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lunes, 13 de octubre de 2014

Las catedrales del Kremlin y el capitalismo multipolar / Pedro A. García Bilbao




Tras los Acuerdos de Minsk, la tregua impuesta, el destierro de Strelkov, las presiones sobre Zajarchenko, el atentado a Gubarev y la noticia de que la Royal Dutch Shell ha comenzado sus trabajos de fracking en el Donbas ocupado, es hora ya de hacer algunas reflexiones…

Moscú no puede vencer los planes norteamericanos —léase la elite anglo-sionista mundial— sin entrar en contradicción con su interés de clase como oligarcas rusos: es imposible, pues el sistema de sanciones y de vetar el acceso a sus cuentas y propiedades en occidente genera tales contradicciones en la elite de poder rusa que en la práctica les impide reaccionar adecuadamente, poniéndoles de rodillas ante los planes norteamericanos.

Rusia podría resistir, pues el país cuenta con la fuerza, la identidad, la memoria histórica y los recursos materiales para hacerlo, pero para ello tendrían que tomar medidas que afectarían a su posición de clase en el sistema ruso y en el internacional que, como vemos, no están dispuestos a tomar; por el contrario, los anglosionistas, no tienen esa contradicción interna, todo lo contrario, su propio interés como sostén de la Hiperclase globalista les lleva necesariamente a mantener el desafío hasta el final.

Por anglosionistas denominamos en este análisis al grupo de poder global dominante que tiene su base de poder territorial y militar en los Estados Unidos y tiene su centro originariamente en los lazos históricos y sociales de las oligarquías anglonorteamericanas, con ramificaciones hacia otros antiguas metrópolis centrales en Europa o centros de poder financiero en distintas zonas del mundo. La elite anglosionista han ido evolucionando de ser elites nacionales extremo de los estados industriales y/o colonialistas que acabaron las dos guerras mundiales del siglo XX en posición de ventaja, a ser la base ejecutiva de una Hiperclase compuesta por individuos que constituyen la fracción más poderosa económicamente y situada, en razón de su poder y alcance, en posición capaz de influir de forma determinante en las políticas del estado más poderoso hasta el momento, Estados Unidos.

El resultado de la línea de ataque anglosionista es que la contradicción y la lucha interna se instala en Moscú, entre los que ya han optado por venderse y los que no acaban de encontrar el momento para tener que reconocer que el capitalismo mundial multipolar es inviable.

Recuperar Crimea en este contexto fue un espejismo, una ilusión, más facilitada por los planes de contingencia del GRU —de cuando se hacían bien las cosas en el GRU— para dar seguridad al despliegue militar en la península, que a una jugada política de largo alcance impulsada por la dirección rusa.
Si comparamos lo que denota el golpe maidanita en Kiev, con la liberación de Crimea, veremos que la derrota estratégica al perder Ucrania como aliado es de tal magnitud que todo palidece. El fracaso de los servicios rusos (todos ellos) en Kiev es tan gigantesco que asusta sacar consecuencias. O fue un fracaso, o fue algo peor. En cualquier caso, lo de Crimea no supone nada mas que un episodio en un enfrentamiento que se está perdiendo.

Rusia no llegó tarde al socialismo —en realidad fueron los únicos que lograron llegar, con errores y aciertos pero lograron romper con lo anterior y emprender el camino—, a donde ha llegado tarde es al capitalismo y es por eso que su elite actual no va a ser capaz de conseguir ocupar un espacio entre la elite globalista sin tener que pagar el peaje exigido, que no es otro que renunciar a su base territorial de poder —su país y su acceso y control a sus fuentes de energía y materias primas— .

Obcecarse en mantener la disputa por la pretensión de un capitalismo multipolar, conduce necesariamente al enfrentamiento intercapitalista —como en 14-18—, lo que dadas las condiciones de los actores, potencias nucleares, y sus contradicciones de clase internas, lleva a una deriva del conflicto a los modos de guerra 2.0, a los que estamos asistiendo en el Maidan, en Hong Kong y otras manifestaciones «naranja».

