Washington y Moscú están colaborando para desarrollar la fuerza militar de los kurdos en Siria, supuestamente contra el Emirato Islámico, en realidad contra el presidente turco Erdogan, de quien los dos Grandes esperan deshacerse. Pero el aprendiz de dictador de Ankara se prepara para patear la mesa. Ya comenzó a modificar la población en la frontera siria para atrapar a los kurdos en una tenaza. Y también se dispone a utilizar su agente kurdo sirio, Salih Muslim –ahora armado por Estados Unidos y Rusia– para crear un seudo Kurdistán en Siria y expulsar hacia allí a los kurdos de Turquía.
Estados Unidos y Rusia se pusieron de acuerdo, en diciembre de 2015, para provocar la caída del presidente turco Erdogan.
Lo que ha provocado la cólera de los rusos es el apoyo que los amigos de Erdogan –las fundaciones IHH e Imkander– han prestado a los yihadistas del Cáucaso desde 1995 hasta finales de los años 2000 y, en este momento, el respaldo del propio Erdogan al Emirato Islámico (Daesh), así como el derribo premeditado de un avión de guerra ruso en Siria en noviembre de 2015. Consciente de que los imperios turco-mongoles fueron históricamente enemigos de Rusia, a Moscú no le preocupa el futuro de Turquía sino solamente provocar a cualquier precio la caída de Erdogan.
Los estadounidenses establecen, por su parte, una diferencia entre Turquía, país aliado y miembro de la OTAN, y el presidente Erdogan, un autócrata que se deja llevar por la manía de grandeza y que pisotea los ideales que Occidente dice defender. Para Estados Unidos el derrocamiento de Erdogan es una necesidad, simultáneamente para poder seguir presentando la OTAN como defensora de las democracias y porque nadie debe poder darse el lujo de desafiar a Washington sin ser castigado. La CIA ya le hizo perder las elecciones de junio fabricando el partido conocido como HDP, pero luego no pudo evitar que el poder turco “arreglara” las elecciones de septiembre.
Barack Obama y Vladimir Putin se han puesto de acuerdo para respaldar a los kurdos sirios contra el Emirato Islámico, pensando que estos pueden acabar representando una fuerza militar capaz de obstaculizar los planes del aprendiz de dictador de Ankara. De hecho, Recep Tayyip Erdogan condenó de manera vehemente el respaldo del Pentágono al YPG [organización armada de los kurdos de Siria] y los viajes a Siria del jefe estadounidense de la coalición contra el Emirato Islámico, Brett McGurk, y del general estadounidense Joseph Votel, jefe del CentCom. Los servicios secretos turcos (MIT) incluso incrementaron su ayuda al Emirato Islámico para ponerlo en condiciones de resistir la ofensiva.
Parece, sin embargo, que la Casa Blanca y el Kremlin se equivocan de adversario. Lejos de ver un peligro en el desarrollo del YPG, el presidente turco Erdogan ha integrado esa organización armada de los kurdos a su propia estrategia.
Estadounidenses y rusos creen, erróneamente, que los kurdos de Siria son un grupo homogéneo. En realidad, el YPG es la rama armada del PYD [partido de los kurdos de Siria] que cuenta con 2 copresidentes: una mujer, Asya Abdullah, y un hombre, Salih Muslim. La primera es fiel a los principios de Abdullah Ocalan, el fundador del PKK [partido de los kurdos de Turquía], y su objetivo es la creación de un Kurdistán en suelo turco. El segundo, Salih Muslin, es un traidor que negoció un acuerdo con los presidentes de Francia, Francois Hollande, y de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, durante una reunión secreta realizada el 31 de octubre de 2014 en la sede de la presidencia de la República Francesa.
En ese contexto, Erdogan espera utilizar a su favor la trampa que le tienden estadounidenses y rusos. Siguiendo las instrucciones del presidente turco, la policía y el ejército de Turquía realizan actualmente operaciones armadas contra los kurdos del PKK. Esas fuerzas represivas ya han destruido varias localidades pobladas por los kurdos y aterrorizado a la población de otras, obligándola a huir. Durante las últimas semanas esta campaña de terror ha provocado el desplazamiento masivo de kurdos de Turquía desde varias localidades turcas vecinas de la frontera siria. Y de inmediato, la presidencia de Turquía ofreció los alojamientos así desocupados a refugiados sunnitas sirios, estimando que estos últimos son favorables a los yihadistas. Se inicia así una modificación de la población a lo largo de la frontera turco-siria.
Para entender lo que el presidente Erdogan está tratando de hacer hay que recordar que, a finales del siglo XIX, el sultán Abdulhamid II –quien también aspiraba a homogeneizar la población turca– estimuló a los kurdos a expulsar a los cristianos, e incluso a masacrarlos. Aquel plan continuó y incluso se amplió con los Jóvenes Turcos, que masacraron un millón y medio de griegos pónticos y armenios. La conclusión de ese programa exige que ahora se expulse de Turquía a los kurdos, para reemplazarlos finalmente por turcos o, a falta de turcos, por árabes sunnitas.
Y Francia se comprometió, en 2011, a aplicar ese programa junto con Turquía, limitando las masacres. Según el tratado secreto que firmaron los entonces ministros de Exteriores de Francia y Turquía, Alain Juppé y Ahmet Davutoglu, París y Ankara debían crear un nuevo Estado en territorio sirio para expulsar hacia allí a los kurdos del PKK.
Ese es el acuerdo que el presidente francés Francois Hollande se había comprometido a aplicar cuando organizó el encuentro Erdogan-Muslim en París. Y es ese mismo acuerdo lo que Washington y Moscú están aplicando, sin saberlo.
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