las SS responsable de la matanza de rehenes en Roma, Ante Pavelic y sus ustachis así como los antiguos ministros de monseñor Tiso, como Karel Sidor, autor de la legislación antijudía de Eslovaquia. Todos ellos obtuvieron salvoconductos y documentación falsa de altos funcionarios del Vaticano y la Cruz Roja para que los criminales nazis pudieran huir de Europa en la posguerra. La católica Austria servía de puente. Por ejemplo, de Croacia Pavelic huyó a Austria donde fue ayudado por la inteligencia británica y por el Vaticano. De ahí pasó a esconderse en Roma y posteriormente en Argentina.
La puerta de salida de Europa estaba en Génova y, naturalmente, en los sacerdotes católicos del puerto así como en los políticos locales de la democracia cristiana. Allí existió una red de pisos francos para embarcar criminales de guerra bajo la protección del obispo genovés Giusseppe Siri, que coordinaba su red con el cura Karl Petranovic. El diario de Génova Il Secolo XIX recorrió los pisos francos donde los nazis esperaron sus barcos y fijó su atención en el destacado papel desempeñado por el obispo Siri. Después de este escándalo, en agosto de 2003 la curia local anunció la apertura de sus archivos sobre la llegada de criminales de guerra nazis a Génova y la protección que les dispensó la jerarquía católica.
La complicidad se extiende a numerosos países e instituciones capitalistas. Suiza permitió el tránsito ilegal de nazis a través de su territorio. En aquel país el jefe de policía de los años cuarenta, Heinrich Rothmund, pactó con los agentes argentinos para esconder nazis en Argentina. La Cruz Roja admitió tras la muerte de Mengele que le había proporcionado un pasaporte falso expedido a nombre de Helmut Gregor, un alias que seguiría usando en Argentina. Para camuflar a los alemanes se los hacía pasar por italianos originarios del Alto Adigio, en el norte de Italia.
Pero las líneas de ratas nunca hubieran funcionado sin el apoyo activo de los imperialistas estadounidenses y británicos, que ya tenían la vista puesta en la guerra fría. Dependían del 430 cuerpo de contra-inteligencia del ejército estadounidense en la Austria ocupada que dirigían Jim Milano y Paul Lyon. Su primera tarea consistió en rescatar a los nazis y colaboracionistas atrapados tras las líneas soviéticas y trasladarlos al cuartel general americano en Salzburgo para reutilizarlos en la lucha contra el comunismo. Como agente doble, el franciscano Draganovic tenía contacto con el contraespionaje estadounidense quien puso su red a disposición de todos aquellos nazis que Estados Unidos quería esconder en Sudamérica. Por ejemplo, se hizo cargo de Josef Mengele, el médico de las SS en el campo de exterminio de Auschwitz, y del oficial de las SS y de la Gestapo Klaus Barbie, el carnicero de Lyon. Barbie fue entregado a Draganovic por George Neagoy y Jack Gay, oficiales de inteligencia estadounidenses en la estación de tren de Génova. En persona Draganovic acompañó a Barbie a Via Albaro 38, donde fue recibido con un vigoroso ¡Heil Hitler! por los diplomáticos del consulado argentino. El desconfiado Barbie pensó que se trataba de una trampa pero luego se dio cuenta de que el saludo era sincero. Una vez con el visado argentino en la mano, Barbie obtuvo un salvoconducto de la Cruz Roja bajo el apellido Altmann para él y toda su familia. Embarcaron en Génova en el buque Corrientes el 22 de marzo de 1951. Cuatro semanas después desembarcaron en Buenos Aires, donde permanecieron poco tiempo antes de establecerse en Bolivia. Cuando Barbie preguntó a Draganovic por qué le ayudaba a fugarse, el sacerdote contestó: Debemos preservar una especie de reserva de la que podamos nutrirnos en el futuro.
El franciscano croata aprovechó la oportunidad para hacerse con una pequeña fortuna puesto que cobraba 1.000 dólares por este servicio por organizar la fuga de cada asesino (1.400 dólares para candidatos especiales). Los 650 doláres adicionales por el transporte hasta el Cono Sur los cobraba aparte.
El santuario ustacha en la España franquista
La España franquista se convirtió en un santuario para los criminales de guerra ustachis, lo mismo que para los nazis alemanes (Otto Skorzeny), rexistas belgas (Leon Degrelle) y cagoulards franceses (Jean Filliol), entre otros muchos. Aquí gozaron de protección por parte de un régimen con el que compartían los mismos rasgos políticos: el nacionalismo y el catolicismo.