Los intentos de desarrollar una hipotética línea de respuesta rusa en base a estrategias parecidas en campo occidental —movilizando la respuesta social fruto del descontento— no tiene futuro, pues la Rusia actual no representa un modelo social alternativo ni siquiera en el plano de la ilusión o la esperanza. Su única baza de lograr ciertas simpatías está entre quienes rechazan la dominación norteamericana, pero aquí operan las contradicciones de clase de nuevo, pues no basta con oponerse a los excesos de Washington en lo político militar, pues la clave del poder global consiste en el dominio de sus estructuras financieras y militares que facilitan el control y saqueo global: la Organización Mundial de Comercio, el FMI, los tratados de libre comercio diversos, el Banco Mundial, la OTAN en el plano estratégico; entidades éstas ante las que Rusia lo que hace es mostrar su desencanto por no ser invitada a la mesa en pie de igualdad, sin comprender que habiendo llegado tarde al capitalismo su puesto sólo puede ser secundario. Rusia por otra parte, esta olvidando el profundo desprecio, rayano en el racismo, que lo eslavo genera en las elites anglosionistas y por motivos anidados en la historia cultural en buena parte de las clases dirigentes europeas.

Para poder combatir en la guerra 2.0 que se plantea hoy en día se precisa un modelo social alternativo, pero no solamente alternativo en cuanto a la cuestión de los valores en la tensión postmodernidad-tradición, sino fundamentalmente en cuanto al modelo social derivado del modo de producción. En la tensión postmodernidad -tradición se unen a lo más reaccionario. Y en lo social no quieren dar la batalla pues renunciaron hace mucho a ella: por renunciar, renunciaron a la Unión Soviética, a la que destruyeron desde dentro.

Las contradicciones y la naturaleza dialéctica de la realidad tienen no obstante su propia lógica. Y ha bastado un golpe de estado en Kiev y la aparición de símbolos nazis en las calles de Ucrania para que el mundo eslavo saltase. La resistencia popular en el Donbas prendió con fuerza gracias a la memoria histórica de la lucha de los pueblos de la URSS y su guerra contra el fascismo. El peso de lo tradicional en la identidad rusa se ha mezclado de nuevo con los valores antifascistas y un movimiento popular de resistencia se alzó en la región que se creía más derrotada y humillada del espacio postsovietico. La llama en el Donbas brilló con fuerza cuando nadie esperaba que pudiera brillar de nuevo, luchando juntos patriotas rusos con antifascistas frente al fascismo ucraniano en un combate que ha estremecido tanto el alma rusa, como cuantos en el mundo entero respetan a Rusia por su papel en la guerra contra el fascismo

Si la Rusia actual abandonase finalmente Novorossia a los oligarcas y a las mafias, la izquierda mundial —la que quede— abominará de la Rusia post-perestroika todavía más de lo que ya lo hace. En los meses de la acción valiente de Crimea y de la lucha heroica en el Donbas han sido muchos los que en todo el mundo han mirado a Moscú en busca de alguna señal de que se iba apoyar a la resistencia antifascista y antioligárquica, aunque solamente fuese como acto de autodefensa por parte de Moscú ante el desafio globalista. Si finalmente les traicionan el coste moral y de prestigio será definitivo.

El apoyo de la izquierda no ha sido buscado, sino que es una consecuencia colateral del carácter de lucha de clases abierta que se ha dado en el Donbas, donde Rusia se ha visto obligada a prestar alguna asistencia que impidiera el genocidio a manos de los fascistas ucranianos.

Cuando decimos izquierda, nos referimos lógicamente a la que ha expresado su apoyo a la lucha popular en el Donbas, pues resulta muy difícil considerar «izquierda» a quienes han preferido callar o directamente han sido cómplices de la agresión y el golpe de estado en Kiev.

La degradación de la izquierda como fuerza social y activa políticamente es muy intensa, sus estructuras se encuentran sumidas en el colapso o en la confusión, cuando no literalmente corrompidas, los partidos socialistas ya desde 1914 y los comunistas al menos desde la línea de fractura de 1956; los cambios sociales sufridos en Europa con los sistemas de welfare state, basados en la elevación del nivel de vida de la población trabajadora y la obtención de paz social cooptando desde el poder a los sindicatos están en la base de la sociedad post-industrial y los profundos cambios de valores resultantes. El suicidio de la URSS en 1989-93 marcó un cambio global brutal, en el que los equilibrios de la guerra fría rotos llevaron a la elite capitalista occidental —eso que estamos llamando los anglo-sionistas— a la suspensión del pacto social (forzado) que dio origen al welfare state y con ello a la aparición descarnada de un poder global ya sin oposición sistémica alguna. En la actualidad todo el sistema se encuentra en peligro por el agotamiento de los recursos naturales que sustentan el modo de producción, y ello está causando una carrera por la dominación territorial en la forma de control y acceso a los recursos, sin que exista espacio en el sistema global para espacios administrados autónomamente a partir de cierto nivel.

