La escalada de la violencia que sacude desde hace meses Donbass ha provocado esta semana una serie de respuestas políticas de gran relevancia. El reciente avance conjunto de las milicias de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk hacia Debaltsevo ha creado cierto nerviosismo, no solo en Kiev sino también en Berlín, París o Washington, que han acelerado la maquinaria para apoyar al Gobierno ucraniano en su intento por recuperar el control sobre Donbass.
A mediados de enero, el Ejército Ucraniano lanzaba una ofensiva sobre “todas las posiciones conocidas de los separatistas” con el objetivo de recuperar las posiciones perdidas en el aeropuerto de Donetsk y tratar de avanzar contra las posiciones de la milicia, que se ha consolidado y reorganizado en lugar de desmembrarse y disolverse, como esperaba el bando ucraniano tras la firma del protocolo de Minsk. La ofensiva no violaba el alto el fuego firmado en septiembre (ese en el que Plotnitsky y Zakharchenko firmaban a título personal y no como representantes de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, que no recibían reconocimiento alguno como parte del conflicto), ya que solo buscaba recuperar las posiciones el aeropuerto. Así explicaba el portavoz de lo que Ucrania sigue llamando operación antiterrorista, sin explicar por qué dicha ofensiva iba a dejar algunos de los bombardeos más duros de la guerra en zonas como Gorlovka.
El fracaso de esta operación, que solo consiguió dejar más muerte y más destrucción entre la población civil de Donetsk o Gorlovka, supone el inicio, no solo de la contraofensiva rebelde, sino el reinicio de la ofensiva diplomática contra Rusia. Si ataque contra Mariupol, que la prensa, diplomacia y organizaciones internacionales adjudicaron, sin necesidad de una investigación exhaustiva, a los rebeldes de la RPD o a Rusia, volvió a devolver el conflicto a la primera línea de la política mundial, es la ofensiva para cercar Debaltsevo la que ha causado esta reciente ofensiva diplomática para apoyar a Ucrania en su intento por acabar con la rebelión de Donbass.
Estratégica por como nudo de las comunicaciones ferroviarias en la zona, Debaltsevo, a medio camino entre Donetsk y Lugansk, se ha convertido, en estos meses de alto el fuego, en el centro en el que el Ejército Ucraniano ha concentrado un mayor número de tropas. Ante el riesgo de que el cerco rebelde haga de Debaltsevo un nuevo Ilovaysk, la diplomacia occidental ha elevado el tono del discurso, ha exigido un inmediato alto el fuego y ha iniciado pasos para cambiar la situación. Naciones Unidas difundía un comunicado para expresar la preocupación de su Secretario General.
El Secretario General continúa extremadamente preocupado por la situación en el este de Ucrania, particularmente por los civiles atrapados sin servicios básicos en la ciudad de Debaltseve. La ofensiva rebelde continúa y civiles mueren a diario. Condena en los términos más duros las informaciones de bombardeos indiscriminados y pide a ambas partes que alejen sus posiciones militares de las zonas densamente pobladas.
Aunque Ban Ki-Moon insiste en la necesidad de buscar una salida negociada a la crisis y en aliviar el sufrimiento de la población civil en general, solo Debaltsevo merece una mención aparte. La población civil de Donetsk, Gorlovka u otras zonas bajo el fuego de artillería ucraniano durante meses no merece el mismo trato. Ni siquiera lo merecen las zonas que siguen bajo el fuego de artillería durante el alto el fuego en Debaltsevo, que las milicias han aceptado respetar.
Bajo pretexto de proteger a la población civil, esa por la que ni los gobiernos occidentales, ni la prensa ni las organizaciones internacionales se han preocupado en exceso en estos meses cuando se trataba de zonas bajo control rebelde, la Unión Europea era la primera en exigir un alto el fuego inmediato. El comunicado de Federica Mogherini está también en la misma línea que el de Naciones Unidas:
“La espiral del aumento de la violencia en el este de Ucrania tiene que parar. La lucha provocada por la continuada ofensiva separatista, notablemente alrededor de Debaltseve, está causando gran sufrimiento humano y mina los esfuerzos dirigidos a buscar una solución política. El bombardeo de civiles, pase donde pase, es una grave violación del derecho internacional humanitario. La artillería debe ser inmediatamente retirada de áreas residenciales”
La Unión Europea se une, sutilmente, a la tesis de Amnistía Internacional, que culpa a los rebeldes de los bombardeos ucranianos contra las ciudades, respuesta a los bombardeos rebeldes desde esas zonas urbanas (o sus alrededores). Y una vez más, aunque se exige el cese de los bombardeos de artillería en todas las zonas urbanas, solo se insiste en Debaltsevo. La población civil de esa ciudad es tan importante como la de, por ejemplo, Gorlovka, pero no lo es más. ¿Dónde estaban los comunicados exigiendo el cese de bombardeos de Gorlovka, sitiada y sin acceso directo siquiera a Donetsk hasta hace pocas semanas?