Uno de los que encontró su escondite a la sombra de la iglesia franquista fue el general Vjekoslav Maks Luburic, responsable de los campos de concentración en la Croacia independiente. En 1946 un informe fechado en Zagreb y titulado The state comission of Croatia for the Investigation of the Crimes of the Occupation Forces and Their Collaborators, detallaba que Luburic recibía personalmente a los prisioneros que llegaban al campo de Jasenovac. Les arengaba con un discurso lleno de insultos y ordenaba que les quitaran todas las pertenencias. En la Navidad de 1942 pronunció un discurso durante un banquete. Había bebido, pero acertó a decir que en el transcurso de un año, el gobierno croata había matado más personas que imperio otomano durante su larga estancia en Europa. Uno de sus métodos preferidos para asesinar a hombres, mujeres y niños era golpearlos con mazas. Luburic fue también el responsable de la muerte de dos ministros del gobierno croata, a los que quemó vivos en un vagón de tren cuando intentaron establecer relaciones diplomáticas con los aliados para negociar un alto el fuego.
Tras finalizar la II Guerra Mundial se refugió en España, donde entró vestido -qué casualidad- de franciscano. Fue esta orden católica la que le ayudó en su huida de los Balcanes para llegar hasta aquí, donde se casó con una española, Isabel Hernáiz, con la que tuvo cuatro hijos.
Bajo el nombre falso de Vicente Pérez García, el general Luburic tenía una imprenta en el número 33 de la calle de Santa Ana de Carcaixent (Valencia), donde vivía. Allí imprimía propaganda contra la Yugoeslavia del mariscal Tito. La elección del lugar para instalar la imprenta tampoco parece ser ninguna casualidad: en la calle de Santa Ana de Carcaixent se encuentra el convento y el colegio de los franciscanos, dirigido en aquella época por el padre Oltra, teólogo y consejero de Franco.
En Carcaixent Luburic creó la Resistencia Nacional Croata, una organización terrorista que aglutinaba a los criminales de guerra huidos, con tentáculos que se extendían por una docena de países. Su objetivo era derrocar a Tito, dividir a Yugoeslavia y conseguir de nuevo la independencia de Croacia, como efectivamente lograron después de la guerra de los Balcanes de 1991-1994.
Bajo el nombre clave de general Drinjanin, Luburic era el comandante en jefe de esta organización que se presentaba a sí misma como Fuerzas Armadas de Croacia. Los comunicados que Luburic imprimía en Carcaixent llegaban incluso a Chicago, donde el periódico croata Danica publicó el 9 de agosto de 1950 una orden suya en la que prohibía que los militares croatas se alistaran en ejércitos extranjeros: El mando supremo de todas las fuerzas armadas croatas marchará contra el bolchevismo cuando lo considere oportuno, para luchar codo con codo con otras naciones anticomunistas, bajo nuestra bandera y con nuestras propias formaciones del ejército croata, escribió. El propio general ustacha reveló que se había lanzado en paracaídas al frente de un comando sobre la residencia de Tito y que aquella noche le había tenido a corta distancia, pero que le faltaron segundos para apretar el gatillo.
Pero a Tito no le faltó ningún segundo y en abril de 1969 un comando yugoeslavo lo ejecutó en su escondite de Carcaixent. La inteligencia de Tito había logrado infiltrar a un agente, Ilija Stanic, en la imprenta que proporcionó la pista del criminal ustacha.
El sumario que se instruyó en los juzgados de Alzira por la ejecución de Luburic no aparece. El expediente judicial estuvo en manos de la Audiencia Provincial de Valencia durante algún tiempo, pero luego pasó a unos almacenes que la Administración de Justicia posee en Moncada. Unas inundaciones dañaron una parte de los documentos archivados y, posiblemente, entre ellos se encuentra el caso Luburic. No obstante, la historia la ha narrado el periodista Francesc Bayarri en su libro Cita a Sarajevo de la editorial L’Eixam, publicado en 2006.
Tras el crimen, la imprenta de la calle de Santa Ana continuó funcionando algunos años, pero los refugiados ustachis en España tomaron precauciones ante lo que pensaron que era el inicio de una cadena de represalias.
