Pese a los dogmas establecidos por ese tramposo subgénero de la literatura de ficción que llamamos "historia", la esclavitud nunca fue abolida. Tan solo fue enmascarada bajo complejos códigos jurídico-lingüísticos que resulta extremadamente tortuoso desentrañar. La compleja ficción legal erigida en base a la expropiación de nuestro ser genuino y su suplantación por la "persona jurídica" (corporación) que se designa con nuestro nombre escrito en letras mayúsculas -requisito ineludible para todo contrato- es la clave para entender el sometimiento del ser humano a un poder omnímodo, inextricable y despótico, generador de ficciones destinadas a encadenar el espíritu con grilletes no menos eficaces que los de metal.
Policías, jueces y políticos SABEN que somos esclavos, pero se guardan bien de reconocerlo. Nuestra esclavitud simplemente es ejercida bajo el presupuesto de que no somos seres vivos, protegidos por el Derecho Natural, sino propiedades con un determinado valor económico, mercancía cotizable que garantiza el pago de la deuda del Estado. Como tal mercancía, estamos sometidos a la Ley Marítima o Ley del Almirantazgo, que originariamente regía el tránsito de productos en alta mar. Sus convenciones son aplicadas de forma encubierta a los seres humanos, de modo que el certificado de nacimiento (un documento al que en breve dedicaré una entrada exclusiva) es en realidad la certificación en origen de una mercancía sobre la que se ha calculado el beneficio económico que va a producir a lo largo de la vida laboral del sujeto.
Somos una mera garantía de pago. Que se nos exija la satisfacción de impuestos no es, por tanto, un modo de contribuir a las necesidades comunes, sino el fin mismo de todo el sistema. Trabajamos para que nuestra riqueza sea transferida a una Élite, pero se nos permite el usufructo de aquella parte de nuestra retribución que nos mantiene vivos, productivos y arraigados en el sistema. Es decir, lo suficiente como para tener algo que perder si se nos pasase por la cabeza la menor idea de rebelión.
Policías, jueces y políticos SABEN que somos esclavos, pero se guardan bien de reconocerlo. Nuestra esclavitud simplemente es ejercida bajo el presupuesto de que no somos seres vivos, protegidos por el Derecho Natural, sino propiedades con un determinado valor económico, mercancía cotizable que garantiza el pago de la deuda del Estado. Como tal mercancía, estamos sometidos a la Ley Marítima o Ley del Almirantazgo, que originariamente regía el tránsito de productos en alta mar. Sus convenciones son aplicadas de forma encubierta a los seres humanos, de modo que el certificado de nacimiento (un documento al que en breve dedicaré una entrada exclusiva) es en realidad la certificación en origen de una mercancía sobre la que se ha calculado el beneficio económico que va a producir a lo largo de la vida laboral del sujeto.
Somos una mera garantía de pago. Que se nos exija la satisfacción de impuestos no es, por tanto, un modo de contribuir a las necesidades comunes, sino el fin mismo de todo el sistema. Trabajamos para que nuestra riqueza sea transferida a una Élite, pero se nos permite el usufructo de aquella parte de nuestra retribución que nos mantiene vivos, productivos y arraigados en el sistema. Es decir, lo suficiente como para tener algo que perder si se nos pasase por la cabeza la menor idea de rebelión.
Puesto que no somos propietarios de la riqueza que generamos, TODA ella nos podría ser exigida por el Estado. ¿Entiendes por qué las quitas sobre los depósitos bancarios, como la efectuada recientemente en Chipre, son, desde el punto de vista del Sistema, absolutamente legítimas? El esclavo no es propietario de nada, todo lo que le rodea pertenece al patrón, y ha de serle devuelto a éste cuando lo exija.
La razón de esta demencial "cosificación" de los sujetos humanos hay que buscarla en lo acaecido en 1933, cuando, a consecuencia de la crisis del 29, E.E.U.U., Colombia y otros estados se declararon en bancarrota. Los E.E.U.U. habían cedido la emisión de moneda a una entidad privada, la Reserva Federal, de la que súbitamente se veían deudores. Como garantía de pago de la deuda contraída, las naciones, reconvertidas en Sociedades de Derecho Privado -así consta cada país en el registro de Washington-, aportaron a sus ciudadanos como aval.
Este régimen de esclavitud está sancionado por las convenciones del Derecho Romano, cuyas reglas, apenas modificadas, continúan esencialmente en vigor. La razón la veremos en breve, al identificar al titular del Sistema. Digamos, para simplificar las cosas, que el Imperio Romano ha sido replicado y continúa rigiendo los destinos del mundo. La nueva Roma es Washington, ciudad erigida sobre siete colinas por quienes firmaron la Declaración de Independencia (como testigos, puesto que esta declaración es un texto sin autor conocido).