“Bombardeado un hospital entre llamadas al alto el fuego”, titulaba esta semana una información de AFP en un titular tan cierto como manipulado. Mientras la diplomacia mundial exigía un alto el fuego en Debaltsevo, el ejército ucraniano bombardeaba un hospital en la ciudad de Donetsk. La información del bombardeo de un hospital en la ciudad de Donetsk, que costó la vida al menos a 5 civiles y provocó graves daños materiales en la institución, no buscaba culpabilizar a ninguno de los bandos. En otro reportaje de la agencia esta semana, el periodista comentaba que, aunque la población local asegura que los bombardeos de artillería provienen de posiciones ucranianas, es fácil ver cómo se puede tratar también de la artillería rebelde, imprecisa e impredecible. Para especular no hacen falta pruebas.
Informes de la OSCE y Human Rights Watch denunciaban esta semana el uso de bombas de racimo en los bombardeos contra la ciudad de Lugansk, pero con el interés centrado en Debaltsevo, esta noticia, igual que los bombardeos de hospitales o el uso de bombas incendiarias en Donetsk quedaba eclipsado. Tampoco han impresionado las imágenes de los civiles huyendo de Uglegorsk bajo el fuego de artillería ucraniano o las colas para recibir ayuda humanitaria en la castigadísima Pervomaisk, en la primera línea del frente y bajo el fuego de artillería ucraniano durante meses. El difícil acceso a la ciudad supone que la ayuda humanitaria consistiera ayer, según informó el periodista Graham Phillips, en pan y agua. El reportaje fotográfico de Maximilian Clarke ilustra perfectamente la desesperación de la población local.
A mediados de enero, el Ejército Ucraniano lanzaba una ofensiva sobre “todas las posiciones conocidas de los separatistas” con el objetivo de recuperar las posiciones perdidas en el aeropuerto de Donetsk y tratar de avanzar contra las posiciones de la milicia, que se ha consolidado y reorganizado en lugar de desmembrarse y disolverse, como esperaba el bando ucraniano tras la firma del protocolo de Minsk. La ofensiva no violaba el alto el fuego firmado en septiembre (ese en el que Plotnitsky y Zakharchenko firmaban a título personal y no como representantes de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, que no recibían reconocimiento alguno como parte del conflicto), ya que solo buscaba recuperar las posiciones el aeropuerto. Así explicaba el portavoz de lo que Ucrania sigue llamando operación antiterrorista, sin explicar por qué dicha ofensiva iba a dejar algunos de los bombardeos más duros de la guerra en zonas como Gorlovka.
El fracaso de esta operación, que solo consiguió dejar más muerte y más destrucción entre la población civil de Donetsk o Gorlovka, supone el inicio, no solo de la contraofensiva rebelde, sino el reinicio de la ofensiva diplomática contra Rusia. Si ataque contra Mariupol, que la prensa, diplomacia y organizaciones internacionales adjudicaron, sin necesidad de una investigación exhaustiva, a los rebeldes de la RPD o a Rusia, volvió a devolver el conflicto a la primera línea de la política mundial, es la ofensiva para cercar Debaltsevo la que ha causado esta reciente ofensiva diplomática para apoyar a Ucrania en su intento por acabar con la rebelión de Donbass.
Estratégica por como nudo de las comunicaciones ferroviarias en la zona, Debaltsevo, a medio camino entre Donetsk y Lugansk, se ha convertido, en estos meses de alto el fuego, en el centro en el que el Ejército Ucraniano ha concentrado un mayor número de tropas. Ante el riesgo de que el cerco rebelde haga de Debaltsevo un nuevo Ilovaysk, la diplomacia occidental ha elevado el tono del discurso, ha exigido un inmediato alto el fuego y ha iniciado pasos para cambiar la situación. Naciones Unidas difundía un comunicado para expresar la preocupación de su Secretario General.