En pleno franquismo, a su entierro acudieron las máximas autoridades civiles y militares, y un monumento suyo preside aún el cementerio de Carcaixent. Muy recientemente, en plena democracia, un grupo de ustachis llegados desde Zagreb le rindieron un homenaje ante su tumba. Decían que España ya había cambiado pero seguíamos sin notar la diferencia… Seguimos siendo el santuario de todos los fascistas del mundo.
El botín de guerra
Los ustachis exterminaron a serbios, judíos y gitanos después de robarles sus propiedades y pertenencias. Gracias al régimen nazi croata, el Vaticano se apropió de ricos monasterios, valiosos bienes inmuebles, numerosas iglesias ortodoxas y gran cantidad de obras de arte y tesoros religiosos pertenecientes a la Iglesia ortodoxa oriental. La mayor parte del botín, que incluía obras de arte, artículos de las iglesias, oro y piedras preciosas, nunca se recuperó. Tras la liberación de Zagreb, la guerrilla antifascista yugoeslava encontró en la cripta del monasterio franciscano del capitolio de Zagreb, muy cerca de las dependencias de Stepinac, 36 cajas llenas de oro robado a las víctimas de los ustashis, en las que se encontraban relojes, pulseras, pendientes, dientes de oro, colgantes y otros objetos de gran valor. Las cajas estaban ocultas bajo los huesos de franciscanos enterrados en la cripta siglos atrás. Más tarde se descubrió que el oro había sido escondido por el sacerdote Radoslav Glavas, para lo que se había puesto de acuerdo con el dirigente de los franciscanos Modest Martincic y con el sacerdote Klemen, todo ello con el conocimiento de Stepinac.
Según la carta número 2733/942 del ordinario del obispado de Djakovo, fechada el 8 de junio de 1942, hasta el momento y tan solo en el territorio correspondiente a ese obispado, 28 iglesias ortodoxas serbias se habían transformado en iglesias católicas.
Los ustachis también obligaron a los judíos de Zagreb a entregarles 1.000 kilogramos de oro y, pese a ello, los asesinaron en los campos de concentración. Luego el botín fue llevado por sacerdotes católicos al Vaticano y utilizado para proteger y enviar a criminales nazis de guerra a España y el Cono Sur.
El día de la capitulación de Alemania, 288 kilogramos de oro fueron removidos del Banco Nacional de Croacia y del Tesoro Nacional. Parte de este oro cayó en manos de Draganovic. Éste también fue un personaje central en la desaparición de unos 350 millones de francos suizos que procedían del expolio de los serbios, judíos y gitanos deportados. Según varias fuentes, el dinero fue sacado de Yugoeslavia por Austria previo pago a los imperialistas británicos de 150 millones para que hicieran la vista gorda. Hay constancia del uso de ese dinero para compensar a empresas británicas que habían suministrado armamento durante la guerra.
Con la protección de Londres, Pavelic transportó en diez camiones toda las joyas y obras de arte robadas a la zona de Austria ocupada por Gran Bretaña. Los británicos colaboraron porque tenían la intención de utilizar a Pavelic como espía contra la Yugoeslavia socialista. Luego trasladaron los tesoros a Roma donde fueron puestos en las manos del obispo Draganovic, que se ocupó de esconder a Pavelic y a varios de sus asistentes en seminarios y otros centros eclesiásticos en Roma.
La mayor parte del botín de guerra pasó a manos de la orden franciscana dado su decisivo papel en el exterminio de los serbios. En 1941 Pavelic entregó a la provincia franciscana de san Cirilo y san Metodio en Zagreb el gran territorio de la iglesia ortodoxa serbia en Pakrac. Los franciscanos se trasladaron a los edificios del obispado serbio de Pakrac y controlaron desde allí este territorio. El 29 de octubre de 1941 Pavelic entregó las propiedades de la iglesia serbia de Gospic a los franciscanos de Zagreb. Por su parte, Stepinac pidió a su caudillo Pavelic que entregara el monasterio serbio de Orahovica a los monjes trapenses que Hitler había evacuado de su monasterio en Reichenberg.
Representando a los herederos de los serbios expoliados durante la II Guerra Mundial, el despacho de abogados Easton & Levy inició acciones legales en 2000 contra el Vaticano y la orden de los franciscanos, así como contra varios bancos de Argentina, Suiza, España, Austria, Italia, Portugal y Alemania. Actualmente el Vaticano está involucrado en otro pleito juicial en Estados Unidos: el caso Alperin contra el Banco del Vaticano. Los supervivientes serbios y judíos de los campos de concentración, presentaron una demanda ante el tribunal federal de San Francisco con el objetivo de obligar al Vaticano a rendir cuentas de los fondos expoliados durante la II Guerra Mundial en colaboración con los nazis y los ustachis.
