IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La reciente proliferación de sectas “efraimitas” ha ocasionado que muchas personas se confundan con el significado de estos tres apelativos, vinculados directamente con el pueblo que escribió la Biblia. Hagamos un breve repaso de los hechos históricos para entender en qué se diferencian y se asemejan los hebreos, los israelitas y los judíos.
El dato más importante que hay que tener en cuenta es que cada término está relacionado con una etapa histórica.
Los hebreos fueron un grupo heterogéneo que se extendió por todo el Medio Oriente, desde las zonas occidentales del actual Irán hasta Egipto, y su presencia en la zona está documentada desde el siglo XXIII AEC hasta el siglo XIII EC.
La Biblia no entra en detalles sobre lo que fueron los hebreos. Se limita a mencionar que Abraham fue uno de ellos, pero sin ofrecernos información suficiente para saber qué tipo de sociedad fueron. Sin embargo, la arqueología se ha encargado de proporcionarnos una gran cantidad de datos que nos han permitido reconstruir sus características principales.
Los hebreos no eran un “pueblo” o etnia. Lo mismo los hubo semitas que cananeos, y es altamente probable que también hubiera hebreos de origen mitanio (hurrita) e hitita. Lo que tenían en común era su forma de vivir: nómadas o semi-nómadas, abiertamente opuestos a la vida urbana y civilizada, hábiles jinetes y notables guerreros, generalmente dedicados a la rapiña y al pillaje, pero también al comercio y a la ganadería.
Las primeras referencias a ellos vienen de los sumerios, y los especialistas creen que tal vez les llamaban “gabiru”. Lo que sí es seguro es que los acadios les llamaron HABIRU, y los egipcios les llamaron APIRU. Las menciones más frecuentes en las fuentes documentales de estos tres reinos mencionan a los hebreos como pillos que generalmente atacaban y robaban ganado y otros objetos preciosos, pero que también se alquilaban como mercenarios al servicio de cualquier ejército. Se menciona que se les pagaba con ganado, lo que evidencia que el pastoreo debió ser una actividad muy importante para los hebreos.
Tras el colapso de Sumeria hacia el año 2000 AEC y el ascenso de Egipto como la nación más poderosa del mundo, muchos clanes hebreos se trasladaron hacia Canaán, donde ya tenían amplios vínculos familiares y comerciales, debido a que un amplio porcentaje de hebreos era amorreo (cananeo). Sin duda, este fue el contexto histórico en el que se dio la migración de Abraham desde Ur hacia el actual Israel.
Ya en occidente, los hebreos ampliaron sus actividades, especialmente las comerciales. Tras casi cinco siglos de convivir con egipcios, cananeos e hititas, un grupo hebreo invadió Egipto y ostentó el poder durante un siglo. Los egipcios los llamaron “hiksos” (reyes extranjeros). En esta época se construyó una nueva capital para el reino y los hiksos la llamaron Avaris, que etimológicamente es prácticamente el equivalente a decir “hebrea”.
Ahmosis I los derrotó hacia mediados del siglo XVI AEC y el poder regresó a los egipcios locales. Un gran contingente de hiksos tuvo que huir de Egipto y regresó hacia Canaán, pero poco después fueron conquistados por el propio Ahmosis. Los siguientes faraones consolidaron el dominio egipcio sobre Canaán, y Tutmosis III llevó a cabo el mejor plan de unificación de su imperio: literalmente secuestró a todos los jóvenes de las noblezas locales y se los llevó a Egipto para reeducarlos conforme a los modos y creencias de la corte faraónica. De ese modo, a partir de la siguiente generación cada provincia conquistada fue gobernada por reyes locales pro-egipcios y con ello se garantizó la consistencia política.
En esta época, los hebreos empezaron a dividirse claamente en dos grupos: los que prefirieron mantener su modo de vida tradicional, nómada o semi-nómada y en abierta oposición a la civilización, y los que comenzaron a asimilarse a la vida sedentaria y organizada. En muchos sentidos, la Torá preserva los vestigios de este conflicto ideológico entre los hebreos, en los que las duplas Itzjak e Ismael, y luego Yaacov y Esav, representan la tensión entre quienes sedentarizarse (Itzjak y Yaacov) y quienes quieren seguir viviendo nómadas y salvajes (Ismael y Esav).