El Secretario General continúa extremadamente preocupado por la situación en el este de Ucrania, particularmente por los civiles atrapados sin servicios básicos en la ciudad de Debaltseve. La ofensiva rebelde continúa y civiles mueren a diario. Condena en los términos más duros las informaciones de bombardeos indiscriminados y pide a ambas partes que alejen sus posiciones militares de las zonas densamente pobladas.
Aunque Ban Ki-Moon insiste en la necesidad de buscar una salida negociada a la crisis y en aliviar el sufrimiento de la población civil en general, solo Debaltsevo merece una mención aparte. La población civil de Donetsk, Gorlovka u otras zonas bajo el fuego de artillería ucraniano durante meses no merece el mismo trato. Ni siquiera lo merecen las zonas que siguen bajo el fuego de artillería durante el alto el fuego en Debaltsevo, que las milicias han aceptado respetar.
Bajo pretexto de proteger a la población civil, esa por la que ni los gobiernos occidentales, ni la prensa ni las organizaciones internacionales se han preocupado en exceso en estos meses cuando se trataba de zonas bajo control rebelde, la Unión Europea era la primera en exigir un alto el fuego inmediato. El comunicado de Federica Mogherini está también en la misma línea que el de Naciones Unidas:
“La espiral del aumento de la violencia en el este de Ucrania tiene que parar. La lucha provocada por la continuada ofensiva separatista, notablemente alrededor de Debaltseve, está causando gran sufrimiento humano y mina los esfuerzos dirigidos a buscar una solución política. El bombardeo de civiles, pase donde pase, es una grave violación del derecho internacional humanitario. La artillería debe ser inmediatamente retirada de áreas residenciales”
La Unión Europea se une, sutilmente, a la tesis de Amnistía Internacional, que culpa a los rebeldes de los bombardeos ucranianos contra las ciudades, respuesta a los bombardeos rebeldes desde esas zonas urbanas (o sus alrededores). Y una vez más, aunque se exige el cese de los bombardeos de artillería en todas las zonas urbanas, solo se insiste en Debaltsevo. La población civil de esa ciudad es tan importante como la de, por ejemplo, Gorlovka, pero no lo es más. ¿Dónde estaban los comunicados exigiendo el cese de bombardeos de Gorlovka, sitiada y sin acceso directo siquiera a Donetsk hasta hace pocas semanas?
“Bombardeado un hospital entre llamadas al alto el fuego”, titulaba esta semana una información de AFP en un titular tan cierto como manipulado. Mientras la diplomacia mundial exigía un alto el fuego en Debaltsevo, el ejército ucraniano bombardeaba un hospital en la ciudad de Donetsk. La información del bombardeo de un hospital en la ciudad de Donetsk, que costó la vida al menos a 5 civiles y provocó graves daños materiales en la institución, no buscaba culpabilizar a ninguno de los bandos. En otro reportaje de la agencia esta semana, el periodista comentaba que, aunque la población local asegura que los bombardeos de artillería provienen de posiciones ucranianas, es fácil ver cómo se puede tratar también de la artillería rebelde, imprecisa e impredecible. Para especular no hacen falta pruebas.
Informes de la OSCE y Human Rights Watch denunciaban esta semana el uso de bombas de racimo en los bombardeos contra la ciudad de Lugansk, pero con el interés centrado en Debaltsevo, esta noticia, igual que los bombardeos de hospitales o el uso de bombas incendiarias en Donetsk quedaba eclipsado. Tampoco han impresionado las imágenes de los civiles huyendo de Uglegorsk bajo el fuego de artillería ucraniano o las colas para recibir ayuda humanitaria en la castigadísima Pervomaisk, en la primera línea del frente y bajo el fuego de artillería ucraniano durante meses. El difícil acceso a la ciudad supone que la ayuda humanitaria consistiera ayer, según informó el periodista Graham Phillips, en pan y agua. El reportaje fotográfico de Maximilian Clarke ilustra perfectamente la desesperación de la población local.
El temor a una derrota en Debaltsevo, que el Gobierno ucraniano difícilmente podría justificar, ha provocado la apresurada gira por la paz de Angela Merkel y François Hollande, que hoy visitan Moscú tras su reunión del día de ayer con Petro Poroshenko en Kiev. Igual que en septiembre, cuando el Ejército Ucraniano se encontraba en una complicadísima situación, con miles de sus soldados sitiados por tropas rebeldes, Occidente exige a Rusia que presione a los rebeldes para volver a un plan, el de Minsk, un protocolo que Kiev ha incumplido repetidamente, pero del que solo parece ver los puntos que comprometen a las Repúblicas Populares (o a “ciertas zonas de Donetsk y Lugansk”, como prefiere denominar el Gobierno ucraniano a las partes del territorio fuera de su control).
