El conflicto kurdo regresa aTurquía, con una intensidad que no se veía desde los 90. Otros grupos armados se suman a la lucha. El resultado es explosivo: mil muertos en las tres guerras del país
El pasado 19 de agosto, un convoy militar turco viajaba por una carretera rural en la región de Siirt, muy cerca de las fronteras de Siria e Irak. De repente, el suelo bajo uno de los blindados se convirtió en un infierno, haciéndolo saltar por los aires. Un comando del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que vigilaba el paso de los vehículos desde cierta distancia, había hecho estallar un explosivo colocado junto al asfalto, matando a ocho soldados e hiriendo a varios más. Más o menos al mismo tiempo morían en el hospital otros cuatro soldados alcanzados por balas de la guerrilla kurda en un combate en la provincia de Diyarbakir, la noche anterior. Y dos individuos armados tirotearon a los guardias del Palacio de Dolmabahçe, en Estambul, afortunadamente sin causar víctimas.
Desde que hace poco más de un mes colapsasen las negociaciones de paz entre el Estado turco y el PKK, el conflicto kurdo ha regresado a Turquía, con una intensidad que no se veía desde los años 90. Una media de tres miembros de las fuerzas de seguridad turcas mueren cada día en atentados o combates con la guerrilla, y los incidentes violentos se suceden por todo el país, incluyendo Estambul y Ankara. Este mismo lunes, otra mina dejó dos soldados muertos y tres heridos en Hakkari, en la “triple frontera” con Irak e Irán.
Para complicar aún más las cosas, en esta oleada de violencia no solo participa el PKK: también lo han hecho otras organizaciones armadas de ultraizquierda, como el Frente-Partido Revolucionario de Liberación Popular (DHKP-C), que este mes intentó atentar contra el consulado estadounidense en Estambul. Otros grupos, como el Partido Comunista Marxista-Leninista (TKP-ML) o la Organización Revolucionaria de Obreros y Campesinos de Turquía (TIKKO) han estado implicados en emboscadas conjuntas con el PKK contra cuarteles de policía en Anatolia. Tan solo el 9 de agosto se produjeron al menos siete atentados en diversos puntos del país, en los que participaron cinco organizaciones diferentes.
Estos ataques son una respuesta a la “ofensiva general contra el terrorismo” lanzada por las autoridades turcas a principios del mes pasado: ante los informes de inteligencia de que el Estado Islámico se preparaba para cometer atentados suicidas en territorio turco, y sobre todo ante la presión estadounidense, la policía turca empezó a actuar contra las redes de reclutamiento y logística de los yihadistas en Turquía (aunque eso no impidió que uno de ellos se inmolase en la localidad de Suruç, en la frontera siria, el pasado 19 de julio, matando a 33 ciudadanos turcos). Turquía, además, ha permitido a la aviación estadounidense el uso de la base aérea de Incirlik para misiones de bombardeo contra el ISIS. A cambio, el Gobierno turco ha conseguido que Washington acceda a una de sus tradicionales demandas: la creación de una ‘zona de seguridad’ en el norte de Siria que sirva de santuario a los rebeldes que luchan contra el régimen de Bachar Al Asad, al que Ankara considera un enemigo.
“Definitivamente, esto aumentará la capacidad militar de la coalición contra el Estado Islámico. Por otra parte, Incirlik no es solo un asunto militar, sino que también es importante por su dimensión psicológica y diplomática”, explica Nihat Ali Özcan, analista de seguridad de la Fundación de Investigación sobre Política Económica de Turquía (TEPAV). “Como ‘país musulmán’, Turquía participará en las operaciones contra el ISIS, y esto podría animar a otros países musulmanes como Qatar y Arabia Saudí. En ese caso, puede afectar negativamente a los partidarios suníes del ISIS”, dice a El Confidencial.
“Para Turquía, es una época de creciente polarización interna, rivalidades geopolíticas y confrontación en múltiples frentes. La preocupación sobre posibles ataques yihadistas contra infraestructuras críticas y sitios populosos ha crecido desde el anuncio, el pasado 23 de julio, de que bases militares en Turquía serán usadas para crear lo que Washington llama ‘una zona libre de ISIS’, en una zona en áreas de mayoría árabe en el norte de Siria que será sostenida por rebeldes árabes suníes y turcomanos”, explica Nigar Göksel, analista para Turquía del International Crisis Group. “La preferencia de Turquía es una ‘zona segura’ donde los refugiados sirios puedan ser protegidos del régimen de Al Asad, pero el acuerdo aborda dos de sus preocupaciones de seguridad: sacar al Estado Islámico de la franja fronteriza con Turquía, y contener la expansión territorial de los kurdos de Siria”, indica.
A un mes del inicio de la ofensiva antiterrorista, las cifras hablan por sí solas: de los 1.300 detenidos, 137 están vinculados al ISIS y 847 al PKK
“Hay varios obstáculos para la ‘zona de seguridad’. En primer lugar, no hay suficientes milicias para defenderla contra el ISIS, el Frente Al Nusra y el régimen de Asad. En un futuro próximo, el Gobierno turco no puede enviar tropas de tierra a defenderla debido a la falta de mandato legal, aunque los servicios de inteligencia pueden implicarse en operaciones encubiertas en esa zona”, comenta Özcan. “Esta decisión, a largo plazo, puede crear un montón de problemas de seguridad, y erosión de las instituciones públicas. Este tipo de iniciativa tendrá consecuencias”, asegura.
