En solo una semana, las fuerzas del ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria) han ocupado buena parte de las ciudades de Ramadi y Samarra, amenazando, al mismo tiempo, a las de Tikrit, Kirkuk, Rabia, Habaniya y Tuz Jormatu para, finalmente, hacerse con el control de Mosul, la metrópoli iraquí más importante después de Bagdad, la capital.
Como ha reconocido el propio gobernador de la provincia de Nínive, los yihadistas se habrían hecho no solo con la principal base militar, el aeropuerto y la sede del Gobierno provincial sino también con numerosos destacamentos menores del Ejército y la Policía, donde habrían acaparado gran número de armamento, munición, transportes, vehículos blindados, carros de combate e incluso helicópteros.
Si esto no fuera suficiente, diferentes testimonios aseguran que habrían abierto las puertas de la prisión de Badu, donde, precisamente, estaban encarcelados cientos de yihadistas.
Teniendo en cuenta que es el grupo yihadista más radical, superando en crueldad y dogmatismo incluso al núcleo tradicional de Al Qaeda, y que desde hace meses tiene en su poder la ciudad de Faluya, la pesadilla para todos los países de Oriente Medio y para las potencias occidentales no sería tan grave si las unidades del Ejército iraquí encargadas de la seguridad de Mosul no se hubieran desintegrado como al parecer ha ocurrido. Ahora resulta simplemente patético que el primer ministro de Irak, el chií Nuri al Maliki, llame al pueblo a las armas cuando ha abandonado a su suerte esta región suní durante años y se ha negado repetidamente a aceptar la colaboración de los peshmergas kurdos para atajar esta amenaza.
Este hecho deja el campo libre para amenazar otras provincias limítrofes a la de Nínive y en concreto la petrolífera ciudad de Kirkuk y la Región autónoma del Kurdistán, que se prepara para acoger una nueva oleada de refugiados. El primer ministro del Kurdistán iraquí, Nechirvan Barzani, ha solicitado formalmente la intervención del Acnur y ha pedido a toda la población que facilite ayuda a quienes lleguen huyendo del avance yihadista.
En esta zona del norte de Irak se concentra una gran diversidad de comunidades y religiones distintas al islam suní –cristianos, yezidis, shabaks, corrientes sufíes y turcómanos chiíes- que suelen ser víctimas propiciatorias de los grupos asociados a Al Qaeda, defensores de la más ultramontana interpretación del islam suní.
El ISIS ha lanzado contra ellos numerosos ataques en toda esta región que va desde Alepo a Bagdad masacrando poblaciones enteras, secuestrando a cientos de civiles y destruyendo cualquier símbolo que se aparte de su estricta ortodoxia.
En estos momentos, por lo tanto, el ISIS estaría en disposición de establecer un vasto emirato yihadista desde las puertas de Bagdad a las de Alepo, contando con el control de importantes ciudades, zonas petrolíferas y el cauce de los dos principales ríos de toda la región: el Tigris y el Eúfrates. Es más que significativo que este grupo yihadista controle las compuertas que regulan el curso del Eúfrates a su antojo y que el Ejército regular de Irak no haya conseguido en cinco meses desalojarlos de esta ciudad situada a solo 45 kilómetros de la capital.
De acuerdo con algunos analistas especializados, el fulgurante ascenso del ISIS, incluso después de haber sufrido importantes reveses en la zona de Alepo frente a grupos islámicos más moderados, se debería a su capacidad para atraer a los voluntarios extranjeros. Según los cálculos realizados por el Grupo Sufan, de Nueva York, a la guerra de Siria habrían acudido unos 12.000 extranjeros, de los que la cuarta parte –unos 3.000- habría preferido engrosar las filas del ISIS, procediendo el 80 por ciento de ellos de países occidentales.
De hecho, se considera ya que el ISIS, liderado por Abubaker Bagdadi, estaría sustituyendo al núcleo central del Al Qaeda, dirigido por Ayman Zawahiri, como referente internacional para los movimientos yihadistas de todo el mundo.
El panorama que se presenta tras la ocupación por el ISIS de toda esta zona en el corazón de Oriente Medio se asemeja ya a la temida guerra regional en la que directa o indirectamente estarían implicados, además de Siria e Irak, países como el Líbano, Israel, Turquía e Irán. Es muy significativo, en este sentido, el ofrecimiento realizado por las milicias kurdas de Siria (YPG o Unidades de Defensa Popular) al Gobierno Regional del Kurdistán, ahora amenazado por el ISIS desde Mosul, para combatir “codo con codo” contra lo que denominan “bandas de criminales”.
Las YPG, que defienden los tres cantones autónomos administrados por el Partido de la Unidad Democrática (PYD) en el norte de Siria, llevan casi dos años resistiendo sucesivas embestidas del ISIS, sobre todo en la zona de Kobani. La última denuncia del PYD ha sido el secuestro de 150 estudiantes que, tras una tregua con el ISIS, acudieron a examinarse a Mambij, siendo desalojados de los autobuses y conducidos a un lugar indeterminado, según la denuncia del PYD, para recibir entrenamiento religioso y militar contra su propio pueblo.
Desde hace meses las fuerzas kurdas intentan recabar la ayuda internacional para hacer frente a este enemigo común que, ahora, con la toma de Mosul no solo amenaza la existencia de Irak como país sino que, por sorprendente que pueda parecer y si la situación sigue agravándose, podría provocar una nueva intervención internacional en el caso de que el Gobierno de Bagdad no consiga reconducir la situación.
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