La economía global se debilita y, a diferencia de hace una década, no hay herramientas suficientes ni voces sensatas que eviten una debacle,
Los ministros de finanzas del mundo y los gobernadores de bancos centrales se reunieron hace un par de semanas en Washington y observaron una economía global que requiere atención urgente. La mayoría dice comprender los peligros, sin embargo, han mostrado poco sentido de urgencia y aún menos signos de acción. Impulsado por una administración estadounidense desquiciada, el mundo va directo a la próxima recesión global.
El FMI bajó sus pronósticos de crecimiento una vez más. Se prevé que la economía mundial aumente solo 3 por ciento este año (por debajo del 3.3 por ciento previsto en la primavera). El impulso económico se desvanece en casi todas partes y la expectativa de PIB es la más débil desde el colapso financiero hace 10 años.
La perspectiva de una recesión es realmente alarmante. La débil recuperación de la última década ha agotado las herramientas convencionales de política macroeconómica y las medidas extraordinarias tomadas para contener la crisis legaron una mayor fragilidad financiera.
Con todas estas vulnerabilidades, y con pocas o ninguna opción de política para lidiar con el colapso que podrían causar, el presidente Donald Trump decidió embarcarse en su guerra comercial con China. Esta asombrosa temeridad, tolerada por el Congreso, ya ha causado un enorme daño económico, sobre todo en EU.
Si la desaceleración se convirtiera en una recesión mundial, el gobierno de ese país tiene gran parte de culpa.
Pero la responsabilidad se amplía. Otros países podrían hacer más para protegerse contra estos mayores riesgos.
China, por ejemplo, ha sido demasiado lenta para abordar sus desequilibrios financieros. Reino Unido parece que tuvo la intención de destruir su economía y sistema de gobierno en busca del Brexit. La UE ha tenido años para equipar a la zona del euro con un presupuesto común para mitigar las recesiones y una unión bancaria.
Todos estos problemas son reparables. Algunos, incluso, podrían resolverse de golpe. Otros son mucho más complejos. La reducción de la fragilidad requiere una regulación inteligente para reconocer los riesgos que surgen de los sistemas financieros. La reactivación de la política macroeconómica en un mundo de tasas bajas exige una reflexión en los frentes monetario y fiscal.
La economía mundial se encuentra en una coyuntura peligrosa y necesita desesperadamente un liderazgo más sabio y más efectivo. Hasta que llegue, es poco probable que disminuyan los riesgos.
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