Hay demandas de ese tipo en varios países europeos. En el verano de 2006 se descubrió en bancos de Suiza, Suecia, Portugal y otras naciones neutrales las riquezas que los nazis robaron a sus víctimas. Los bancos guardaban secretamente el oro robado y lo lavaron para adquirir material de guerra y financiar las líneas de ratas.
Implicado en este asunto, el Vaticano se ha negado rotundamente a cooperar con la investigación y ha cerrado el acceso a sus archivos a pesar de las numerosas peticiones recibidas. No obstante, se espera que Estados Unidos presente un informe sobre las transacciones financieras del Vaticano durante la II Guerra Mundial.
La red Odessa
Otra de las cloacas nazis en la posguerra europea era el Madrid franquista, donde tomó el nombre de La Araña. En tres años el consulado español en París extendió 500 pasaportes falsos para encubrir a los criminales nazis. En 1944 empezaron a llegar a Madrid agentes del servicio secreto de Himmler con el fin de preparar una ruta que permitiera la huida de Alemania a los nazis derrotados (5).
En Galicia existía una organización encargada de ayudar a los nazis en su marcha hacia el continente americano. Desde las rías gallegas partían barcos con militares de las SS. Por allí pasaron, entre otros, Josef Mengele, Otto Scorzeny, Otto Remer y Leon Degrelle. Familias de la oligarquía española, como Lipperheide y Thyssen, colaboraron económicamente con los nazis, tanto en España como en el extranjero.
Hasta 1946 el operativo no se trasladó a Buenos Aires. La mayor parte de los criminales de guerra fugitivos en Europa llegó a Argentina. Diez días después del encuentro en el Vaticano entre Pío XII y Eva Perón, el 5 de julio de 1947, Ante Pavelic obtuvo su visado para emigrar a Argentina, a donde llegó en septiembre con un pasaporte falso de la Cruz Roja Internacional, con sotana de cura y bajo el nombre de Aranjos Pal.
Una circular interna del gobierno argentino promulgada en 1938 ordenó a las embajadas que no otorgaran visados a los judíos que huían de la persecución de la Alemania nazi. En Argentina no pudieron refugiarse los judíos perseguidos en Europa pero sí pudieron hacerlo luego sus perseguidores.
Perón pensó que los nazis podían servirle como fuerza de choque contra los comunistas. La evacuación de los nazis a Argentina estuvo cuidadosamente preparada por los hombres de confianza del general, que firmó un acuerdo secreto en Roma para la fuga de criminales de guerra franceses y belgas al país latinoamericano. El entonces obispo de Rosario, Antonio Caggiano, también viajó al Vaticano en 1946 para ser ungido cardenal. En Roma se reunió con el cardenal francés Eugène Tisserant, un experto anticomunista del Vaticano. En nombre del gobierno peronista el obispo ofreció a Argentina como refugio para los criminales de guerra franceses, los colaboracionistas del gobierno de Vichy escondidos en Roma. En diciembre de 1946 Perón puso a un hombre de la Iglesia a cargo de la Delegación Argentina de Inmigración en Europa cuya oficina central estaba en Roma. El presbítero José Clemente Silva, hermano del general ultranacionalista y amigo de Perón, Óscar Silva, partió de inmediato a Italia con instrucciones de organizar la evacuación de cuatro millones de europeos a Argentina, a razón de 30.000 por mes. El presbítero portaba además una encargo secreto de Perón: el traslado clandestino de personalidades especiales carentes de documentación.
Los permisos de entrada eran provistos por la Dirección de Migraciones de Buenos Aires, los pasaportes por la Cruz Roja, los visados por el consulado argentino y los barcos de la línea Dodero transportaban a los asesinos de Génova a Buenos Aires.
Los consulados argentinos tenían la ventaja adicional que eran de los pocos que estampaban visados en los pasaportes de la Cruz Roja. Estos documentos suplían los supuestamente perdidos por personas obligadas a abandonar su hogar durante la guerra pero, en realidad, servían a los que viajaban ocultando su verdadera identidad. La Cruz Roja hacía la vista gorda y los consulados argentinos hacían menos preguntas todavía.
