La repentina incursión del ejército turco en el norte de Siria ha colocado a Estados Unidos ante una dramática realidad: sus estrategas se hallan detrás de los dos bandos que se disputan el territorio arrebatado al autodenominado Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés).
Las fuerzas rebeldes sirias apoyadas por Turquía, aliado clave de Washington, y las milicias kurdas, principal socio del Pentágono en la lucha contra el IS, se enfrentan desde hace una semana en busca del mismo botín. “EEUU estaba advertido. Su estrategia contra el IS crearía una segunda guerra en el norte de Siria que duraría más que la contienda contra Asad”, señala el analista Charles Lister. “Lo peor de todo -agrega- es que estamos viendo como las armas proporcionadas por el Departamento de Estado estadounidense están siendo utilizadas por ambos bandos para luchar entre sí”.
La semana pasada, Ankara lanzó una campaña militar en coordinación con rebeldes sirios bajo la bandera del Ejército Libre Sirio. En menos de 24 horas, la ofensiva logró hacerse con el control de Jarabulus, una ciudad siria fronteriza con Turquía que había permanecido en manos del IS desde mediados de 2013. Poco después, el avance rebelde por la provincia de Alepo se topó con las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza integrada por kurdos y árabes que cuenta con el apoyo de las fuerzas especiales estadounidenses. Y estallaron las primeras escaramuzas que han abierto un nuevo frente en cinco años de una guerra civil siria transfigurada en laberinto de rivalidades étnicas y ideológicas mezcladas con intereses regionales.
Desde el inicio de la intervención militar, Turquía no ha ocultado que, junto al IS, su objetivo es detener los progresos de las Unidades de Defensa Popular (YPG), la milicia kurda siria que dirige las FDS y a las que Ankara considera la rama siria del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), con el que pelea desde el fin de la tregua en julio de 2015. Los kurdos controlan un 18% del territorio sirio. Sus dominios se extienden por unos 400 kilómetros de la frontera sirio-turca, donde han establecido una región autónoma que inquieta al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan.
“A Turquía le alarma el escenario de una entidad kurda en su frontera sur desde los primeros días del conflicto sirio. De hecho, el interés por tratar de convencer a Asad de una solución política antes de que las protestas se tornaran violentas; su apoyo a grupos árabes suníes para derrocar al régimen; sus turbias relaciones con el IS hasta hace un año y ahora la incursión terrestre en Siria debe ser tratado en el contexto más amplio de la política kurda de Turquía”, señala a ELMUNDO.es Mehmet Gurses, politólogo de la Florida Atlantic University.
La escalada de Ankara, decidida a desempeñar “un papel más activo en Siria en los próximos seis meses”, se ha convertido en una guerra abierta. Su aviación, acostumbrada a bombardear el cuartel del PKK en el norte de Irak, ha extendido los ataques a la vecina siria y las refriegas han sido constantes. “Queremos dejar claro que consideramos estos ataques, en zonas donde el IS no está presente, inaceptables y una fuente de profunda inquietud”, replicó a principios de esta semana en su cuenta de Twitter Brett McGurk, enviado especial de la presidencia estadounidense en la coalición internacional contra la organización yihadista.
El emisario instó a “todos los actores armados a que tomen las medidas oportunas para detener el conflicto y abrir canales de comunicación”. El IS, subrayó, “sigue siendo la amenaza letal y común”. Tras días de rumores, Washington llegó a anunciar un cese temporal de hostilidades entre las partes en liza que Turquía se encargó de negar.El viernes Erdogan se jactó de haber limpiado de yihadistas y kurdos un área de 400 kilómetros cuadrados y volvió a denunciar que el YPG no se había replegado hacia el este del Éufrates, la exigencia de Ankara para no abrir fuego. “De momento, dicen que el YPG ha cruzado el río. Nosotros respondemos que no”, apuntó el islamista. “Nadie -advirtió- puede esperar que permitamos un corredor del terror en nuestra frontera sur”.
El rifirrafe, alimentado por continuas declaraciones públicas, ha tensado las relaciones entre EEUU y Turquía. “Ankara es un aliado estratégico de EEUU. Cuenta con el segundo ejército de la OTAN y sus lazos de colaboración se remontan a la década de 1950”, recuerda Gurses. Un pacto histórico alcanzado ahora por el plan trazado en los despachos estadounidenses para derrotar al IS. Tras su fallido programa para entrenar y armar a rebeldes sirios suníes, Washington halló en los milicianos kurdos su mejor baza. “Fueron surgiendo como el único grupo capaz de librar batalla y revertir algunas de sus ganancias territoriales.
La estrategia de EEUU giraba en torno a grupos locales que pudieran enfrentarse al IS pero en estos momentos el YPG es el único que parece capacitado”, arguye el analista.A juicio de Lister, la hostilidad que se escenifica en el norte de Alepo es resultado “del diseño oportunista y cortoplacista de la campaña estadounidense contra el IS”. Y, por si fuera poco, su invento -las Fuerzas Democráticas Sirias, que arrebataron al IS la ciudad de Manbij a principios de agosto- amenaza con resquebrajarse por las tensiones crecientes entre kurdos y facciones árabes suníes como Liwa al Tahrir, que denuncia la hegemonía de los kurdos y rechaza el federalismo que han impuesto allá donde han vencido.
Con cuatro millones de almas, los kurdos sirios -grandes beneficiados de la guerra civil- se enfrentan al reto de mantener el aprecio de Washington ahora, en mitad de la tormenta, y tras el ocaso del califato. “Su mayor desafío es salvar el rechazo turco a Rojava-Federación Democrática del norte de Siria, su recién nacida administración regional. Ankara tiene mucho peso y EEUU está teniendo muchas dificultades para apaciguar a los turcos”, concluye Gurses.
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