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domingo, 9 de marzo de 2014

Las autoridades de Crimea decretan el estado de guerra en Simferópol, según la radio estatal.

Crimea han decretado el estado de guerra en la capital del país, Simferópol, según ha anunciado la radio estatal. La capital de Crimea lleva días siendo ciudad atrincherada que espera impaciente la solución al dilema de si Rusia enviará o no tropas en ayuda de esa república autónoma ucraniana.

"América tiene la culpa de todo. ¿Para qué organizar otra revolución en Kiev? Nosotros no queremos una guerra", asegura Galina, representante de la comunidad rusa que es mayoría en la península de Crimea desde el siglo XIX.

Ni pánico por el posible estallido de un conflicto con las nuevas autoridades de Kiev, ni júbilo por la posible intervención rusa, el ánimo entre los habitantes de Simferópol es de expectación en un gris día de sábado. "Nadie habla de otra cosa. Que si la Flota rusa del mar Negro está tomando posiciones, que si Kiev va a castigarnos por rebeldes", agrega Galina, que trabaja en un punto de cambio de moneda.

A día de hoy, Simferópol se encuentra en estado de alerta ante la posible repetición de las manifestaciones protagonizadas hace días por la minoría tártara, que defiende la integridad territorial de Ucrania y mantiene la lealtad a Kiev. "Las autoridades se asustaron. El otro día cerca del Parlamento había varios miles de tártaros", asegura Alexéi, que se gana la vida como taxista.

Un cordón policial impide el acceso de coches al barrio gubernamental, cuyos edificios principales, la Rada Suprema (Legislativo) y el Gobierno, están controlados por hombres armados que cumplen órdenes de no se sabe quién.

"Son fuerzas especiales rusas. No hay duda. Por eso no llevan distintivo. No quieren que se les reconozca", afirma convencido Alexéi.

El conductor se refiere a varias decenas de hombres armados, ataviados con cascos y vestidos de riguroso negro apostados en las inmediaciones de lugares estratégicos, como el aeropuerto.

A escasos 50 metros del aeropuerto de Simferópol una veintena de amenazantes efectivos de ese misterioso destacamento controla sin aparente interés todo lo que sucede en las inmediaciones. Los visitantes tuercen el gesto nada más avistar ese destacamento, que no hace el mínimo esfuerzo por pasar desapercibido.

Le ayudan las patrullas o milicias populares formadas por las organizaciones prorrusas locales, cuyos miembros llevan un brazalete rojo y visten de paisano. Su misión es impedir la llegada de unidades militares leales a Kiev y de grupos de radicales de Kiev, a los que llaman despectivamente "banderovtsi", es decir, seguidores del ideólogo del nacionalismo ucraniano, Stepán Bandera.

Bandera es una figura muy controvertida, ya que supuestamente colaboró con los nazis contra el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, lo que le ha convertido en un héroe para los ucranianos occidentales y en un traidor para los orientales.

El único distintivo propiamente ucraniano son los funcionarios de aduanas, que preguntan inquisitivamente al recién llegado sobre el objetivo de su visita, cuántos días va a quedarse y si ya tiene billete de vuelta.

"Los periodistas son mensajeros de desgracias", asegura irónicamente una turista que llegó a Simferópol para visitar a un familiar. Los tambores de guerra aún están lejanos y nadie parece desear un cruento conflicto, como los que estallaron en varias repúblicas tras la caída de la Unión Soviética, pero los crimeanos tampoco están dispuestos a arredrarse.

Estos días Simferópol poco recuerda a la capital del balneario más popular de la época soviética y, de hecho, no pocos turistas cancelaron en los últimos días sus planes de visitar la península y el mar Negro. Crimea recibe anualmente más de 5 millones de turistas, la mayoría ucranianos, pero también muchos rusos, que se sienten a gusto entre iguales, ya que en Crimea la práctica totalidad de la población habla ruso.

Simferópol, ciudad que se encuentra a varias decenas de kilómetros de la costa, a la que uno debe desplazarse en tren o autobús, tiene todo el aspecto de una ciudad que se ha quedado anclada en la nostalgia de su brillante pasado soviético. Dos tercios de sus poco más de 360.000 habitantes son rusos, en torno al 20 por ciento ucranianos y apenas un 7 por ciento, tártaros.

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