Washington D.C. no pertenece a ninguno de los cincuenta estados que oficialmente integran los E.E.U.U.; es una entidad aparte que depende directamente del gobierno federal. Fue fundada el 16 de julio de 1790. En 1791 se oficializó su fusión con la pre-existente Georgetown. Posteriormente, en 1871, se unificaron los gobiernos de estas dos ciudades y del resto de poblaciones del distrito en una unidad, D.C., oficialmente denominada "Distrito de Columbia".
La razón de esta demencial "cosificación" de los sujetos humanos hay que buscarla en lo acaecido en 1933, cuando, a consecuencia de la crisis del 29, E.E.U.U., Colombia y otros estados se declararon en bancarrota. Los E.E.U.U. habían cedido la emisión de moneda a una entidad privada, la Reserva Federal, de la que súbitamente se veían deudores. Como garantía de pago de la deuda contraída, las naciones, reconvertidas en Sociedades de Derecho Privado -así consta cada país en el registro de Washington-, aportaron a sus ciudadanos como aval.
Este régimen de esclavitud está sancionado por las convenciones del Derecho Romano, cuyas reglas, apenas modificadas, continúan esencialmente en vigor. La razón la veremos en breve, al identificar al titular del Sistema. Digamos, para simplificar las cosas, que el Imperio Romano ha sido replicado y continúa rigiendo los destinos del mundo. La nueva Roma es Washington, ciudad erigida sobre siete colinas por quienes firmaron la Declaración de Independencia (como testigos, puesto que esta declaración es un texto sin autor conocido).
Washington D.C. no pertenece a ninguno de los cincuenta estados que oficialmente integran los E.E.U.U.; es una entidad aparte que depende directamente del gobierno federal. Fue fundada el 16 de julio de 1790. En 1791 se oficializó su fusión con la pre-existente Georgetown. Posteriormente, en 1871, se unificaron los gobiernos de estas dos ciudades y del resto de poblaciones del distrito en una unidad, D.C., oficialmente denominada "Distrito de Columbia".
Washington D.C. es, literalmente, un Estado independiente enclavado dentro de otro Estado. Igual que la "city" de Londres respecto al Reino Unido o el Estado Vaticano respecto a la república de Italia. ¿Casualidad? "Sólo los desinformados creen en la casualidad". El sello de la Élite preside los tres enclaves, proclamando quiénes gobiernan allí. Y este sello es la figura egipcia del obelisco: una construcción vertical terminada en un prisma (un triángulo para el ojo humano) que los freudianos quieren ver como un símbolo fálico, pero que en realidad es más un dedo que señala al cielo proclamando "Nuestro poder proviene de lo alto".
Washington es tanto la Roma del Nuevo Mundo como Roma -el Vaticano, más concretamente- es el Washington del Viejo Mundo: la capital de un imperio, el eje de una estructura de poder que conforma las vidas de millones de personas. Sucesivas bulas papales han establecido esa conformación de acuerdo con un interés nada espiritual: no fue el Imperio quien se convirtió a Cristo, sino la Iglesia quien se convirtió al cesaropapismo, con su cabeza visible revestida con los atributos y el título ("Pontifex", puente entre lo divino y lo terrenal) del Emperador. Esas bulas fueron estableciendo sucesivamente que: 1) toda tierra pertenece al Vaticano ("Unam sanctam ecclesiam", 1302), 2) todos los bienes de la tierra le pertenecen también ("Romanus Pontifex", 1455), y finalmente, 3) todas las almas son propiedad del Vaticano ("Aeternis regis clementia", 1481). Tan abusiva reclamación está justamente amparada por la Ley Marítima: puesto que la humanidad originaria se extinguió con el Diluvio, lo que sobrevivió, la vida emergida de las aguas -el linaje de Noé- es una mercancía de la que puede adueñarse quién la reclama. Y quien la reclamó es la Iglesia de Roma. Toda la riqueza de la tierra -material o espiritual- sigue siendo suya.
¿Comprendes ahora quien es el titular del Sistema?
Washington es tanto la Roma del Nuevo Mundo como Roma -el Vaticano, más concretamente- es el Washington del Viejo Mundo: la capital de un imperio, el eje de una estructura de poder que conforma las vidas de millones de personas. Sucesivas bulas papales han establecido esa conformación de acuerdo con un interés nada espiritual: no fue el Imperio quien se convirtió a Cristo, sino la Iglesia quien se convirtió al cesaropapismo, con su cabeza visible revestida con los atributos y el título ("Pontifex", puente entre lo divino y lo terrenal) del Emperador. Esas bulas fueron estableciendo sucesivamente que: 1) toda tierra pertenece al Vaticano ("Unam sanctam ecclesiam", 1302), 2) todos los bienes de la tierra le pertenecen también ("Romanus Pontifex", 1455), y finalmente, 3) todas las almas son propiedad del Vaticano ("Aeternis regis clementia", 1481). Tan abusiva reclamación está justamente amparada por la Ley Marítima: puesto que la humanidad originaria se extinguió con el Diluvio, lo que sobrevivió, la vida emergida de las aguas -el linaje de Noé- es una mercancía de la que puede adueñarse quién la reclama. Y quien la reclamó es la Iglesia de Roma. Toda la riqueza de la tierra -material o espiritual- sigue siendo suya.