Sistema de dominación global, capitalismo globalizado, elites dominantes con base territorial en el área anglo-norteamericana, Hiperclase global parasitaria y agotamiento de recursos y canibalización de los restantes, en medio de una crisis de cambio climático y picos de la energía y materias primas, son los factores que conforman el marco actual de la lucha de clases. Ante este panorama la respuesta de la izquierda occidental mayoritaria es negar la existencia de la lucha de clases y renunciar a desarrollar políticas alternativas al modo de producción. La izquierda eslava es, por su parte, un peón fuera de juego, y que en la crisis de Novorossia, tanto en Ucrania como en Rusia, ha demostrado tanto impotencia como falta de autonomía política real respecto del poder dominante en su país.

Los nuevos movimientos ciudadanos en el mundo occidental no son tanto movimientos de resistencia como muestras del descontento de las clases medias en precario y en trance de marginalización, conducidas a un maidan permanente que no cuestiona la base del sistema y se obstina en creer que es posible volver a restaurar el viejo orden del welfare state.
Los movimientos occidentales basados en la iconografía y mensajes emanados de las fundaciones del partido demócrata norteamericano, la propaganda an.cap (anarco capitalista) y las diversas redes de injerencia ideológica, están consiguiendo romper los lazos de la memoria histórica que unen las luchas del pasado con las del presente, desideologizar las luchas y conflictos y negar la tensión izquierda y derecha, aislando a los militantes —o a los sencillos ciudadanos que se consideran identificados con los valores de la izquierda— de las masas que sufren en primer lugar la precarización. Del seno de esta nueva «izquierda» que se niega a sí misma son cooptadas voces de supuestos intelectuales que destruyen las palabras y vacían de contenido los conceptos de forma que la alienación de las masas llegue al propio lenguaje, impidiendo así poner nombre a las cosas e identificar los fenómenos.

Si a Rusia, por su parte, ni remotamente se le ocurre pretender incidir en la reconstrucción de espacios de izquierda anti-imperialista —habría que disculparse por exponer esta idea como hipótesis—, no significa que esté renunciando a intervenir de alguna forma. Curiosamente, muestra de la gran confusión moral y política de las sociedades en descomposición, se han estimulado desde Moscú, algunos lazos con los grupos de extrema derechaque son más —supuestamente— antinorteamericanos que antirusos. Y así, algunas facciones del poder en Rusia han buscado la simpatía y apoyo de facciones de la extrema derecha europea—los lepenistas en Francia, los nazis del MSR en España, o los grupúsculos euroasianistas. Esta linea de trabajo les permitirá sencillamente unir al fracaso el descrédito más absoluto.

La propuesta euroasianista es técnicamente hablando una propuesta reaccionaria asimilable a lo peor de lo peor del mundo occidental y que además, no permite en modo alguno resolver la contradicción principal que se plantea en términos de clase.

El eurasianismo como pretendida ideología de la construcción nacional rusa que busca lograr arrendar una parcela de soberanía en el escenario mundial, es la prueba palpable de que Rusia ha llegado tarde al capitalismo y al fascismo, intentándolo ahora de forma tan burlesca como trágica.

Huttington y su guerra de civilizaciones planteaba cínicamente este enfrentamiento, pues sabia que tal construcción —lo de las «civilizaciones enfrentadas», era ideológica y por tanto, falsa, Alexander Duguin lo plantea en serio, lo que demuestra el grado de degeneración de la inteligentsia rusa, que oscila entre el alquiler de saldo a los globalistas y la repetición como farsa y con 75 años de retraso del fenómeno fascista y de las revoluciones reaccionarias en Europa Occidental de la época de entreguerras (rexistas en Bélgica, Croix de feu en Francia, CruzFlechados en Hungría, Requetés y Falangistas en España).

