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jueves, 14 de febrero de 2019

¿PUEDEN VENEZUELA Y SUS VECINOS SOBREVIVIR A LA GUERRA QUE YA SE ANUNCIA?

por Thierry Meyssan

Para poder enfrentar la crisis que desestabiliza Venezuela, al igual que las que ‎comienzan en Nicaragua y Haití, es necesario analizarla. Thierry Meyssan retoma en ‎este artículo las tres hipótesis que tratan de interpretarla y expone argumentos en favor ‎de una de ellas. También se refiere a la estrategia de Estados Unidos y a la manera de ‎afrontarla. ‎

Venezuela se divide hoy entre la legitimidad del presidente de la República constitucionalmente electo, Nicolás Maduro, y la del presidente de la Asamblea Nacional, Juan ‎Guaidó. ‎

Guaidó se autoproclamó «presidente encargado de Venezuela», invocando los artículos 223 y ‎‎233 de la Constitución. Pero basta con leer ambos artículos para comprobar que no se aplican a ‎la situación existente en Venezuela y que no es posible invocarlos para legitimar la posición que ‎Guaidó pretende reclamar. A pesar de ello, Estados Unidos, los países del «Grupo de Lima» y ‎ciertos gobiernos de países miembros de la Unión Europea afirman que Juan Guaidó tiene derecho ‎a la función que pretende usurpar. ‎

Entre quienes respaldan al presidente Nicolás Maduro, algunos aseguran que Washington está ‎reproduciendo el derrocamiento de un gobierno de izquierda, según el modelo de lo que ‎Estados Unidos hizo contra el presidente chileno, Salvador Allende, en 1973, bajo la ‎administración de Richard Nixon. ‎

Otros, luego de ver las revelaciones de Max Blumenthal y Dan Cohen sobre el historial de Juan ‎Guaidó, piensan, al contrario, que se trata de una ‎‎«revolución de color», como las que ya vimos bajo la presidencia de George W. Bush. ‎

En todo caso, ante la agresión de un enemigo mucho más fuerte que nosotros es crucial ‎identificar sus objetivos y entender los métodos que utiliza. Sólo tienen posibilidades de sobrevivir ‎quienes sean capaces de prever los golpes que van a recibir. ‎

Tres hipótesis predominantes

Es completamente lógico que los latinoamericanos comparen lo que están viviendo a lo que ya ‎vivieron en el pasado, como el golpe de Estado de 1973 en Chile. Pero sería arriesgado para ‎Washington tratar de reproducir el escenario aplicado contra Chile hace 46 años. Sería un error ‎porque todo el mundo conoce hoy los detalles de aquella manipulación. ‎

Al mismo tiempo, la revelación de los vínculos de Juan Guaidó con la National Endowment for ‎Democracy (NED) y con el equipo del estadounidense Gene Sharp hace pensar en una «revolución ‎de color», y más aún teniendo en cuenta que ya hubo en Venezuela una operación de ese tipo, ‎en 2007, cuando terminó en un fracaso. Pero, una vez más, sería arriesgado para Washington ‎tratar de aplicar nuevamente un plan que ya fracasó hace 12 años. ‎

Para entender las intenciones de Washington, debemos empezar por conocer su plan de batalla. ‎

El 29 de octubre de 2001, o sea mes y medio después de los atentados registrados en ‎Nueva York y el Pentágono, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld creó una estructura ‎llamada Office of Force Transformation (Oficina de Transformación de la Fuerza) cuya misión ‎consistiría en revolucionar las fuerzas armadas estadounidenses, cambiar su mentalidad para que ‎respondiesen a un objetivo radicalmente nuevo tendiente a garantizar la supremacía de ‎Estados Unidos a nivel mundial. Rumsfeld puso esa tarea en manos del almirante Arthur ‎Cebrowski, quien ya había trabajado en la creación de una red digital que abarcaba todas las ‎unidades militares y había participado, en los años 1990, en la elaboración de una doctrina de la ‎guerra en red (Network-centric warfare).

