Fuente: Diario El País / MARC BASSETS Varsovia (Polonia)
"Las elecciones al Parlamento europeo han dado visibilidad a un virtual partido putinista en Europa: una coalición transversal que une a la extrema izquierda antiamericana y a la extrema derecha tradicionalista, antiglobalización, contraria a la inmigración, euroescéptica y también antiamericana. El Frente Nacional de Marine Le Pen, vencedor en Francia, es el exponente más obvio de esta corriente."
Cuando el presidente Barack Obama viaje a Europa esta semana, se entrevistará con jefes de Estado y de Gobierno, verá a veteranos activistas por la democracia y a combatientes en la Segunda Guerra Mundial, pero la persona a la que se dirigirán los discursos y que monopolizará su atención será otra: su homólogo ruso Vladímir Putin.
La crisis de Ucrania ha reabierto las tensiones geopolíticas entre los viejos rivales por la influencia en la península occidental de Eurasia. Putin ha forzado a Obama, que había hecho de Asia la prioridad de su presidencia en política exterior, a regresar al escenario de la confrontación entre Washington y Moscú durante la guerra fría.
El presidente de Estados Unidos no tiene previsto ningún encuentro formal con el líder ruso durante la gira por Polonia, Bélgica y Francia, la segunda visita a Europa en menos de tres meses. Pero Putin estará agazapado en cada etapa. Cada discurso y cada gesto han sido pensados —y se leerán— como una señal hacia los aliados europeos y hacia Moscú en un momento de dudas sobre la capacidad de la primera potencia ante las ambiciones del Kremlin.
En Varsovia, donde el Air Force One aterriza el martes, Obama se reunirá con los líderes de los países de Europa central y oriental que se sienten amenzados por Rusia y que, en tiempos de zozobra, miran antes Washington que a Berlín o París. Pedirá al resto de socios un mayor compromiso con la OTAN. Se entrevistará con Petro Poroschenko, el magnate recién elegido presidente de Ucrania. Y conmemorará con un discurso al sindicato Solidaridad y las primeras elecciones parcialmente libres en 1989.
“[Obama] tendrá la oportunidad de hablar de la historia del movimiento democrático en Polonia, de su influencia más allá de las fronteras de Polonia y de sus conexiones con muchos movimientos para la democracia y los derechos humanos en Europa del Este y por todo el mundo”, dijo, en una rueda de prensa en vísperas del viaje, Ben Rhodes, viceconsejero de seguridad nacional en la Casa Blanca y hombre de confianza del presidente en política exterior.
En Bruselas Obama comprobará la debilidad —tras las elecciones europeas del 25 de mayo— de algunos de sus colegas en la cumbre del G-7 que debía celebrarse en la ciudad rusa de Sochi y de la que se ha excluído a Putin a modo de represalia por la anexión de Crimea en marzo. Intentará convencer a los europeos de que diversifiquen las fuentes de energía para reducir la dependencia del gas ruso. Y buscará un acuerdo comercial que se enfrenta con el escepticismo de algunas capitales europeas y en el Congreso de EE UU.
En Normandía, última etapa antes de regresar a Washington el viernes por la noche, Obama coincidirá con Putin en la conmemoración del septuagésimo aniversario del desembarco en Normandía, el último acto de heroísmo colectivo de una alianza que poco después se rompió para dar paso a cuatro décadas de guerra fría y equilibrio nuclear.
Las conmemoraciones del desembarco siempre han ofrecido lecturas cotemporáneas de la historia. Hace diez años, un canciller de Alemania, la potencia derrotada en 1945, asistió por primera vez: la Alemania unida y con capital en Berlín se normalizaba. El viernes las playas donde dejaron la vida más de cuatro mil aliados congregarán, por primera vez desde que estalló la crisis de Ucrania, a Putin y a los líderes europeos. Poroschenko está invitado.
La tarea de Obama no es fácil. Llega a Europa en el inicio de su tramo final en la Casa Blanca, a cinco meses de unas elecciones legislativas que su partido, el demócrata, puede perder, y que reducirán más su margen de maniobra en la política interna. También ofrece una imagen titubeante en el exterior.
La cautela ante Siria inquieta aliados como Francia. Y el mensaje ante Putin es matizado. Incluye sanciones, pero han sido modestas para evitar romper la unidad de EE UU y la Unión Europea. Kiev, la capital ucrania, se encuentra a menos de 800 kilómetros de Varsovia, pero una visita fugaz a Kiev para mostrar el apoyo a la Ucrania prooccidental no figura en la agenda del presidente.
“Me encantaría que fuese a Kiev, pero no irá”, lamenta en Washington Leon Wieseltier, editor literario de la revista New Republic y figura destacada de la izquierda favorable a las intervenciones humanitarias. En mayo Wieseltier pasó una semana en la capital ucrania.
“Reagan fue a Berlín, Kennedy fue a Berlín”, recuerda, en alusión a dos presidentes —el republicano Ronald Reagan y el demócrata John F. Kennedy— que, en 1987 y 1963 respectivamente, pronunciaron discuros memorables en la capital alemana. "Cuando fue Kennedy la cosa estaba al rojo vivo. Fue allí y dijo: ‘Ich bin ein Berliner’ [‘Soy un berlinés’]. Yo me muero de ganas de que haga algo parecido. Pero no existe ni la más remota posibilidad. Ni por asomo”.
En Europa el presidente (Obama) no ha escuchado una voz única
En Europa el presidente no ha escuchado una voz única. Con Ucrania han aflorado de nuevo las divisiones entre la Europa oriental y la Europa occidental (la “nueva” y la “vieja” Europa, por usar los adjetivos que EE UU usaba hace una década, durante la guerra de Iraq).
“Los polacos están bastante decepcionados porque los alemanes no han ido lo suficientemente lejos a la hora de impulsar sanciones más duras contra Rusia”, dice desde Berlín Judy Dempsey, del laboratorio de ideas Carnegie Endowment for International Peace. “Los europeos orientales y los estados bálticos tiene la sensación, y saben, y creen que los europeos occidentales titubean ante Rusia y no darán la cara por la integridad de las fronteras y los valores. Y esto ha debilitado y dividido Europa. Europa está completamente dividida ahora sobre cómo tratar con Rusia”.
Para complicarlo, las elecciones al Parlamento europeo han dado visibilidad a un virtual partido putinista en Europa: una coalición transversal que une a la extrema izquierda antiamericana y a la extrema derecha tradicionalista, antiglobalización, contraria a la inmigración, euroescéptica y también antiamericana. El Frente Nacional de Marine Le Pen, vencedor en Francia, es el exponente más obvio de esta corriente.
Pero el partido putinista también cuenta con militantes en el establishment de países clave como Alemania. Personalidades como el excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder, presidente del consejero de una filial de la empresa gasista rusa Gazprom, exhiben sin complejos sus simpatías por el presidente ruso.
La Europa que Obama encontrará esta semana digiere todavía el éxito de los populistas de derechas en Francia y Reino Unido. El resultado de las elecciones no alarma a Washington, donde se interpreta más bien como un toque de alerta, pero sí preocupa. La relación transatlántica —desde la negociación del tratado de libre comercio hasta el aumento del antiamericanismo— puede resentirse
“Todos nuestros países debemos mostrarnos vigilantes ante cualquier esfuerzo por demonizar a personas con un origen o etnia diferente”, dijo Rhodes, el asesor de Obama.
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