En esas épocas fue que Akenatón quiso introducir una revolución religiosa en Egipto, pero se topó con la oposición del poderoso clero de Amón Ra. Es altamente factible que fuera en esta época que un grupo de hebreos completamente asimilados a la cultura egipcia, pero partidarios de las reformas de Akenatón, haya optado por huir hacia Canaán para estar lejos de la represión religiosa. Arqueológicamente es imposible reconstruir los detalles de este proceso, pero lo cierto es que en esa época apareció en Canaán un grupo de hebreos notablemente avanzados en sus conceptos políticos, religiosos, económicos, culturales y sociales. Según la tradición bíblica, su líder fue Moisés, un príncipe hebreo educado en la corte (algo bastante normal para la época).
Tras la muerte de Tutankamón –el último descendiente de Ahmosis I que ocupó el trono–, Egipto cayó en una crisis institucional y el poder finalmente fue tomado por Ramsés I, un faraón de origen semita y, por lo tanto, emparentado directamente con los hebreos. Los siguientes faraones –Seti I y Ramsés II– consolidaron el dominio egipcio sobre Canaán, pero a partir de los faraones Meremptah y Ramsés III el esplendor de los faraones empezó a declinar, y pronto Canaán recuperó su independencia. Para ese entonces, los grupos hebreos ya eran bastante diferentes, y había dos tendencias principales. Unos eran los descendientes de los hiksos expulsados de Egipto más de 300 años atrás; los otros, los descendientes del grupo llegado con Moisés un siglo antes.
El texto bíblico confirma indirectamente esta tensión, siempre presente en el libro de los Jueces: allí se nos habla de un Israel dividido y permanentemente acosado por los enemigos vecinos. Fue la época en la que además se dio la invasión de los llamados Pueblos del Mar, migrantes de origen griego, cuyo grupo más famoso en la Biblia es el de los filisteos. La amenaza que llegaron a representar obligó a los hebreos a dar el paso que desde hacía siglos se negaban a dar: unificarse políticamente. El proceso no fue rápido, pero por fin hacia el siglo X todo el territorio de Canaán logró integrarse como una monarquía.
Así terminó la etapa de los hebreos y comenzó la de Israel.
¿Cuál es la diferencia, entonces, entre los hebreos y los israelitas? Los hebreos fueron un grupo enorme distribuido en muchos reinos que, entre los siglos XVI y X AEC se vieron obligados a adaptarse a las nuevas realidades o desaparecer. La mayoría despareció, pero el grupo hebreo establecido en Canaán pudo dar el paso necesario para convertirse en un reino formal llamado Israel.
Entonces, podemos decir que los israelitas son la continuidad directa de los hebreos; desde otro punto de vista, Israel fue la nación de origen hebreo que logró consolidarse y sobrevivir a los cambios sociales y políticos provocados por el colapso hitita y egipcio, y la invasión de los Pueblos del Mar.
La historia de Israel es mejor conocida por la información conservada en el texto bíblico. Tras un breve lapso unificado, las diferencias entre los israelitas del norte y del sur provocaron una ruptura y de ese modo se diferenciaron los Reinos de Samaria y de Judá. Es muy probable que los israelitas de Samaria fueran los gobernados por los descendientes de los hiksos, y los de Judá los gobernados por los descendientes de Moisés y su grupo.
El reino de Samaria sobrevivió hasta el año 722 AEC, cuando fue arrasado por los asirios; el de Judá se mantuvo hasta el año 587 AEC cuando fue conquistado por los babilonios.
El texto bíblico no nos ofrece muchos detalles al respecto, pero los arqueólogos han demostrado que hacia mediados del siglo VIII AEC la población de ambos reinos se fusionó. Era la época en la que la invasión asiria era inminente, y muchos israelitas del norte buscaron refugio en el reino del sur. La evidencia demuestra que hacia el año 750 AEC la poblacion del reino de Judá se triplicó (tal vez hasta se cuadriplicó).