En su entrevista de esta semana para El País, el presidente Petro Poroshenko, que presenta a los rebeldes de la RPD y la RPL como “marionetas de Moscú, es perfectamente claro:
“Además, entre las medidas de vigilancia y verificación previstas está la posibilidad de confiscar el equipo de artillería pesada empleado en la agresión. Los acuerdos de Minsk prevén la liberación de todos los detenidos ilegales, el cierre de las fronteras, la retirada de las tropas extranjeras y mercenarios y del equipo de artillería pesada, tanques, armamentos, sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes y después, un proceso de regulación política con elecciones locales según la legislación ucraniana para identificar los interlocutores a tratar sobre la ulterior reintegración del territorio”.
Con estas declaraciones el presidente Poroshenko deja claras varias cosas. Por una parte, Poroshenko y su Gobierno siguen tratando el tema de Donbass como un problema militar, no un problema político. No es una guerra civil sino una agresión extranjera y terrorista. Yatseniuk ofrecía ayer sus gafas a quien no viera la intervención militar rusa cuando se le pedían pruebas de ello en la rueda de prensa posterior a su reunión con John Kerry.
Puede que Yatseniuk, como Poroshenko, menosprecie las ganas de resistir la vuelta de las autoridades ucranianas que los actos del Gobierno durante los últimos ocho meses han causado en el pueblo de Donbass, que se ha visto sometido, no solo al fuego de artillería, sino al completo abandono que supone el bloqueo económico implantado por Kiev en noviembre.
Quizá lo más importante sea la idea de que Ucrania no está dispuesta a ceder en lo que se refiere al poder político. Es por ello que el Gobierno fue tan duro al condenar las elecciones que las Repúblicas Populares celebraron el 2 de noviembre y que Occidente no ha dejado de denunciar. Sin haber logrado una victoria militar, Ucrania se ve obligada a ceder parte de su poder político, pero no está dispuesta a ir más allá de la autonomía municipal que el plan Ahtisaari preveía para los serbios de Kosovo, que sí habían perdido la guerra.
Por el momento, ni la parte ucraniana ni sus socios occidentales han dado a entender que tengan en cuenta los intereses o la opinión de la población de Donbass, esa que lleva sufriendo ocho meses de guerra, humillación e insultos del que dice ser su Gobierno central y que ha sido prácticamente ignorada por una prensa occidental, que solo ha alzado la voz en defensa de la población civil de Mariupol tras el ataque a esa ciudad y de la población de Debaltsevo, ahora que se ve asediada por la milicia.
Ante el posible desastre del ejército ucraniano, Merkel y Hollande se han lanzado a una desesperada ofensiva final para tratar de buscar un acuerdo. El plan podría plantear la introducción de fuerzas de paz, previsiblemente para patrullar la frontera, que las Repúblicas Populares se niegan a entregar a Ucrania y autonomía para unas Repúblicas a las que se daría más territorio. Está por ver qué tipo de autonomía estaría dispuesto a ceder el presidente Poroshenko, que esta misma semana volvía a repetir que Ucrania no sería un país descentralizado, a pesar de que sus grandes referentes, Estados Unidos y Alemania, sí son Estados federales.
También está por ver si el plan de Merkel y Hollande es solo un intento por acabar la guerra ahora que temen que el Ejército Ucraniano sufra otra derrota que le quite toda iniciativa en la negociación política o si buscará también unas condiciones políticas en las que se garanticen los derechos de toda la población. Es decir, falta saber si el plan de Hollande y Merkel busca atajar el problema político que la incapacidad de negociar del Gobierno ucraniano transformó en un problema militar o si solo se trata de buscar una salida temporal a ese problema militar antes de que el Ejército Ucraniano sufra otra derrota humillante. La alternativa, esa que la apresurada gira de Merkel y Hollande trata de evitar, supondría la entrega de armas estadounidenses al ejército ucraniano y la posible respuesta rusa.
Kiev, que sigue sin dar paso alguno para acercarse a la población civil de Donbass y que ha incumplido sistemáticamente sus compromisos adquiridos en Minsk, no ha dado señales de estar dispuesta a negociar una salida política con los representantes de las Repúblicas Populares. Y mientras sigue declarando ser partidaria de la salida negociada a la crisis, Ucrania sigue convencida de que las armas que Estados Unidos amenaza con enviar llegarán a Kiev. La línea entre el plan de paz y la guerra sigue siendo difusa.
