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sábado, 12 de abril de 2014

La verdadera agenda de Obama

La estrategia de Washington en la crisis ucraniana nada tiene que ver con sus supuestos objetivos. No se trata de detener a Rusia sino de utilizarla para intimidar a los europeos como medio de obligarlos a involucrarse más en la OTAN y a comprar el combustible que necesitan… a Estados Unidos.



El principal objetivo de la visita del presidente Obama en Europa –declara Susan Rice, su consejera de seguridad nacional– es «hacer presión por la unidad de Occidente» ante la «invasión rusa de Crimea».

El primer paso será el próximo fortalecimiento de la OTAN, la alianza militar que, bajo la dirección des Estados Unidos, se extendió –en 1999-2009– a todos los países del desaparecido Pacto de Varsovia, a 3 de la ex URSS y a 2 repúblicas de la ex Yugoslavia (país destruido por la OTAN mediante la guerra); que movió sus bases y fuerzas militares –incluso las que contaban con capacidades nucleares– acercándolas cada vez más a Rusia, armándolas con un «escudo antimisiles» que no es una herramienta defensiva sino un arma ofensiva; que penetró en Ucrania organizando el golpe de Estado de Kiev y que empujó así a la población de Crimea a separarse de Ucrania y unirse a Rusia.

«El marco geopolítico cambia», nos anuncia el secretario general de la OTAN: «Los aliados tienen que fortalecer sus vínculos económicos y militares ante la agresión militar de rusa contra Ucrania». Así que no sólo se planea un fortalecimiento militar de la OTAN para que aumente «la rapidez operacional y la eficacia en el combate» sino que se plantea también una «OTAN económica» a través del «acuerdo de libre intercambio Estados Unidos-Unión Europea» funcional con el sistema geopolítico occidental dominado por Estados Unidos.

Washington recuerda además que la OTAN «seguirá siendo una alianza nuclear». Es significativo que la visita de Obama en Europa haya comenzado precisamente con la 3ª Cumbre sobre la Seguridad Nuclear. Este encuentro es una creación de Obama (al que no por casualidad se le dio el Premio Nobel de la Paz) para «poner bajo condiciones de seguridad el material nuclear y prevenir así el terrorismo nuclear».

Esa es la noble intención de Estados Unidos, país que dispone de unas 8 000 ojivas nucleares –con 2 150 listas para ser utilizadas en cualquier momento– a las que se agregan las 500 que poseen Francia y Gran Bretaña, lo cual representa para la OTAN un total de 2 600 ojivas nucleares listas para ser utilizadas, frente a unas 1 800 de Rusia. Ese potencial de la OTAN aumenta ahora gracias al hecho que Japón entrega a Estados Unidos más de 300 kilos de plutonio y una gran cantidad de uranio enriquecido aptos para la fabricación de armas nucleares. A este último volumen hay que agregar otros 20 kilos provenientes de Italia.

También participa en la cumbre sobre la «seguridad nuclear» Israel –única potencia nuclear del Medio Oriente–, país que por cierto ni siquiera es firmante del Tratado de No Proliferación pero que posee hasta 300 ojivas nucleares y produce suficiente plutonio como para fabricar cada año 10 o 15 bombas como la que arrasó la ciudad japonesa de Nagasaki.

El propio presidente estadounidense Barack Obama contribuyó muchísimo a la «seguridad nuclear» en Europa al ordenar que unas 200 bombas B-61 almacenadas en Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Turquía –lo cual constituye una violación del Tratado de No Proliferación– sean reemplazadas por nuevas bombas atómicas del tipo B61-12 con sistema de puntería de precisión, concebidas para los aviones de combate F-35 y entre las que se incluyen las bombas antibunker capaces de destruir los puestos de mando enemigos en el marco de un primer golpe nuclear.

La estrategia de Washington tiene un doble objetivo. Por un lado, modificar la percepción que se tiene de Rusia, que ha reactivado su política exterior –como ya pudo verse con el papel desempeñado en Siria– y se ha acercado a China creando así una alianza potencialmente capaz de oponerse a la superpotencia estadounidense. Y por otro lado suscitar en Europa un estado de tensión que permita a Estados Unidos mantener, a través de la OTAN, su liderazgo sobre los aliados, a los que clasifica en una escala de valores bastante desigual: con el gobierno alemán, Washington negocia la distribución de las zonas de influencia; al de Italia –«entre nuestros más caros amigos del mundo»– se limita a darle unas palmaditas en la espalda sabiendo que puede sacarle lo que quiera…

Al mismo tiempo, Obama presiona a los aliados europeos para que reduzcan sus importaciones de gas y de petróleo rusos. Difícil objetivo. La Unión Europea depende del abastecimiento ruso para garantizar cerca de una tercera parte de sus necesidades energéticas: Alemania e Italia en un 30%, Suecia y Rumania en un 45%, Finlandia y la República Checa en el 75%, Polonia y Lituania en más del 90%.

La administración Obama, escribe el New York Times, aplica una «estrategia agresiva» tendiente a reducir las importaciones europeas de gas y de petróleo rusos. Washington prevé que ExxonMobil y otras compañías estadounidenses abastezcan Europa con cantidades crecientes de gas gracias a la explotación de los yacimientos del Medio Oriente, de África y de otras regiones, incluyendo los yacimientos estadounidenses cuya producción va en aumento y que ahora permiten a Estados Unidos involucrarse en la exportación de gas licuado.

En ese contexto se inscribe la «guerra de los gasoductos»: el objetivo estadounidense es bloquear el North Stream, que lleva el gas ruso hasta la Unión Europea a través del Mar Báltico, e impedir la realización del South Stream, que lo haría a través del Mar Negro. Esos dos gasoductos bordean Ucrania, por donde transita actualmente la mayoría del gas ruso, y están siendo construidos por consorcios encabezados por Gazprom con la participación de compañías europeas. Paolo Scaroni, el número 1 de ENI (la compañía italiana de hidrocarburos) ha advertido al gobierno italiano que si se bloquea el proyecto South StreamItalia perderá jugosos contratos, como la licitación ascendiente a 2 000 millones de euros que obtuvo Saipem [1] para la construcción de un tramo submarino de ese gasoducto. Pero ahí están las presiones estadounidenses.

El presidente Obama se dedica también a las obras de caridad. Y aborda con el papa Francisco I el «compromiso común en el combate contra la pobreza y la desigualdad existente». Al menos eso es lo que dice Obama, cuya administración se ha caracterizado por un aumento de la pobreza en Estados Unidos entre un 12 y un 15% (más de 46 millones de pobres), con un aumento del 18 al 22% de la pobreza infantil, mientras que los súper-ricos (0,01% de la población) han cuadruplicado sus ingresos.

Obama también «agradece al papa sus llamados a la paz», a pesar de ser el presidente del país que gasta en armamento y en guerras la mitad del gasto total mundial en ese rubro.

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