Contra el ISIS... y contra todos
Desde el primer momento, a la vez que tomaba medidas contra el Estado Islámico, las autoridades turcas decidieron actuar al mismo tiempo contra todas las organizaciones armadas que operan en el país. “Tres organizaciones terroristas, el Daesh (el acrónimo despectivo en árabe del ISIS), el PKK y el DHKP-C han iniciado ataques simultáneos contra Turquía”, declaró el primer ministro Ahmed Davutoglu tres días después del atentado de Suruç. “Aunque estas organizaciones terroristas se alimentan de varias fuentes, están sometidos a centros del mal unidos mediante un objetivo común”, afirmó el mandatario turco.
A un mes del inicio de la “ofensiva general antiterrorista”, las cifras hablan por sí solas sobre los verdaderos intereses del Gobierno turco: de los aproximadamente 1.300 detenidos en las redadas antiterroristas, 137 están presuntamente vinculados al Estado Islámico, mientras que 847 lo están al PKK. Y mientras los cacareados bombardeos de la aviación turca contra el ISIS en Siria pueden, en realidad, contarse con los dedos de una mano, los cazas turcos han realizado más de mil operaciones contra las bases de la guerrilla kurda en el norte de Irak.
“Erdogan es capaz de incendiar todo el país si eso significa mantenerse aferrado al poder”, aseguró Selahattin Demirtas, el líder del partido de base kurda HDP, en una reciente entrevista con el semanario alemán Der Spiegel. Lo que suponía este líder kurdo -y otros muchos observadores- es que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, estaba maniobrando para impedir la formación de un nuevo gobierno de coalición, llevando al país a nuevas elecciones, con la esperanza de que, en medio del caos, su Partido Justicia y Desarrollo (AKP) obtenga mejores resultados.
La confirmación parcial llegó la semana pasada de boca del propio Erdogan: los comicios se celebrarán el 1 de noviembre. “A pesar de los contactos con todos los partidos políticos, no ha podido formarse un gabinete de ministros y ha quedado claro que no era posible hacerlo en las condiciones actuales. De este modo, ha surgido la necesidad de convocar nuevas elecciones”, afirmó el lunes la oficina presidencial en un comunicado.
Al AKP le perjudicaron enormemente los espectaculares resultados electorales del HDP en las pasadas elecciones generales de junio. El partido de Demirtas no solo logró superar la barrera electoral del 10% (la más alta del mundo) y entrar en el Parlamento, sino que obtuvo 80 diputados, arrebatándole la mayoría al partido de Erdogan. A este éxito contribuyeron no solo los kurdos, sino también los votos de castigo de numerosos turcos desencantados con los partidos tradicionales.
Pero si se repiten las elecciones en medio de una situación de violencia, muchos de ellos podrían alejarse de un partido al que gran parte de la sociedad turca percibe como poco más que el brazo político del PKK. “El AKP, el partido del presidente Recep Tayyip Erdogan, ha creado esta situación de forma deliberada. Hasta las elecciones de junio habían gobernado Turquía unilateralmente durante más de una década. Pero no fueron capaces de seguir bloqueando nuestro ascenso al poder, así que en su lugar han optado por fomentar el caos en el país. Esa es la única explicación posible para su guerra contra el PKK”, afirma Demirtas.
A decir verdad, el PKK también ha puesto mucho de su parte para enterrar el proceso de paz. Incluso antes del atentado del ISIS en Suruç, la guerrilla llevaba ya algún tiempo hostigando al ejército en el sureste de Turquía; al día siguiente de aquel, ejecutó a dos policías “por colaborar con los yihadistas”; y la intensidad de la ofensiva, según varios expertos en seguridad, demuestra que el PKK llevaba meses preparándose para un regreso a las armas. La explicación más probable es que, ante el éxito político de Demirtas -quien no ha dudado en declarar que también el PKK debe abandonar las armas-, los líderes guerrilleros temen que la organización caiga en la irrelevancia.
El resultado es explosivo. Si continúa esta progresión, 2015 podría ser el peor año de la historia del conflicto armado en Turquía: según la Base de Datos sobre Conflictos de la Universidad de Uppsala, entre 4.247 y 5.483 personas murieron en esta guerra a lo largo de todo el año 1997, el más sangriento hasta la fecha. En comparación, las autoridades turcas aseguran haber matado a al menos 771 guerrilleros, a los que hay que sumar más de 60 soldados y policías, en apenas cuatro semanas.
¿Puede esto llegar a desestabilizar el país? “Es posible, aunque el margen de tolerancia de Turquía es muy alto”, dice Özcan. Pero la sed de poder de Erdogan podría empeorar el panorama. “El presidente Recep Tayyip Erdogan ha revertido una década de apertura, recurriendo a medidas que recuerdas a la dominación militar de los años 90, cuando los nacionalistas kurdos eran encarcelados de forma rutinaria. El 28 de julio, pidió que se levante la inmunidad parlamentaria de los líderes del HDP; dos días después, se inició una investigación criminal contra ellos por ‘incitar a la violencia y hacer propaganda terrorista’”, comenta Göksel. Los líderes del HDP temen que, como ha ocurrido con todos los partidos kurdos en el pasado, el siguiente paso sea su ilegalización. Pero si eso ocurre, y la población kurda -y parte de la oposición turca- considera que se le cierran todas las vías políticas, puede producirse un estallido de violencia de consecuencias imprevisibles.
Fuente: El Confidencial
No hay comentarios:
Publicar un comentario