Desde el comienzo la conexión entre Draganovic y Buenos Aires funcionó a la perfección. Una primera lista de 250 ustachis confeccionada en Europa y enviada a la filial de Caritas Croata en Argentina fue aprobada sin revisión por la Dirección de Migraciones el 27 de noviembre de 1946. Una segunda lista de otros 250 recibió más tarde igual trato preferencial.
Un elemento clave de Odessa fue Horst Alberto Carlos Fuldner: nacido en Belgrano (Buenos Aires) en 1910, de padres alemanes, viajó a Alemania en 1922, donde ingresó en las SS, alcanzando el grado de capitán y trabajando como agente del servicio secreto de Himmler. En 1945 vino a Madrid en una misión programada para después de la guerra, como pudo constatar el espionaje estadounidense en España. Trajo abundante dinero, un avión cargado de objetos de arte, su pasaporte alemán y el argentino. En Madrid se reunió con otros nazis fugitivos que pronto se trasladaron a Argentina.
En 1947 se celebró en la Casa Rosada, con la presencia de Perón, una reunión de la División de Informaciones argentina para organizar la fuga de los criminales de guerra nazis que permanecían en Europa. Además del jefe de la División de Informaciones, Rodolfo Freude, estaban allí el croata de la Luftwaffe Gino Monti de Valsassina; el antiguo embajador croata ante Hitler, Branco Benzon; el criminal de guerra belga Pierre Daye; el colaboracionista francés Georges Guilgaud Degay; el criminal franco-argentino Charles Lescat y el polaco Czeslaw Smolinski.
Fuldner cruzaba a sus colegas clandestinamente de Suiza a Alemania, llevándolos a Génova y de allí, en barcos de la línea Dodero, a Buenos Aires. El nazi germano-argentino murió en 1992 en Madrid bajo la tutela de la España democrática que tanto se desvela por defender los derechos humanos.
Uno de los ustacha que vivieron en Argentina fue Dinko Sakic, que también dirigió el campo de concentración de Jasenovac con el grado de capitán, siendo asistente personal del general Luburic. En 1998 el gobierno de Menem tuvo que conceder su extradición, fue encarcelado en Croacia y condenado a 20 años de prisión. Su mujer, Esperanza Sakic, también fue comandante de la sección femenina de aquel siniestro campo de exterminio. Extraditada a su país de origen, le absolvieron porque todos los testigos habían muerto y siguió libre. Su nombre verdadero era Nada Luburic, la hermana del general ajusticiado en Carcaixent en 1969.
Otro de los asesinos ustachis refugiados en Buenos Aires fue Juan (Ivo) Rojnica, que fue comandante militar de Dubrovnik y vistió el uniforme de las SS. Su tarea consistía en purgar a los antifascistas, serbios, gitanos y judíos. En Buenos Aires fue amigo personal de Alberto Kohan y conocido de Menem. En 1991 Croacia le nombró embajador en la Argentina, que no aprobó su nombramiento. Entrevistado por La Nación el 14 de mayo de 1998, Rojnica se defendió de las acusaciones diciendo que en su país era uno de los padres de la patria. Naturalmente se refería a la patria croata surgida de la partición de Yugoeslavia en 1991.
Uno de los primeros criminales de guerra que llegaron a Argentina fue Jacques de Mahieu, un colaboracionista francés condenado a muerte que se hizo amigo íntimo de Perón e incluso escribió algunos de los textos doctrinarios del peronismo. Hay fotos de De Mahieu en 1989 haciendo campaña presidencial para Menem. Las cosas son así: los criminales de guerra siempre se han distinguido por la defensa de las elecciones libres.
Medio de siglo de complicidad con los criminales de guerra
La historia no acabó con la posguerra mundial. Tras la caída del telón de acero y la partición de Yugoeslavia, el primer presidente croata, Franjo Tudjman, se reivindicó a sí mismo como continuador del régimen ustacha de Ante Pavelic. La independencia de Croacia y la brutal guerra de los Balcanes, no fue más que una maniobra de los imperialistas alemanes con la inestimable complicidad, una vez más, del Vaticano. Los problemas se reprodujeron: masacres, campos de exterminio, limpieza étnica…
En unas declaraciones que publicó el diario británico Daily Telegraph el 20 de setiembre de 2005, la fiscal del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoeslavia, Carla del Ponte, acusó a la Iglesia Católica y a la jerarquía vaticana de proteger al criminal de guerra croata Ante Gotovina: El Vaticano podría señalar exactamente en cuál de los 80 monasterios católicos de Croacia ha encontrado refugio el general Gotovina, dijo Del Ponte.
