Cuando las potencias occidentales quieren condenar a alguien, le atribuyen todo tipo de crímenes hasta ponerse en posición de sentenciarlo. No les importan la Verdad ni la Justicia, sólo su propio poderío. Al referirse a la acusación sobre el supuesto uso de armas químicas en Siria, Thierry Meyssan recuerda que, aunque esa acusación tiene sólo unos años, la designación de Siria como culpable ya cuenta más de 2 milenios.
Las potencias occidentales sostienen que una «guerra civil» se inició en Siria, en 2011. Pero en 2003, el Congreso de Estados Unidos ya adoptaba una declaración de guerra contra Siria y el Líbano (la Syria Accountability and Lebanese Sovereignty Restoration Act [1], o sea la Ley sobre la Responsabilidad de Siria y la Restauración de la Soberanía Libanesa), ley que el presidente George W. Bush firmó aquel mismo año.
Después del fallido intento del secretario de Estado Colin Powell, quien trató de convertir la Liga Árabe en un tribunal regional –durante la cumbre de Túnez, en 2004–, la agresión occidental se inició con el asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, en 2005.
El entonces embajador de Estados Unidos en Beirut, Jeffrey Feltman –quien muy probablemente organizó personalmente el crimen–, acusó de inmediato a los presidentes de Siria, Bachar al-Assad, y del Líbano, Emile Lahoud. La ONU envió una misión investigadora, luego varios ejecutivos de la ONU y del Líbano crearon un seudo Tribunal Internacional, que nunca fue ratificado por la Asamblea General de la ONU, ni por el parlamento libanés.
Desde el momento mismo de su creación, ese tribunal contó con testimonios y pruebas convincentes. Los dos presidentes se vieron internacionalmente marginados, varios generales fueron arrestados por la ONU y mantenidos en la cárcel durante años, sin ser ni siquiera inculpados. Pero, con el tiempo, se descubrió que los testigos eran falsos, las pruebas perdieron todo valor y la acusación acabó desmoronándose. Hubo que liberar a los generales encarcelados… y presentarles excusas. Bachar al-Assad y Emile Lahoud volvieron a ser personalidades presentables.
Trece años después, el estadounidense Jeffrey Feltman ocupa el segundo cargo más importante en la ONU y el tema cotidiano es el supuesto ataque químico de la Ghouta. Como antes, hay testigos –los “humanitarios” White Helmets (Cascos Blancos)– y también pruebas supuestamente convincentes –fotos y videos, captados por los mismos Cascos Blancos. El culpable es, como de costumbre, el presidente sirio Assad. La acusación de hoy ha sido cuidadosamente preparada mediante una serie de rumores, desde 2013. Sin esperar que la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) verificara los hechos, las potencias occidentales se erigen en juez y verdugo, condenan a Siria y la bombardean.
El problema es que hoy en día Rusia se ha convertido nuevamente en una superpotencia capaz de medirse de igual a igual con Estados Unidos y está exigiendo que se respeten las normas y procedimientos internacionalmente reconocidos y el envío a Damasco de una misión de la OPAQ. Rusia acaba incluso de llevar a La Haya, sede de la OPAQ, 17 testigos presenciales del falso ataque químico, testigos que revelaron la manipulación montada por los Cascos Blancos [2].
¿Cómo reaccionaron los 17 países de la alianza occidental presentes? Se negaron a escuchar a los testigos oculares y a confrontarlos a los Cascos Blancos.
Esos países publicaron un breve comunicado, donde denuncian lo que llaman el «show ruso» [3]. Olvidando que ya habían condenado y castigado a Siria, afirman en ese documento que la presentación de los testigos oculares afecta la responsabilidad de la investigación de la OPAQ y argumentan que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya confirmó el ataque químico y que cuestionarla sería una indecencia. Y, por supuesto, llaman a Rusia a respetar el Derecho Internacional… que ellos mismos violan constantemente.
Pero hay además varios problemas:
la declaración de la OMS viola las prerrogativas de esa organización,
está redactada en condicional,
no se basa en informes de sus funcionarios sino únicamente en las afirmaciones de varias ONGs asociadas que a su vez reportan… las acusaciones de los Cascos Blancos [4].
Hace 2 000 años que Occidente brama «Carthago delenda est!» (¡Hay que destruir Cartago!) [5] sin que nadie sepa a ciencia cierta lo que se reprochaba a aquella especie de sucursal comercial siria en Túnez. Ese siniestro eslogan se ha convertido en un reflejo en Occidente.
La sabiduría popular afirma en todas partes que «El más fuerte siempre tiene la razón». Esa moraleja se repite tanto en el Panchatantra indio como en las fábulas del griego Esopo, del francés Jean de La Fontaine y del ruso Ivan Krylov, aunque quizás proviene de Ahikar, el conocido sabio sirio de la Antigüedad.
Pero sucede que, desde el ridículo que hicieron el 14 de abril con su fracasado bombardeo contra Siria, las potencias occidentales ahora son «el más fuerte» sólo cuando de mentir se trata.
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