La elite globalista mundial les ofrece una salida en términos de clase, como no podía ser de otra manera:, en el mejor de los casos les propone la cooptación a un puñado de miembros de la elite rusa como meritorios de la nueva Hiperclase global, pero solamente a los muy muy ricos, y la entrega del país al saqueo, donde ciertamente habría necesidad de algunos capataces más o menos recompensables en función de sus logros y renuncias.

La estructura de poder rusa que logró expulsar a los capataces occidentales de la era de Yeltsin y frenar a los oligarcas de entonces, había intentado con cierto éxito hasta hoy, retomar el control de su territorio. La ilusión de los integrantes de esta estructura —básicamente los servicios de seguridad tanto civiles como militares y sinergías diversas con el lobby militar industrial— de que bastaría con neutralizar a los peones rusos de los anglo-sionistas para retomar el control de su base territorial de poder, está camino de reventar en pedazos al entrar en contradicción con la realidad de la lucha de clases a nivel mundial. Rusia es, por su tamaño, influencia y recursos, tan enorme que una línea de actuación basada en la defensa de su soberanía estratégica entra en colisión con el poder global; su pretensión es absurda sino va acompañada de un cuestionamiento del modo de producción.

Suponer que el bloque anglosionista iba a consentir una alianza ruso-alemana o ruso-europea que le diera viabilidad a un espacio de desarrollo compartido Rusia-Europa era olvidar que una acción de ese tipo exigiría una soberanía europea inexistente, ni en términos de la Unión, ni en términos de estados miembro. La penetración atlántica en Europa es ya sistémica. Si en los viejos estados europeos, extremo de largas y antiguas tradiciones nacionales, con una base cultural, industrial, económica y política muy fuertes y con un nivel de desarrollo elevado, si en esos estados no hay espacio ya para la soberanía ante el bloque de poder atlántista, ¿de donde saca la elite rusa que su estado iba a lograrlo sin enfrentamiento? Un enfrentamiento que ellos, por otra parte no están dispuestos a establecer.

El capitalismo mundial multipolar tuvo su época, la que reventó en 1914.En 2014, la globalización de las elites y el capital es de tal magnitud y tan nula la resistencia seria, que la pretensión de la elite rusa de intentar forzar una situación de multipolaridad está condenada al fracaso.

Zbigniew Brezinsky ha planteado las cosas crudamente; a diferencia de los partidarios de la perestroika y sus herederos actuales, Brezinsky sabe pensar en términos de contradicción de clase y sabe perfectamente que la oligarquía rusa realmente existente tiene sus caudales en el extranjero, sus familias y sus inversiones y que para desbaratar la pretensión de soberanía sobre el territorio y los recursos basta con presionar a su elite, dándoles a escoger entre su interés como clase y su ilusión soberanista, pues en un mundo globalizado, con una disputa brutal por los recursos naturales no hay posibilidad ninguna de mantener ambas salvo que se produzca en términos de lucha antiimperialista seria. No hay espacio para las burguesías nacionales en el siglo XXI. Sólo puede haber soberanía si se plantea en términos de ruptura con el capitalismo realmente existente, el de la globalización anglosionista —el núcleo principal—; esta ruptura no tiene porque darse de golpe ni forzada, sino que se presenta en términos de análisis científico de los procesos sociales y de conflicto como una consecuencia lógica de seguir un camino u otro: pretender la soberanía sobre los propios recursos y territorio lleva al enfrentamiento y la ruptura si se desea lograr el objetivo. Es así. Lo impone la lógica de las relaciones y equilibrios de poder en el mundo actual.

Las pretensiones de los BRIC, en la medida que no cuestionan, —es que ni se lo plantean—, el modelo capitalista dominante y su modo de producciónestán condenadas al fracaso. Los esfuerzos de los BRIC pueden generar ruido y molestias, pero al no romper con el sistema capitalista, del que se declaran partidarios, y temerosos de sus equilibrios internos —muy frágiles—, se puede afirmar que van camino de ninguna parte hasta su propia implosión más pronto o más tarde, dado lo desequilibrado de su estructura de clases interna.

La pretensión de lograr la multipolaridad capitalista mundial que decía defender Rusia ha entrado en crisis en cuanto ha querido regresar al tablero mundial al ver las jugadas del contrincante en casillas vecinas a su territorio. Ucrania ha sido una derrota, Crimea no es un paliativo, y Novorossia está siendo sacrificada precisamente por las contradicciones de clase que han aflorado en Moscú.

