En los apenas dos meses que han trascurrido desde su llegada al poder, Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, ha convertido a su verborrea sin freno en una de las señas más reconocibles de la nueva administración.
Entre sus más controvertidos comentarios, por ejemplo, destaca el vertido sobre la violación y muerte de una ciudadana australiana, Jacqueline Hamill, donde lamentaba, no tanto la agresión sexual, sino la belleza de la víctima. «El alcalde debió haber sido el primero», declaraba el presidente (Hamill es una de los cinco misioneros asesinados en 1989 durante la toma de rehenes en la prisión de Davao, ciudad donde Duterte ejerció como alcalde en el pasado. Otras 16 personas resultaron fallecidas).
Otro paráfrasis sonora fue su reciente ilustración sobre las víctimas de su política de «disparar a matar», sobre quienes aseguró que no pueden ser considerados «humanos».
«¿Crímenes contra la humanidad? En primer lugar, me gustaría ser sincero con ustedes: ¿Son seres humanos? ¿Cuál es su definición de ser humano?», aseguró el mandatario durante una visita a un campamento militar, de acuerdo a las transcripciones de su discurso. «No se puede hacer una guerra sin matar», recordaba.
Sin embargo, este lunes, Duterte ha vuelto a rizar el rizo. El mandatario filipino ha calificado a Barack Obama de «hijo de puta» (sic), pocas horas antes del encuentro que mantendrá con el mandatario estadounidense en la cumbre de la ASEAN, una asociación de diez países del Sudeste Asiático (entre ellos, Filipinas), que se celebra en Laos.
El presidente filipino respondía así a las críticas previas sobre su sangrienta guerra contra el narcotráfrico, que se ha cobrado más de 2.400 vidas en poco más de dos meses.
«Usted debe ser respetuoso. No se limite a lanzar preguntas y declaraciones. Hijo de puta, te voy a maldecir en ese foro», destacó Duterte antes de viajar a Laos para asistir a la cumbre.
Ya durante su periplo como alcalde de Davao, Duterte fue conocido como «El Castigador». El apelativo tiene su origen en los sangrantes lazos con los grupos de vigilantes o patrullas urbanas que a finales de los 90 sumergieron a la ciudad en el terror.
Con anterioridad, expertos de la ONU habían instado al Gobierno de Manila a detener las ejecuciones y asesinatos extrajudiciales intensificados desde la llegada al poder de Duterte.
«En efecto, es una licencia para matar», aseguraba entonces Agnes Callamard, relatora especial de la ONU sobre ejecuciones extrajudiciales, subrayando que «las directivas de esta naturaleza son irresponsables en el extremo y la incitación a la violencia y el asesinato, un crimen de derecho internacional».
No hay comentarios:
Publicar un comentario