El almirante Cebrowski llegaba con una estrategia ya elaborada que presentó no sólo en el ‎Pentágono sino en casi todas las academias militares estadounidenses. A pesar de su importancia, ‎su trabajo interno en las fuerzas armadas no se conoció hasta que se publicó un artículo en la ‎revista Vanity Fair. La argumentación de Cebrowski fue publicada por su asistente, Thomas ‎Barnett. ‎Por supuesto, esos documentos no son obligatoriamente fieles al pensamiento imperante en el ‎Pentágono, pensamiento que ni siquiera tratan de explicar, limitándose a justificarlo. En todo ‎caso, la idea principal es que Estados Unidos debe tomar el control de los recursos naturales de ‎la mitad del mundo, no para utilizarlos para sí mismo sino para estar en posición de decidir quién ‎podrá utilizarlos. Para lograr ese objetivo, tendrá que destruir en esas regiones cualquier poder ‎político que no sea el de Estados Unidos y acabar con las estructuras mismas de los Estados en ‎los países existentes en esas regiones. ‎

Oficialmente, nunca se inició la aplicación de esa estrategia. Pero lo que estamos viendo desde ‎hace 20 años coincide precisamente con lo que se describe en el libro de Barnett. ‎

Primeramente, en los años 1980 y 1990, tuvo lugar la destrucción de la región africana de los ‎‎«Grandes Lagos». Lo que se recuerda de aquello es el episodio del genocidio perpetrado en ‎Ruanda y sus 900 000 muertos, pero el hecho es que toda la región fue devastada por una serie de ‎guerras que arrojaron un total de 6 millones de muertos. Resulta sorprendente comprobar que, a ‎‎20 años de aquellos hechos, numerosos países de la región aún no logran restaurar su soberanía ‎sobre el conjunto de sus territorios. Ese episodio es anterior a la doctrina Rumsfeld-Cebrowski, ‎así que no sabemos si el Pentágono había previsto lo que allí sucedió o si concibió su plan ‎mientras destruía aquellos Estados. ‎

Posteriormente, en los años 2000 y 2010, vino la destrucción del «Medio Oriente ampliado», ya ‎después de la doctrina Rumsfeld-Cebrowski. Por supuesto, es posible creer que lo sucedido en ‎esta otra región fue una sucesión de intervenciones «democráticas», de guerras civiles y de ‎revoluciones. Pero, además de que las poblaciones implicadas cuestionan la narración dominante ‎de esos acontecimientos, también podemos comprobar en este caso que las estructuras de los ‎Estados fueron destruidas y que no ha sido posible restaurar la paz después del fin de las ‎operaciones militares. Actualmente, el Pentágono está retirándose del «Medio Oriente ‎ampliado» y se prepara para desplegarse en la «Cuenca del Caribe». ‎

Una buena cantidad de elementos demuestran que nuestra comprensión anterior de las guerras de ‎George W. Bush y de Barack Obama era incorrecta y que esos mismos elementos corresponden a ‎la perfección con la doctrina Rumsfeld-Cebrowski. Esta lectura de los hechos no es por tanto ‎resultado de una coincidencia con la tesis de Barnett y nos obliga a revisar bajo otro ángulo todo ‎lo que hemos visto. ‎

Si adoptamos esta manera de pensar, tenemos que plantearnos que el proceso de destrucción de ‎la Cuenca del Caribe comenzó con el decreto del presidente Barack Obama, emitido el 9 de marzo ‎de 2015, según el cual Venezuela amenaza la seguridad nacional de los Estados Unidos de ‎América.