La deriva de la situación en el Donbas / Novorossia muestra claramente la renuncia de Moscú a la victoria y al enfrentamiento. El hecho es que la Royal Dutch Shell ha iniciado ya las tareas para el fracking en el Donbas ocupado, los golpistas de Kiev son ya un gobierno aceptado internacionalmente sin reservas, la tregua impuesta en Novorossia ha puesto de rodillas a la resistencia y lleva camino de entregar su sueño novorruso a un triste final a manos de mafias auspiciadas por los oligarcas locales con amistades en Kiev y Moscú.

Afirmar que el destino de Rusia se jugaba en el Donbas era algo más que una frase, era una afirmación basada en una realidad, pues una derrota novorrusa sería la prueba de que en Moscú no había voluntad de lucha. La opción de la entrega miserable de los combatientes y las esperanzas novorrusas, es una variable de la derrota y augura un maidan moscovita en el que, finalmente, la elite globalista mundial presionaría para situar un títere en el Kremlin. Este verano, la heroica lucha de los milicianos del Donbas fue el elemento clave que forzó las cosas e impidió que el guión aplicado en Kiev se estrenase en Moscú. La imposición de los Acuerdos de Minsk y la tregua impuesta les están poniendo en Novorossia de rodillas de nuevo, arrojándolos a la destrucción, pero esta vez a manos de sus aliados. Triste espectáculo el de los servicios rusos, tan eficaces ahora para reconducir la situación en el Donbas, como inútiles e impotentes ante el golpe en Kiev.

La lucha del Donbas no ha sido funcional a los intereses estratégicos de la elite rusa, se han visto obligados a intervenir para impedir el espectáculo del asesinato masivo de la población del Donbas a manos de la extrema derecha ucraniana, pero el sueño de un Donbas libre de oligarcas y con un estado soberano y comprometido con los derechos sociales y de los trabajadores en suelo eslavo era algo completamente incompatible con el status quo post-soviético. Solamente en la medida en que en Moscú pudiera haber alguna facción consciente de las contradicciones en juego y que su sentido patriótico les lleve a hacer frente al desafío que tienen ante sí, habría alguna posibilidad de resistencia; y digo patriótico porque ya sabemos que salvo por abajo, por arriba, ya no hay nadie capaz de pensar en términos de clase.

Un camino desesperado —y tal vez no improbable— sería pasar de febrero a octubre en Novorossia. ¿Imposible? La insurrección del Donbass en Marzo, fue «febrero«, para lograr la victoria solamente puede tomar el control, que las unidades milicianas tomen el control político de Donetsk y Lugansk y se cree un Consejo Militar Revolucionario que suspenda las elecciones próximas —que buscan ser una pantalla para abandonar la lucha—, y se declare dispuesto a resistir hasta el final. Esta salida sería desesperada, sin duda, y representaría el equivalente a un nuevo «Octubre»; de producirse obligaría a Moscú a mostrar sus cartas ante su propia población y tal vez ayudara a que si realmente existe un pulso de poder entre las torres del Kremlin, la lucha se decantara por el lado más patriótico y popular —mucho suponer es, no obstante, que esta «torre» exista. Vasily Záitsev en Stalingrado lo planteó así:«Tal vez estemos condenados, pero por el momento seguimos siendo los amos y señores de nuestra tierra». En Novorossia hay combatientes de sobra que estarían de acuerdo con Záitsev, pero sin duda falta dirección política y eso que algunos analistas rusos denominan la inquebrantable moral de victoria de los bolcheviques.

La pretensión rusa de lograr un capitalismo multipolar con una Rusia unida bajo una ideología nacionalista basada en la manipulación del sentimiento patriótico, la religión ortodoxa y mitos eslavos diversos está siendo contestada por la realidad del enfrentamiento, planteado en términos de lucha de clases, a nivel global. La realidad es que a la elite rusa se les permitiría controlar a su población como deseen, siempre y cuando renuncien a su soberanía sobre el territorio y los recursos, que renuncien a su base física de poder, es decir, a su país. Esta es la naturaleza del desafío. Se equivoca Putin si piensa que el Gran Patriarca tiene respuesta en sus libros sagrados. No hay suficiente incienso en las catedrales del Kremlin para enmascarar esa realidad.

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