En la era de la cibergeopolítica, el apoteósico posicionamiento de Rusia en Siria y las dos visitas de Putin a Arabia Saudita y a Emiratos Árabes Unidos delinean el trazado de su nuevo 'patio trasero' en su multiforme frontera islámica, que comprende el mar Caspio, el mar Negro, la parte oriental del Mediterráneo y, ahora, el golfo Pérsico.
Una realidad cibergeopolítica de la retirada de 1.000 soldados de EEUU en Siria —donde solamente se queda con la base de Al Tanaf en el sur que resguarda a Israel y su presencia militar en Irak— es el avance de la línea de contención de Rusia en su frontera islámica interna y externa, y que ahora se ha profundizado hasta el golfo Pérsico y el canal de Suez (donde Moscú apadrinó su segundo canal).
El sueño de zares era zarpar en los mares calientes, lo cual se lo impidió la estrategia anglosajona en los siglos XIX, XX y principios del XXI.
Hoy se esboza en un nuevo orden mundial, cuando la asociación de Rusia y China ha dejado aislado a EEUU mientras la Unión Europea y la OTAN se han fracturado: la primera con el Brexit y la protobalcanización de Cataluña y, la segunda, desgarrada por la operación de uno de sus miembros —Turquía— en su irrendentista operación militar al norte de Siria para desalojar a los kurdosirios e intentar crear una franja de amortiguamiento de 200 km de largo por 30 km de ancho con el fin de instalar a 3,6 millones de refugiados sunitas provenientes de Siria.
El otrora Occidente jugó de muchas formas la carta islámica para entrampar a Moscú, lo cual formó parte de la estratagema del ya fallecido Zbigniew Brzezinski, creador de dos generaciones de yihadistas: primero, en Afganistán con Osama Bin Laden y, luego, con los hijos y nietos de este en el mundo árabe.
En su entrevista a la revista francesa Le Nouvel Observateur, Brzezinski confesó los alcances de su estratagema para empantanar a la antigua URSS en Afganistán.
Otra estratagema de Occidente consistió en utilizar la carta islámica dentro de la antigua URSS, como hoy de Rusia, condensada en el libro El Imperio fragmentado: la rebelión de las naciones en la URSS (L'Empire éclaté. La Révolte des nations en U.R.S.S.), de Hélène Carrère d'Encausse. Ya en 1978 su autor proyectaba la balcanización soviética catalizada por la galopante poligamia islámica juvenil que en el largo plazo superaría en número a los rusos de religión ortodoxa.
El entonces vicepresidente, Joe Biden, llegó a plantear que la mayor vulnerabilidad de Rusia era la demográfica, debido a su decreciente natalidad. Estaba claro que la dupla anglosajona de EEUU y del Reino Unido buscaban aplicar una triple dosis letal —quizá sumada de una cuarta— para implosionar a Rusia: la primera, la política de contención de la URSS por George Kennan; la segunda, los esquemas balcanizadores islámicos de Brzezinski; la tercera, la guerra demográfica, y, la segunda, el colapso de la cotización del petróleo, como sucedió en 1985 con la colusión de EEUU y de Arabia Saudita, que llegó a 8 dólares estadounidenses el barril en la etapa aciaga del cándido Gorbachov.
A nivel interno de Rusia, la población musulmana —en su gran mayoría del rito sunita— se encuentra en alrededor 20 millones (14%) del total de 147 millones.
Las tendencias demográficas apuntan a que en 15 años es probable que la tercera parte de Rusia sea musulmana, ya que las regiones rusas de mayoría islámica —como el Cáucaso Norte y Tartaristán— ostentan una mayor acelerada natalidad, lo cual es similar al galopante crecimiento del islam global. Este hoy exhibe 1.800 millones de feligreses en los 57 países de la Organización de Cooperación Islámica: con 80% de sunitas y 15% de chiitas (el restante perteneciente a otras denominaciones).