En su entrevista de esta semana para El País, el presidente Petro Poroshenko, que presenta a los rebeldes de la RPD y la RPL como “marionetas de Moscú, es perfectamente claro:
“Además, entre las medidas de vigilancia y verificación previstas está la posibilidad de confiscar el equipo de artillería pesada empleado en la agresión. Los acuerdos de Minsk prevén la liberación de todos los detenidos ilegales, el cierre de las fronteras, la retirada de las tropas extranjeras y mercenarios y del equipo de artillería pesada, tanques, armamentos, sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes y después, un proceso de regulación política con elecciones locales según la legislación ucraniana para identificar los interlocutores a tratar sobre la ulterior reintegración del territorio”.
Con estas declaraciones el presidente Poroshenko deja claras varias cosas. Por una parte, Poroshenko y su Gobierno siguen tratando el tema de Donbass como un problema militar, no un problema político. No es una guerra civil sino una agresión extranjera y terrorista. Yatseniuk ofrecía ayer sus gafas a quien no viera la intervención militar rusa cuando se le pedían pruebas de ello en la rueda de prensa posterior a su reunión con John Kerry.
Puede que Yatseniuk, como Poroshenko, menosprecie las ganas de resistir la vuelta de las autoridades ucranianas que los actos del Gobierno durante los últimos ocho meses han causado en el pueblo de Donbass, que se ha visto sometido, no solo al fuego de artillería, sino al completo abandono que supone el bloqueo económico implantado por Kiev en noviembre.
Quizá lo más importante sea la idea de que Ucrania no está dispuesta a ceder en lo que se refiere al poder político. Es por ello que el Gobierno fue tan duro al condenar las elecciones que las Repúblicas Populares celebraron el 2 de noviembre y que Occidente no ha dejado de denunciar. Sin haber logrado una victoria militar, Ucrania se ve obligada a ceder parte de su poder político, pero no está dispuesta a ir más allá de la autonomía municipal que el plan Ahtisaari preveía para los serbios de Kosovo, que sí habían perdido la guerra.
Por el momento, ni la parte ucraniana ni sus socios occidentales han dado a entender que tengan en cuenta los intereses o la opinión de la población de Donbass, esa que lleva sufriendo ocho meses de guerra, humillación e insultos del que dice ser su Gobierno central y que ha sido prácticamente ignorada por una prensa occidental, que solo ha alzado la voz en defensa de la población civil de Mariupol tras el ataque a esa ciudad y de la población de Debaltsevo, ahora que se ve asediada por la milicia.
Ante el posible desastre del ejército ucraniano, Merkel y Hollande se han lanzado a una desesperada ofensiva final para tratar de buscar un acuerdo. El plan podría plantear la introducción de fuerzas de paz, previsiblemente para patrullar la frontera, que las Repúblicas Populares se niegan a entregar a Ucrania y autonomía para unas Repúblicas a las que se daría más territorio. Está por ver qué tipo de autonomía estaría dispuesto a ceder el presidente Poroshenko, que esta misma semana volvía a repetir que Ucrania no sería un país descentralizado, a pesar de que sus grandes referentes, Estados Unidos y Alemania, sí son Estados federales.
También está por ver si el plan de Merkel y Hollande es solo un intento por acabar la guerra ahora que temen que el Ejército Ucraniano sufra otra derrota que le quite toda iniciativa en la negociación política o si buscará también unas condiciones políticas en las que se garanticen los derechos de toda la población. Es decir, falta saber si el plan de Hollande y Merkel busca atajar el problema político que la incapacidad de negociar del Gobierno ucraniano transformó en un problema militar o si solo se trata de buscar una salida temporal a ese problema militar antes de que el Ejército Ucraniano sufra otra derrota humillante. La alternativa, esa que la apresurada gira de Merkel y Hollande trata de evitar, supondría la entrega de armas estadounidenses al ejército ucraniano y la posible respuesta rusa.
Kiev, que sigue sin dar paso alguno para acercarse a la población civil de Donbass y que ha incumplido sistemáticamente sus compromisos adquiridos en Minsk, no ha dado señales de estar dispuesta a negociar una salida política con los representantes de las Repúblicas Populares. Y mientras sigue declarando ser partidaria de la salida negociada a la crisis, Ucrania sigue convencida de que las armas que Estados Unidos amenaza con enviar llegarán a Kiev. La línea entre el plan de paz y la guerra sigue siendo difusa.
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