Hay en el mundo una muy preocupante tendencia hacia el socialismo.
¿Qué es el socialismo? Por el desastre que fue -y sigue siendo-, ya casi nadie, ni siquiera en la izquierda, defiende como antes las ‘virtudes’ de la planificación central y de la propiedad estatal de los medios de producción. Eso solía ser el socialismo. Debido a ello, muchos piensan que ya no existe, que es cosa del pasado y que ‘lo de hoy’, son las políticas dedicadas a combatir la desigualdad (como si fuera un sinónimo de pobreza, que no los es) y a promover la ‘justicia social’ (cualquier cosa que el líder en turno quiera que eso signifique). Si esa es la ‘modernidad’, confirma entonces que vamos hacia atrás en materia de libertad y civilidad.
No. La más adecuada y actualizada definición de socialismo la da el profesor Jesús Huerta de Soto, de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid: “todo sistema de agresión institucional contra el libre ejercicio de la acción humana o función empresarial”.
Con ella, la máscara del viejo socialismo que se disfraza como ‘liberal’ hoy en día, se cae y se rompe por completo.
Vivimos pues en un mundo donde quien debería ser el garante de la libertad y de la propiedad de los ciudadanos, el Estado, se ha convertido en un ente que pretende controlarlo todo. No se sorprenda entonces que estemos llenos de leyes y reglamentos que no solo estorban a la natural acción humana -y con ello a su capacidad empresarial-, sino que buscan dirigirla para tales o cuales fines decididos por una autoridad. La más clara expresión de ello la encontramos en la banca central, que decide y manipula el nivel ‘adecuado’ del precio más importante de una economía: la tasa de interés.
Así, en aras de un supuesto ‘bien común’ (de nuevo, definido a voluntad del gobernante), se cometen toda clase de atrocidades, injusticias, se derrocha dinero de los contribuyentes en políticas y funciones que NO le corresponden al Estado, y se impide el pleno progreso y desarrollo de los individuos y de la sociedad.
Entre mayor sea el intervencionismo, mayor será el daño y la miseria causados. Venezuela, Cuba, Corea del Norte, son tan solo ejemplos de un extremo que debe ser siempre evitado.
Pero no necesitamos ir tan lejos. Estados Unidos, Europa y México mismo, se están convirtiendo en estados policíacos donde el ‘gran hermano’ estatal busca vigilar a cada paso que dan los ciudadanos, saber dónde viven, dónde y qué comen, con quién hablan, qué leen y un largo etc. Es una tendencia universal.
No hay mejor camino hacia allá que tener el control total del dinero y valerse de la tecnología para ello. De este modo además, es posible saber cuánto pasa por su manos para encajarles lo más hondo posible el diente del fisco. Un robo legal.
Con todo esto en mente, ¿queda alguna duda de por qué es fundamental para los estados, avanzar en la eliminación del dinero en efectivo, que a quien empodera es al ciudadano y protege su confidencialidad?
¡Cuidado! Los viejos cuentos y pretextos de combatir el financiamiento al terrorismo, el ‘lavado’ de dinero, la corrupción y la informalidad, son solo un engaño más. La obligación del Estado es castigar a quien tiene una mala conducta y comete un delito, mas no usar eso como ‘justificación’ para presumir que el resto, la absoluta mayoría, es también ‘sospechosa’.
Qué bueno que la tecnología permita avances en materia de pagos digitales con dinero fíat común o ahora criptomonedas, pero es el público en general al que le debe estar permitido usar la forma monetaria que se le dé la gana utilizar, sin que se le prejuzgue como culpable ni se le limite a disponer de su propiedad como le plazca.
Dejar que el monstruo estatal nos lleve más y más al socialismo como en este caso, es una puerta que conduce a un camino de pobreza, sometimiento y esclavitud que no podemos permitir. La guerra contra el efectivo es pues, una lucha de fondo de ellos, los gobernantes, contra nosotros. Los tenemos que vencer.
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