¿Comprendes ahora quien es el titular del Sistema?
Hay tres sedes para el Poder Terrenal (Londres, Washington y el Vaticano), pero el titular es quien porta la triple Corona. Y la "Corona" es la fachada que oculta esa realidad, un nombre que invita a pensar en alguna de las concretas monarquías existentes, lo cual es esencialmente un error, una cortina de humo para difuminar a quién sirven las leyes de este mundo, ... de nuevo nada metafóricamente: si leemos la página web donde se definen las funciones del Procurador General de los E.E.U.U. aparece escrito que la principal es "la defensa de los bienes e ingresos de LA CORONA". No de los ciudadanos, sino de una entidad oculta que recibe este nombre, que oculta en realidad el "triregnum" o tiara, tocado papal que preside el escudo del Vaticano; una triple corona con la que durante casi un milenio todos los Papas fueron coronados, tradición que interrumpió Pablo VI donando su tiara personal a la Basílica de la Inmaculada Concepción ... de Washington (todo queda en familia). No obstante, Benedicto XVI recuperó el uso de la tiara, pues con ella fue coronado como lo eran los emperadores en Roma.
Las órdenes religiosas han venido siendo los instrumentos del Papado para afirmarse sobre toda la tierra, posesión suya -recordemos- como toda mercancía emergida de las aguas lo es, según la ley marítima, de quien la reclama.
Esta reivindicación se actualiza al ser "descubierta" América. Ante las dudas sobre si el Nuevo Mundo es tierra emergida del del Diluvio o no, Cristobal ("portador de Cristo") Colón ("Columbi", "paloma", símbolo del Espíritu Santo) es enviado a aquellas tierras para RECLAMARLAS (lo paradójico es que los mitos precolombinos al final también relatan un Diluvio, lo que facilita las pretensiones de la Corona).
La apropiación de las gentes va a ser más complicada. Los habitantes de América son pensados como descendientes de Jonitus, hijo de Noé nacido después del Diluvio. Par someterlos, la Iglesia delega en una nueva Orden cuya misma denominación reconoce su carácter de "compañía" ("societas" en latín), de intereses tan terrenales como pudo tener la "Compañía de Indias" británica. Su nombre es tan paradójico como el del "Banco del Espíritu Santo" brasileño. No hace falta nombrarla, ¿verdad?.
Las órdenes religiosas han venido siendo los instrumentos del Papado para afirmarse sobre toda la tierra, posesión suya -recordemos- como toda mercancía emergida de las aguas lo es, según la ley marítima, de quien la reclama.
Esta reivindicación se actualiza al ser "descubierta" América. Ante las dudas sobre si el Nuevo Mundo es tierra emergida del del Diluvio o no, Cristobal ("portador de Cristo") Colón ("Columbi", "paloma", símbolo del Espíritu Santo) es enviado a aquellas tierras para RECLAMARLAS (lo paradójico es que los mitos precolombinos al final también relatan un Diluvio, lo que facilita las pretensiones de la Corona).
La apropiación de las gentes va a ser más complicada. Los habitantes de América son pensados como descendientes de Jonitus, hijo de Noé nacido después del Diluvio. Par someterlos, la Iglesia delega en una nueva Orden cuya misma denominación reconoce su carácter de "compañía" ("societas" en latín), de intereses tan terrenales como pudo tener la "Compañía de Indias" británica. Su nombre es tan paradójico como el del "Banco del Espíritu Santo" brasileño. No hace falta nombrarla, ¿verdad?.
Al ser abolida por el Papa dicha Orden en 1774, su misión es transferida a la Orden de los Illuminati, fundada en 1776 por Adam Weishaupt, un discípulo de los jesuítas. Esta nueva orden, sociedad secreta infiltrada en otras sociedades secretas, es el principal gestor del llamado Nuevo Orden Mundial, una redefinición de la esclavitud humana en términos neo-feudales, con las corporaciones comerciales como únicos sujetos de la soberanía política y la gran masa de los seres humanos reducidos a mano de obra con sus facultades progresivamente anuladas por "chemtrails", transgénicos, fluorización del agua potable y propaganda constante sin posibilidad de análisis ni derecho a réplica.
No es un panorama apocalíptico de lo que está por venir. Es el mundo en el que estamos instalados. Empujados a ser ignorantes, pero con la información que podría liberarnos al alcance de la mano, ... si somos capaces de filtrarla de entre el caos al que ha sido deliberadamente arrojada.
No es un panorama apocalíptico de lo que está por venir. Es el mundo en el que estamos instalados. Empujados a ser ignorantes, pero con la información que podría liberarnos al alcance de la mano, ... si somos capaces de filtrarla de entre el caos al que ha sido deliberadamente arrojada.
Tiene que ver algo el Papa Francisco que es Argentino y en BsAs su monumento mas emblemático es el Obelisco también ??'
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