Las autoridades estadounidenses tratan de hacer olvidar al público las terribles consecuencias que tendría un bombardeo nuclear. ¿Cómo? Divulgando instrucciones sobre lo que habría que hacer en esa situación... para protegerse del Covid-19. Pero la realidad es que las radiaciones nucleares matarían en 2 semanas a todas las personas presentes en el lugar del bombardeo atómico, contaminadas o no con el Covid-19.
La Agencia Federal para el Manejo de Urgencias (FEMA), dependiente del gobierno federal de Estados Unidos, acaba de actualizar sus instrucciones a la población sobre el comportamiento que se debe adoptar en caso de ataque nuclear [1] y esas nuevas instrucciones tienen en cuenta… el Covid-19, las medidas de confinamiento provocadas por la epidemia y las normas a seguir para protegerse del virus en caso de bombardeo atómico. Para estar preparado cuando se dé la alarma sobre un ataque nuclear inminente –explica la FEMA– usted debe saber que «debido al Covid-19 numerosos lugares por donde usted pasa para ir a su trabajo y regresar pueden estar cerrados o no tener horarios de apertura regulares». Así que usted debe fijarse ante todo «en los mejores lugares donde guarecerse, que son los sótanos y los pisos intermedios de los edificios».
En esas instrucciones la FEMA pasa por alto los efectos reales –científicamente demostrados– de una explosión nuclear. Aun suponiendo que las personas que tratan de escapar tuviesen la suerte de encontrar un lugar donde poder guarecerse no sometido al confinamiento por causa del Covid-19, la onda expansiva de la explosión atómica, capaz de desatar vientos de 800 kilómetros por hora, puede provocar el derrumbe o incluso la explosión de las edificaciones más sólidas. Además, el impacto calorífico puede fundir o hacer estallar las estructuras de concreto y hasta las personas que se encontraran en «los mejores lugares donde guarecerse» acabarían muriendo carbonizadas, aplastadas y simplemente vaporizadas por el calor proyectado por la explosión atómica.
Los efectos destructivos de una bomba atómica de sólo 1 megatón (equivalente a la potencia explosiva de 1 millón de toneladas de tritio) abarcan un radio de 14 kilómetros a partir del punto donde se produce la explosión. Y si se trata de una bomba de 20 megatones, el radio de destrucción sobrepasa los 60 kilómetros.
Ante un efecto destructivo de tamañas proporciones, la FEMA quiere instruir a la gente sobre cómo protegerse del Covid-19. Cuando comience el ataque nuclear, instruye la FEMA, «infórmese con las autoridades locales sobre qué refugios públicos están abiertos, porque es posible que hayan cambiado de emplazamiento por causa del Covid-19»; en el momento de la evacuación, «para protegerse usted y su familia del Covid-19, lleve con usted 2 mascarillas por persona y un gel hidroalcohólico para las manos de al menos 60% de alcohol»; dentro del refugio «siga practicando el distanciamiento social, poniéndose su mascarilla y manteniendo una distancia de al menos 6 pies (casi 2 metros) entre usted y las personas que no pertenecen a su familia».
En resumen, ese guión implica que, en medio de una alarma de ataque nuclear, los 330 millones de estadounidenses, mantienen la calma, se informan sobre qué refugios están abiertos, se preocupan ante todo por protegerse del Covid-19 apertrechándose con mascarillas y gel hidroalcohólico y, al llegar al refugio, siguen manteniendo el distanciamiento social… lo cual significa que en un refugio con capacidad para recibir 1 000 personas serían admitidas no más de 200 y las demás… se quedarían afuera.
Aun admitiendo que la gente siguiese esas instrucciones de la FEMA para protegerse del Covid-19, de todas maneras las personas quedarían expuestas a las radiaciones nucleares después de la explosión atómica, radiaciones que afectarían un área mucho más amplia que el área destruida por la o las explosiones atómicas. Un número creciente de personas, aparentemente no afectadas, comenzarían a presentar síntomas causados por las radiaciones nucleares. Como no existe actualmente ningún tratamiento contra ellas, el resultado sería inevitablemente fatal.
Cuando afectan el sistema nervioso, las radiaciones nucleares provocan intensos dolores de cabeza y letargia, después la persona cae en estado de coma, acompañado de convulsiones y el fallecimiento sobreviene en 48 horas. Si las radiaciones provocan un síndrome gastrointestinal, la víctima sufre vómitos y diarrea hemorrágica, así como fiebre alta, y muere en una o dos semanas.
Pero la FEMA se preocupa también por el estado mental de las personas y anuncia: «la amenaza de una explosión nuclear puede provocar un stress posterior en numerosas personas que ya hoy sienten miedo y angustia a causa del Covid-19». Así que recomienda seguir las instrucciones sobre la manera de «manejar el stress durante un evento traumático». La FEMA sugiere que, en caso de ataque nuclear, los estadounidenses contarán con la asistencia de psicólogos que –mientras estallan las bombas nucleares– los enseñarían a manejar su stress convenciéndose de que, gracias a la FEMA, han escapado al Covid-19.
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