Por ello, cuando los babilonios conquistaron el reino de Judá, la identidad israelita ya estaba prácticamente consolidada. Los persas –amos y seores de la zona desde el año 539 AEC– permitieron la reconstrucción del antiguo reino israelita del sur, que a partir de ese momento pasó a ser llamado Judea.
Por ello, sus habitantes comenzaron a ser llamados “judíos”.
Y aquí hay que aclarar: “judío” no significa “de la tribu de Judá”. El término hebreo para referirse a un integrante de esa tribu específica es BEN YEHUDÁ (benei Yehudá, en plural), y “judío” se dice YEHUDÍ. La I al final evidencia que se trata de un toponímico (un apelativo derivado de un lugar), no un patronímico (apelativo derivado del nombre de una persona). Por lo tanto, “judío” significa “originario de Judea”.
¿Cuál es la diferencia entre israelita y judío? La época. “Israelita” es el modo de llamar a un pueblo entre los siglos X y VI AEC, y “judío” es el modo de llamarle a ese mismo pueblo a partir del siglo VI AEC y hasta la fecha.
Por eso, los libros bíblicos que reflejan esta condición posterior a la conquista persa ya no vuelven a hablar de “israelitas”, sino de “judíos” (concretamente, son Esdras, Nehemías y Esther).
La prueba contundente de la preservación de la identidad israelita en el grupo llamado “judío” es la lingüística. Los judíos hemos sido los únicos en usar el idioma hebreo en los últimos 2600 años.
Los grupos actuales que rechazan esta plena identificación y se obstinan en señalar que “no es lo mismo ser judío que ser israelita”, se basan estrictamente en argumentos teológicos, que además surgen de una comprensión equivocada del texto bíblico. Carecen de argumentos históricos o arqueológicos para fundamentar esa diferenciación.
Del mismo modo, los grupos que actualmente se identifican como de “raíces hebreas”, en realidad usan de un modo totalmente equívoco el término. Si realmente fuesen “raíces hebreas”, tendrían que dedicarse a la rapia, el pillaje, la ganadería, y vivir en una condición semi-nómada, porque eso es lo que hacían los hebreos.
Guste o no, se trata de ecos ideológicos del viejo antisemitismo europeo, obsesionado con negarle todo a los judíos, incluso su identidad.
Los antiguos hebreos lograron evolucionar como sociedad y, aunque no eran un grupo nacional o étnico definido, terminaron por consolidarse como tales, pasando a llamarse israelitas. Luego, los israelitas tuvieron que reconstruirse como nación después de las invasiones asiria y babilónica, y pasaron a llamarse judíos.
La única identidad israelita ininterrumpida que ha existido en los últimos 2600 años es la del pueblo judío.
Todo comenzó como un grupo integrado por gutúes, elamitas, acadios, arameos, hititas, mitanios, amorreos, jebuseos y eventualmente hasta filisteos, que se fusionaron y se convirtieron en israelitas del sur e israelitas del norte. Finalmente, ambos grupos se redujeron una vez más para conformar una sola identidad: los judíos.
Parece que el experimento funcionó: la etapa hebrea duró unos 1100 años y terminó por la evolución natural del grupo; la etapa israelita duró un poco más de 450 años, aunque terminó por una catástrofe provocada externamente (las invasiones asiria y babilónica); pero la etapa judía lleva ya 2600 años y goza de perfecta salud. No se ve ninguna necesidad de un nuevo salto evolutivo.
A nivel religioso, se puede apreciar el mismo desarrollo y consolidación: lo que en principio fue un grupo religiosamente heterogéneo donde la mayoría eran politeístas, pasó a ser la nación donde empezó a promoverse el monoteísmo que luego se consolidó como creencia definitiva y generalizada. Pero en la etapa israelita esa religiosidad se expresó por medio de sacrificios animales; en la etapa judía, por medio de libros, estudio y discusiones.
Vamos bien, en definitiva.
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