Cuando se escriba la historia de la segunda década del siglo XXI, podrá decirse que una de las principales potencias emergentes, integrante de los BRICS y líder de la integración de la región sudamericana, ingresó en un proceso de demolición de sus posibilidades como nación independiente.
Los datos que van saliendo a la superficie avalan esa afirmación. Más aún, puede decirse que una parte de las elites militares, empresariales y del Estado brasileño, promovieron el desguace de todo vestigio de independencia nacional, lo que evidentemente favorece los intereses de Washington.
Tres son los aspectos destacados de esa auto-destrucción: el desmoronamiento de la burguesía brasileña que era la más importante de América Latina, el retroceso en los avances tecnológicos que sustentaban un desarrollo autónomo y la neutralización del nacionalismo militar. Las tres han estado estrechamente vinculadas desde la década de 1950, cuando el país comienza su industrialización.
En la segunda década del siglo, Brasil perdió su sector de alta tecnología, lo que le impide llegar a ser un país innovador mientras se hunde como exportador de materias primas sin procesar, como mineral de hierro y soja. En la década de 1980, las empresas de alta tecnología representaban casi un 10% del PIB (9,7% exactamente), porcentaje que cayó al 5,8% en 2018.
Según el autor del estudio, el economista Paulo César Morceiro de la Universidad de Sao Paulo, "la industria de mayor tecnología en Brasil no consiguió sostener su pico de participación en el PIB ni siquiera durante una década". Considera que es un resultado penoso si se lo compara con la performance de los países en desarrollo. "Sin desarrollar ese sector, será difícil avanzar hacia el escalón de la industria 4.0, que combina industria y servicios sofisticados", concluye el economista.
El problema de Brasil es que tanto la agropecuaria como la industria extractiva cuentan con ventajas competitivas que abaratan las exportaciones, pero bloquean el desarrollo tecnológico, en el cual el Estado debe tener un papel destacado. "Hace mucho tiempo que la agenda predominante en Brasil se restringe a la macroeconomía. No hay política industrial ni inversiones en innovación", asegura Morceiro.
Brasil es un país desanimado, sin objetivos de largo plazo. El sector industrial retrocedió a 1947, al llegar a su menor participación en el PIB, con apenas el 11,3% en 2018. En 1986 la industria alcanzó su punto más alto, con una participación de 27,3% del PIB. Ningún sector de la industria aumentó su participación en la producción total desde la década de 1980: ni la de alta intensidad tecnológica ni la de menor, como textiles, vestimenta y bebidas.
Otro profesor de la USP, Glauco Arbix, sostiene que "los países que más se desarrollaron fueron empujados por empresas de alto dinamismo que aceleran el conjunto de la economía". El caso más exitoso ha sido la aeronáutica Embraer, que acaba de ser absorbida por la estadounidense Boeing, privando al país de un sector de alto contenido en tecnologías de punta.
Es probable que el desarrollo brasileño se haya agotado en la década de 1980, en la etapa final del régimen militar (1964-1985). Las elites parecen haber optado por mantener sus privilegios (Brasil está entre los diez países más desiguales del mundo), trasladando sus riquezas a paraísos fiscales, a costa de mantener al país estancado y sin rumbo.
La crisis política está agravando la falta de rumbo y la retroalimenta. El repliegue de un empresariado conservador crecido a la sombra de los contratos con el Estado, el temor de las elites a las mayorías negras y pobres, la falta de entereza y de pulso de los militares —que en otros períodos sustituyeron al empresariado y a los políticos como punta de lanza de un desarrollo con proyecto de nación—, están en la base de la crisis en curso.
En los momentos decisivos de la historia de Brasil, la década de 1930 y la de 1960, los militares fueron los encargados de ponerse al hombro las tareas que nadie se animaba a enfrentar: la quiebra de la oligarquía terrateniente en el primer período, para abrir las puertas a la industrialización; el diseño de un proyecto de nación, en la segunda posguerra. En ambos casos las fuertes inversiones en infraestructura, energía y transportes, y la modernización del parque industrial, sacaron durante un tiempo al país del atolladero.
El grueso de las grandes empresas estatales fueron creadas en uno de los dos períodos, desde Petrobras hasta Embraer. Ahora se proponen privatizar empresas estratégicas, como Embrapa (Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria), que juega un papel central en el desarrollo de tecnologías para la producción de alimentos y de la agroindustria.
Fue creada en 1973, cuenta con 41 centros de investigación, está presente en casi todos los estados, tiene casi 10.000 empleados, de los cuales 2.500 son investigadores. Ha desarrollado investigaciones que permitieron mejorar desde las razas bovinas (Brasil es uno de los primeros productores de carne del mundo) hasta variedades de caña de azúcar que pueden ser cosechadas mecánicamente.
Eliseu Alves, fundador y expresidente de Embrapa, muestra que desde 1973 hasta hoy "el conocimiento sobre sistemas de producción impactó más en la agricultura brasileña que los equipamientos, máquinas y semillas". Se refiere a "los conocimientos sobre la tierra, los factores de producción, el contexto de la tecnología".
Prueba de ello es que la producción agrícola crece a tasas más altas que los insumos, porque el llamado conocimiento "no cristalizado", el que se refiere a "lo que está entre las orejas", es responsable del 89,8% de la producción agrícola. En 1979 ese índice estaba en 64,1%.