La fiscal suiza dijo estar decepcionada en extremo por el muro de silencio del Vaticano, tras meses de llamamientos secretos a altos funcionarios del Vaticano, incluido uno directamente dirigido al papa Ratzinger, todos ellos sin éxito.
El general Gotovina era uno de los asesinos más buscados por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad cometidos en la guerra de Yugoeslavia. Antiguo oficial de la Legión Extranjera francesa, el general croata supervisó la matanza de al menos 150 civiles serbios y la deportación forzosa de cerca de 200.000 tras una ofensiva en 1995 para imponer de nuevo el control croata en la región de Krajina.
En julio de 2005 la fiscal viajó a Roma para transmitirle las informaciones sobre el paradero de Gotovina al ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano, el arzobispo Giovanni Lajolo: Tengo información de que [Gotovina] está escondido en un monasterio franciscano y que la Iglesia católica le protege. He tratado el asunto con el Vaticano, que se niega tajantemente a cooperar conmigo, denunció Carla del Ponte. El arzobispo Lajolo dijo no poder ayudarla con la excusa de que el Vaticano no es un Estado y no tiene obligación de ayudar a las Naciones Unidas a perseguir a los criminales de guerra. El entonces portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, dijo que Lajolo recordó que la secretaría de Estado no es un órgano de la Santa Sede que pueda colaborar institucionalmente con los tribunales.
De la manera cínica que les caracteriza, en un comunicado oficial, el Vaticano señaló que está a la espera de que Del Ponte le proporcione pruebas sobre la supuesta protección al criminal de guerra.
El gobierno croata también fue declarado cómplice y, a su vez, acusado de una cooperación insuficiente con la comunidad internacional para dar con el paradero de Gotovina. La misma actitud encubridora adoptó la Conferencia Episcopal de Croacia quien aseguró que no tenía conocimiento alguno, ni siquiera indicios, sobre dónde podía hallarse el criminal croata.
Carla del Ponte, que es católica, se dijo doblemente decepcionada por la actitud el Vaticano. La fiscal pidió a Roma que repudiase una reciente declaración del obispo de Gospic y Senj, Mile Bogovic, en la que el prelado denunciaba al Tribunal Penal Internacional para Yugoeslavia como un tribunal político decidido a tergiversar el pasado de Croacia.
Gotovina llevaba en paradero desconocido desde 2001, cuando fue detenido en Canarias el 7 de diciembre de 2005. Los fascistas siempre están más a gusto en un Estado fascista que los protege…
Notas:
(1) Genocide in Satellite Croatia, 1941-1945: A Record of Racial and Religious Persecutions and Massacres, Chicago: The American Institute for Balkan Affairs, 1961.
(2) Citado por Milan Bulajic: The Role of the Vatican in the Breakup of the Yugoslav State, Belgrado, 1994, pgs. 156-157.
(3) La verdadera Odessa. La fuga nazi a la Argentina de Perón, Editorial Paidós, Madrid, 2002.
(4) Unholy Trinity. The Vatican, The Nazis, and the Swiss Bankers, St Martins Press, 1991.
(5) Javier Juárez Camacho: Madrid-Londres-Berlín, Temas de Hoy, Barcelona, 2005.
Leer también:
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Bibliografía:
— Vladimir Dedijer: The Yugoslav Auschwitz and the Vatican: The Croatian Massacre of the Serbs during World War II, Buffalo, New York: Prometheus Books, 1992.
— Konstantin Fotich: The War We Lost: Yugoslavia’s Tragedy and the Failure of the West, New York: Viking Press, 1948.
— Israel Gutman, ed.: The Encyclopedia of the Holocaust, 4 vols., New York: Macmillan, 1990.
— Marko S. Markovic: Half a Century of the Serbian Calvary (1941-l99l), Birmingham, England: Lazarica Press, 1992.
— Edmond Paris: Le Vatican contre l’Europe, Fischbacher, 1959.
— Annie Lacroix-Riz: Stepinac, symbole de la politique à l’est du Vatican, Golias, núm. 63, noviembre-diciembre de 1998, pgs. 52-59.
http://camberaroja.wordpress.com/2010/10/12/ejemplo-del-horror-del-nazifacismo-integrismo-catolico-jasenovac-las-lineas-de-ratas-impunidad-y-la-salvacion-de-genocidas-por-parte-de-occidente-iglesia-catolica/
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