El prelado ortodoxo Dmitri Smirnov asevera que, debido a la tendencia demográfica, "no quedarán rusos en 2050". De las 15 fronteras terrestres de Rusia —el país más extenso del planeta con casi 18 millones de kilómetros cuadrados, prácticamente el doble de EEUU— resaltan dos países islámicos: Azerbaiyán, con 10 millones de habitantes que comparte 338 km de límite con Rusia; y Kazajistán, con 19 millones y una transfrontera de 7.644km. Rusia comparte el mar Caspio —de 371.000 kilómetros cuadrados— con cuatro países islámicos: Irán —83 millones de habitantes y 95% chiitas—, Turkmenistán —con 5.5 millones de habitantes—, Kazajistán y Azerbaiyán.
Rusia comparte el mar Negro —cuya superficie es de 436.402 kilómetros cuadrados— con otros cinco países, entre los que destaca Turquía, con más de 81 millones de habitantes y un 99.8% de musulmanes sunitas que incluyen al 19% de kurdos de origen turco.
Trump heredó de Obama el caos sirio. Obama no solamente destruyó Siria, sino que también hizo lo mismo en Libia. Se asentaba que Israel apoyaba la secesión del Kurdistán para desestabilizar a Irán y Turquía. Advertí que el pueblo kurdo, en este caso en referencia a la rama iraquí, puede volver a ser sacrificado en el altar de la geopolítica regional como sucedió con el tratado de Sèvres de 1920.
Según se desprende hoy en retrospectiva, Obama buscaba la balcanización de Siria, cuyas reverberaciones hubieran alcanzado la frontera islámica de Rusia y sus regiones musulmanas domésticas, como Chechenia —donde Moscú libró dos sangrientas guerras que concluyó exitosamente Vladímir Putin—. Eso hizo inevitable el salvamento del Gobierno central sirio de Bashar Asad por la intervención militar rusa en septiembre de 2015, en coordinación con la Guardia Revolucionaria chiita de Irán y la guerrilla libanesa de Hezbolá.
Desde finales del 2018 apunté que Trump sale de Siria y se retira parcialmente de Afganistán, pero que se queda en Irak, mientras se gesta la división norte-sur de Oriente Medio.
Las señales ya estaban escritas en el muro desde finales de diciembre del 2018, cuando desde entonces me atreví a formular que la cartografía de Oriente Medio cambió drásticamente con vencedores y perdedores: entre los primeros, Rusia, Irán y Turquía, y, entre los segundos, EEUU, los kurdos, Israel y la mayoría de las seis petromonarquías del golfo, con la excepción de Catar.
Si Obama sacrificó a los kurdos en el altar iraquí, ahora Trump lo imita con los kurdos sirios en el altar turco. Fue muy significativo que Trump se haya decidido por entregar la estratégica ciudad de Manbij a Rusia, mientras el presidente Putin emprendía dos relevantes visitas a Arabia Saudita y a Emiratos Árabes Unidos: colindan con el golfo Pérsico.
Pareciera que existe un condominio ruso-estadounidense en el gran Oriente Medio, en sustitución del caduco acuerdo britanico-francés de Sykes-Picot de hace 103 años.
Hoy, el repliegue militar estadounidense es ocupado por el despliegue y la profundización de Rusia y/o de los aliados de Moscú, como el Gobierno central sirio, quien se hace cargo de la protección de los kurdosirios que ven una vez más, después de 100 años, cómo se desvanece su anhelo independentista.
Lo real es que hoy Rusia predomina y domina en el mar Caspio, en el mar Negro y en la parte oriental del Mediterráneo: en Siria y en el Líbano. Además de las excelentes relaciones de Moscú con el atribulado primer israelí Netanyahu. También Rusia se ha posicionado en Egipto y en Libia y acaba de poner un pie en el golfo Pérsico. Putin ya cumplió el sueño de los anteriores zares al encontrarse de lleno en los mares calientes.
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