La privatización de Embrapa sólo puede beneficiar a las grandes multinacionales del sector, como Monsanto. El argumento del ministro de Economía, el neoliberal Paulo Guedes, es que la empresa tiene déficit. Un argumento mediocre destinado a mantener la dependencia y estancamiento del país. Si el rumbo no cambia, dos de las empresas más importantes en tecnología (Embraer y Embrapa) habrán sido engullidas por las multinacionales.
Con este panorama, la demolición de Brasil habrá avanzado lo suficiente como hacer casi imposible un retorno al camino del país emergente, o "global player", que se podía imaginar años atrás
En la segunda década del siglo, Brasil perdió su sector de alta tecnología, lo que le impide llegar a ser un país innovador mientras se hunde como exportador de materias primas sin procesar, como mineral de hierro y soja. En la década de 1980, las empresas de alta tecnología representaban casi un 10% del PIB (9,7% exactamente), porcentaje que cayó al 5,8% en 2018.
Según el autor del estudio, el economista Paulo César Morceiro de la Universidad de Sao Paulo, "la industria de mayor tecnología en Brasil no consiguió sostener su pico de participación en el PIB ni siquiera durante una década". Considera que es un resultado penoso si se lo compara con la performance de los países en desarrollo. "Sin desarrollar ese sector, será difícil avanzar hacia el escalón de la industria 4.0, que combina industria y servicios sofisticados", concluye el economista.
El problema de Brasil es que tanto la agropecuaria como la industria extractiva cuentan con ventajas competitivas que abaratan las exportaciones, pero bloquean el desarrollo tecnológico, en el cual el Estado debe tener un papel destacado. "Hace mucho tiempo que la agenda predominante en Brasil se restringe a la macroeconomía. No hay política industrial ni inversiones en innovación", asegura Morceiro.
Brasil es un país desanimado, sin objetivos de largo plazo. El sector industrial retrocedió a 1947, al llegar a su menor participación en el PIB, con apenas el 11,3% en 2018. En 1986 la industria alcanzó su punto más alto, con una participación de 27,3% del PIB. Ningún sector de la industria aumentó su participación en la producción total desde la década de 1980: ni la de alta intensidad tecnológica ni la de menor, como textiles, vestimenta y bebidas.
Otro profesor de la USP, Glauco Arbix, sostiene que "los países que más se desarrollaron fueron empujados por empresas de alto dinamismo que aceleran el conjunto de la economía". El caso más exitoso ha sido la aeronáutica Embraer, que acaba de ser absorbida por la estadounidense Boeing, privando al país de un sector de alto contenido en tecnologías de punta.
Es probable que el desarrollo brasileño se haya agotado en la década de 1980, en la etapa final del régimen militar (1964-1985). Las elites parecen haber optado por mantener sus privilegios (Brasil está entre los diez países más desiguales del mundo), trasladando sus riquezas a paraísos fiscales, a costa de mantener al país estancado y sin rumbo.
La crisis política está agravando la falta de rumbo y la retroalimenta. El repliegue de un empresariado conservador crecido a la sombra de los contratos con el Estado, el temor de las elites a las mayorías negras y pobres, la falta de entereza y de pulso de los militares —que en otros períodos sustituyeron al empresariado y a los políticos como punta de lanza de un desarrollo con proyecto de nación—, están en la base de la crisis en curso.
En los momentos decisivos de la historia de Brasil, la década de 1930 y la de 1960, los militares fueron los encargados de ponerse al hombro las tareas que nadie se animaba a enfrentar: la quiebra de la oligarquía terrateniente en el primer período, para abrir las puertas a la industrialización; el diseño de un proyecto de nación, en la segunda posguerra. En ambos casos las fuertes inversiones en infraestructura, energía y transportes, y la modernización del parque industrial, sacaron durante un tiempo al país del atolladero.
El grueso de las grandes empresas estatales fueron creadas en uno de los dos períodos, desde Petrobras hasta Embraer. Ahora se proponen privatizar empresas estratégicas, como Embrapa (Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria), que juega un papel central en el desarrollo de tecnologías para la producción de alimentos y de la agroindustria.
Fue creada en 1973, cuenta con 41 centros de investigación, está presente en casi todos los estados, tiene casi 10.000 empleados, de los cuales 2.500 son investigadores. Ha desarrollado investigaciones que permitieron mejorar desde las razas bovinas (Brasil es uno de los primeros productores de carne del mundo) hasta variedades de caña de azúcar que pueden ser cosechadas mecánicamente.
Eliseu Alves, fundador y expresidente de Embrapa, muestra que desde 1973 hasta hoy "el conocimiento sobre sistemas de producción impactó más en la agricultura brasileña que los equipamientos, máquinas y semillas". Se refiere a "los conocimientos sobre la tierra, los factores de producción, el contexto de la tecnología".
Prueba de ello es que la producción agrícola crece a tasas más altas que los insumos, porque el llamado conocimiento "no cristalizado", el que se refiere a "lo que está entre las orejas", es responsable del 89,8% de la producción agrícola. En 1979 ese índice estaba en 64,1%.
La privatización de Embrapa sólo puede beneficiar a las grandes multinacionales del sector, como Monsanto. El argumento del ministro de Economía, el neoliberal Paulo Guedes, es que la empresa tiene déficit. Un argumento mediocre destinado a mantener la dependencia y estancamiento del país. Si el rumbo no cambia, dos de las empresas más importantes en tecnología (Embraer y Embrapa) habrán sido engullidas por las multinacionales.
Con este panorama, la demolición de Brasil habrá avanzado lo suficiente como hacer casi imposible un retorno al camino del país emergente, o "global player", que se podía imaginar años atrás
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