Puede parecer que eso pasó hace mucho tiempo, pero no es así. Basta recordar que ‎el presidente George W. Bush firmó la Syrian Accountabilit Act en 2003, pero las operaciones ‎militares contra Siria comenzaron 8 años más tarde, en 2011. Era el tiempo que necesitaba ‎Washington para crear las condiciones necesarias para la agresión. ‎

Los ataques contra la izquierda anteriores a 2015

Si este análisis es correcto tenemos que plantearnos que los acontecimientos anteriores a 2015 –‎el golpe de Estado de 2002 contra el presidente Hugo Chávez, el intento de revolución de color ‎de 2007, la Operación Jericó en febrero de 2015 y las primeras guarimbas ‎ [5]‎ respondían a una ‎lógica diferente, mientras que lo sucedido después (el terrorismo de las guarimbas, en 2017) ‎es parte del plan actual. ‎

Mi reflexión se basa también en el conocimiento que he acumulado sobre esos elementos. ‎

Por ejemplo, en 2002 publiqué un análisis del golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez y ‎relataba el papel de Estados Unidos detrás de FEDECAMARAS –la organización de los patrones ‎venezolanos. El presidente Hugo Chávez quiso verificar lo que yo había escrito y envió dos ‎emisarios a verme en París. Uno de ellos fue promovido a general y el otro es hoy una de las ‎principales personalidades de la República Bolivariana. El fiscal Danilo Anderson utilizó mi trabajo ‎en sus investigaciones y fue asesinado por la CIA en 2004. ‎

Por otro lado, en 2007, estudiantes trotskistas iniciaron un movimiento contra la decisión de ‎no renovar la licencia de RCTV, una estación de radio y televisión que transmitía en Caracas. Hoy ‎sabemos, gracias a Blumenthal y Cohen, que en aquella época Juan Guaidó ya estuvo implicado en ‎aquel movimiento y que recibió entrenamiento de discípulos del teórico de la no violencia Gene ‎Sharp. En vez de reprimir los excesos de aquel movimiento, lo que hizo el presidente Hugo ‎Chávez –en ocasión de la firma de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América ‎‎(ALBA), el 3 de junio– fue leer a los participantes un artículo que yo escrito sobre Gene Sharp y su ‎concepción de la no violencia al servicio de la OTAN y de la CIA. Al darse cuenta de que habían sido manipulados, ‎numerosos manifestantes abandonaron la protesta. Sharp trató de negar torpemente los hechos, ‎escribiéndole al presidente Hugo Chávez y a mí mismo. Y logró crear cierta confusión en el ‎seno de la izquierda estadounidense, donde era visto como una personalidad respetable y ‎no vinculada al gobierno de Estados Unidos. El profesor Stephen Zunes asumió la defensa de ‎Sharp pero, ante el peso de las pruebas, Sharp acabó cerrando su instituto y dejando el espacio a ‎Otpor y al Canvas.

Volvamos ahora al periodo actual. Por supuesto, el reciente intento de asesinato contra el ‎presidente Nicolás Maduro hace pensar en todo lo que se hizo para acabar con el presidente ‎chileno Salvador Allende. También es cierto que las manifestaciones convocadas por el presidente ‎de la Asamblea Nacional Juan Guaidó hacen pensar en una revolución de color. Pero eso ‎no contradice mi análisis. Hay que recordar que en Libia hubo un intento de asesinato ‎contra Kadhafi poco antes del inicio de las operaciones militares contra la Yamahirya. ‎En Egipto, cuando los discípulos de Gene Sharp dirigieron las primeras manifestaciones contra ‎el presidente Hosni Mubarak, incluso distribuyeron una versión en árabe del manual que ya habían ‎utilizado en otros países.  Sin embargo, como lo demostraron los acontecimientos posteriores, en Egipto ‎no se trataba de un golpe de Estado ni de una revolución de color. ‎

Prepararse para la guerra

Si mi análisis es correcto –y por ahora todo parece indicar que sí lo es– hay que prepararse para ‎una guerra, no sólo en Venezuela sino en toda la Cuenca del Caribe. Nicaragua y Haití también ‎están desestabilizados. ‎

Esa guerra será impuesta desde el exterior. Su objetivo ya no será derrocar gobiernos de ‎izquierda para reemplazarlos por los partidos de derecha, aunque así lo indiquen las apariencias. ‎En el desarrollo de los acontecimientos se perderán las distinciones entre esos bandos. Poco ‎a poco, todos los sectores de la sociedad se verán amenazados, sin distinción de ideología ni de ‎clase social. ‎

