Los días gloriosos para el Estado Islámico de Irak y el Levante (Daesh) son sólo un recuerdo del pasado.
Ahora, el proyecto del “califato” parece estar acercándose a su desaparición definitiva, mientras la mayoría de sus fuerzas rivales están avanzando en el terreno, reduciendo su territorio y la cortando sus últimas líneas de suministro.
En el apogeo de su expansión a mediados de 2014, el territorio controlado por Daesh comprendía grandes extensiones de territorio sirio e iraquí, que iban desde Mosul – llegando incluso a las afueras de Bagdad – en el este, a Raqqa y la frontera sirio-turca en el oeste. La caída de Palmira en mayo de 2015 representó su última gran conquista, amenazando con avanzar aún más, hacia las principales ciudades de Siria.
Los avances imparables de Daesh envalentonaron a Abu Bakr al-Baghdadi a reclamar “Constantinopla (Estambul) y Roma” como los objetivos finales de su empresa de conquista. Al-Baghdadi y sus seguidores construyeron un "proto-Estado", estableciendo instituciones administrativas y de gobernanza y gestionando un lucrativo negocio de tráfico de petróleo a través de la frontera sirio-turca, que sin duda tenía el consentimiento del régimen de Ankara en ese momento.
Durante los primeros meses de campaña de la Coalición liderada por Estados Unidos, los avances de Daesh continuaron - especialmente en Siria - con la notable excepción de los avances de las YPG kurdas, fuertemente apoyadas por ataques aéreos estadounidenses. Al parecer, el objetivo de la Coalición no era derrotar sino más bien a “contener” a Daesh (es decir, demarcarle una zona de operaciones al grupo terrorista, para que pudiese seguir desestabilizando al gobierno sirio), ayudar a crear una entidad autónoma kurda y sentar las bases para una partición de la República Árabe Siria.
Luego vino la intervención rusa en septiembre de 2015. A diferencia de la intervención liderada por Estados Unidos, el esfuerzo de Moscú comenzó bajo los principios del derecho internacional, a petición y en coordinación con el gobierno sirio. Los ataques aéreos rusos demostraron ser altamente eficaces y dirigidos no sólo a objetivos militares, sino también la infraestructura económica del “califato”; en particular, su aparato de contrabando de petróleo. Después de un par de meses, el Ejército Árabe Sirio y sus aliados, respaldados por el apoyo aéreo de Rusia, se anotaron una gran victoria, al poner fin a los dos años de asedio de la base aérea de Kuweires en Alepo en octubre de 2015, y la liberación de la antigua ciudad de Palmira en de marzo de 2016.
Al mismo tiempo, las fuerzas iraquíes avanzaron en ciudades importantes como Ramadi y Faluya - con el apoyo separado de Irán y Estados Unidos - y ahora han puesto sus ojos en Mosul, donde está el trofeo final. Las fuerzas subsidiarias de Estados Unidos en Siria, como las "Fuerzas Democráticas Sirias" (FDS) dirigidas por los kurdos y, en menor medida, el denominado "Nuevo Ejército Sirio" (NSyA), sellaron gran parte de las fronteras norte y sur de Siria, respectivamente.
Ahora, con la intervención liderada por Turquía en el norte de Siria desde finales de agosto de 2016, el autoproclamado “Estado Islámico” está completamente separado del mundo exterior, ya que no comparte fronteras con Turquía, Jordania o cualquier otro país. En efecto, se ha convertido en un “gran bolsón” dentro de Siria e Irak, que sólo tiene Raqqa y Mosul como las únicas ciudades importantes bajo su control y sin líneas de suministro.
En el acercamiento turco-ruso se encuentra la razón de este desarrollo geopolítico. El giro de Erdogan estaba en marcha antes del intento de golpe (supuestamente) apoyado por Estados Unidos en julio de 2016. La semana antes del incidente, Ankara restableció las relaciones con Rusia y se disculpó por el derribo del SU-24.
Erdogan se dio cuenta que su delirio “neo-otomano” de apoderarse del Medio Oriente después de la “primavera árabe” se vino abajo y que la ruptura de las relaciones con Rusia - uno de sus mayores socios comerciales y contrapeso de Estados Unidos en la región - era perjudicial para los intereses de Turquía a largo plazo. Al mismo tiempo, Ankara estaba preocupada por el apoyo de Washington a una “entidad kurda” independiente en el norte de Siria, que inevitablemente tendría un efecto en el interior de Turquía (siguiendo los diseños del llamado “Nuevo Medio Oriente”).
Está más o menos claro que Daesh no se encuentra bajo el patrocinio de Ankara desde hace varios meses – como lo constatan la serie de atentados terroristas dentro de Turquía – por lo que su intervención es de hecho el último golpe al proyecto del "califato". Pero las fuerzas de Daesh no son las únicas en problemas en este momento.
Dado que la mayor parte de las milicias takfiríes que operan en Siria son fuerzas títeres de Turquía, y su traslado y despliegue en el norte de Siria con el fin de crear una “zona de amortiguación” en contra de Daesh y las FDS/YPG respaldadas por Estados Unidos, la capacidad de los rebeldes para desafiar el Ejército Árabe Sirio en el interior de Alepo o Idlib se verá seriamente disminuida. Sus actuales agresiones en el sur de Alepo y el norte de Hama probablemente sean sus últimos intentos.
Por otra parte, el escenario se ve muy prometedor para las fuerzas armadas sirias y sus aliados, aunque el camino no será fácil.
Renato Vélez es candidato a Magíster en Estudios Internacionales y se ha especializado en las problemáticas del mundo árabe-islámico. Es editor en español de “Al-Masdar News”.
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