Asimismo, los demás países de la región no podrán mantenerse al margen para escapar a la ‎tempestad. Los que crean que lograrán protegerse sirviendo de base de retaguardia a las ‎operaciones militares también serán parcialmente destruidos. Deben saber que, aunque la prensa ‎raramente menciona esto, ciudades enteras han sido arrasadas en la región de Qatif, en Arabia ‎Saudita, a pesar de que ese país es el principal aliado de Washington en el «Medio Oriente ‎ampliado». ‎

Según el esquema ya visto en los conflictos de la región africana de los Grandes Lagos y en el ‎Medio Oriente ampliado, esa guerra se desarrollaría por etapas:‎
En primer lugar, destrucción de los símbolos del Estado moderno, con ataques ‎contra monumentos históricos o museos dedicados a la memoria de Hugo Chávez. Son acciones ‎que pueden no causar víctimas pero que atentan contra la conciencia colectiva de la población.
Introducción de armas y financiamiento para la organización de “manifestaciones” que acabarán ‎en actos de violencia. La prensa dominante divulgará a posteriori explicaciones imposibles de ‎verificar sobre los crímenes, que serán atribuidos al gobierno como actos de represión contra ‎pacíficos manifestantes. Como lo que se busca es sembrar la división, es importante que ‎la policía crea haber sido tiroteada por la multitud y que la multitud crea al mismo tiempo que ‎la policía ha disparado contra ella.
La tercera etapa consiste en organizar sangrientos atentados por todo el país. Eso requiere muy ‎pocas personas, basta con dos o tres equipos que circulen a través del país ‎[Este esquema ya fue utilizado con éxito contra Libia y Siria.]]‎.
Sólo entonces será útil el envío de mercenarios extranjeros. En las guerras más recientes, ‎Estados Unidos envió a Irak y Siria al menos 130 000 extranjeros, a los que se agregaron unos ‎‎120 000 elementos armados locales. Se trata de ejércitos muy numerosos pero mal entrenados. ‎

El ejemplo de Siria demuestra que es posible defenderse. Pero hay medidas que deben adoptarse ‎urgentemente:
Por iniciativa del general Jacinto Pérez Arcay y del presidente de la Asamblea Nacional ‎Constituyente, Diosdado Cabello, oficiales superiores venezolanos ya estudian las nuevas formas de lucha (la guerra ‎de 4ª generación). Pero sería importante enviar delegaciones militares a Siria para que sus ‎miembros puedan comprobar en el terreno cómo se desarrollaron los acontecimientos. Esto es ‎muy importante ya que este tipo de guerra no se parece a las anteriores. Por ejemplo, ‎en Damasco –la capital siria– la mayor parte de la ciudad está intacta, pero algunos barrios están ‎totalmente devastados, como Stalingrado después de la arremetida de los nazis. Eso implica el uso ‎de técnicas especiales de lucha.
Es fundamental instaurar la unión nacional entre todos los patriotas. El presidente debe lograr ‎una alianza con la oposición nacional e incluir en su gobierno a algunos de sus líderes. ‎No se trata de encontrar o no simpático al presidente Maduro. Lo que se impone en la actual ‎coyuntura es luchar junto a él para salvar el país.
El ejército debe formar una milicia popular. En Venezuela ya existe una, con unos 2 millones de ‎combatientes, pero no parece estar entrenada. Los militares rechazan generalmente la idea de ‎poner armas en manos de los civiles, pero los habitantes de un barrio son los más indicados ‎para defenderlo, precisamente porque conocen a todos sus habitantes.
Será necesario emprender importantes trabajos de fortificación alrededor de los edificios del ‎Estado, de las sedes de los cuerpos armados y de los hospitales, en aras de garantizar su ‎seguridad a toda costa. ‎

Son medidas que deben adoptarse urgentemente, sobre todo porque concretarlas es complicado ‎y lleva tiempo… y el enemigo está ya casi listo. ‎

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