La última oleada de tiroteos masivos se convirtió en un elementos más para demostrar la imparable decadencia hegemónica estadounidense.
Estados Unidos ha sido el escenario de dos masacres en menos de 24 horas, saldadas con 30 víctimas mortales entre Dayton (Ohio) y El Paso (Texas).
Aunque subyacen varias razones, la más evidente es el fácil acceso que tienen los ciudadanos norteamericanos a las armas automáticas, entre ellos los fusiles de asalto. El permiso para portar armas está blindado, pues se reconoce en su Constitución.
Sólo en 2019 se produjeron más de 30.000 incidentes con armas de fuego. Este año ya se han producido 251 tiroteos masivos (con cuatro muertos o más sin incluir al responsable o los responsables, en cada caso) que dejaron 8.733 muertos, 400 de ellos menores.
Más cifras. EEUU es el único país desarrollado que posee más armas que habitantes. Tiene más de 100 por cada 100 personas, frente a las 20 de Alemania y las 8 de España. Además, el 3% de la población adulta estadounidense almacena la mitad de todo ese arsenal. ¿Para qué necesitan tantas pistolas? ¿A qué se debe esa alarmante concentración?
Factores sociales y políticos también explican esos comportamientos destructivos. Como recuerda el periodista Eduardo Suárez, excorresponsal en Nueva York del diario español El Mundo, "en EEUU pervive un racismo estructural que hunde sus raíces en la esclavitud que practicaron los estados sureños durante casi un siglo". Tras la Guerra de Secesión nació el vergonzoso movimiento Ku Klux Klan, que aún existe en el siglo XXI.
De ese relato excluyente se nutren supremacistas blancos, como Patrick Wood Crusius, quien escribió, poco antes de disparar indiscriminadamente en un supermercado de la cadena Walmart, que su acción era "una respuesta a la invasión hispana de Texas". Es decir, una reacción típicamente xenófoba.
"Mi objetivo era matar el mayor número de mexicanos posible", manifestó Crusius tras ser detenido por las autoridades policiales de El Paso.
Esa osada declaración implica que el crimen no es sólo un acto de odio sino una acción terrorista contra la comunidad mexicana asentada en Estados Unidos.
Así se vivió el tiroteo en el El Paso
El asesino de la ciudad fronteriza de El Paso actuó motivado por la verborrea xenófobadel presidente Donald Trump. Su retórica despectiva hacia los inmigrantes ha servido para exacerbar los ánimos, para propagar sentimientos abiertamente racistas. Es un mensaje tóxico que discrimina a la gente por su raza, por su religión, por su orientación sexual, por su condición de inmigrante, por su país de origen, que insulta a ciertas naciones africanas.
"Déjenme ser muy claro —subrayó el candidato demócrata a las presidenciales de 2020, Beto O’Rourke—: [Trump] es un racista abierto y declarado. Y está fomentando más el racismo en este país. Y eso es increíblemente peligroso en Estados Unidos". ¿Por qué lo es? Porque asienta la semilla del odio, el germen de una confrontación interna que puede degenerar en una segunda guerra civil.
Por desgracia, no es la primera vez que las palabras del jefe del Estado sirven de fuente para justificar atentados racistas. El autor de la masacre perpetrada en la sinagoga de Pittsburgh, en octubre de 2018, y que causó 11 muertos, culpó a los judíos por la caravana de "invasores" que estaban en camino hacia EEUU. La caravana fue el mensaje de la campaña de Trump.
El propio inquilino de la Casa Blanca se ha convertido en un agente catalizador, en un cooperador necesario de esta nefasta y creciente tendencia a disparar, algo que él sólo achaca a "problemas mentales", sin querer entrar en la raíz del problema. En un mitin celebrado en mayo pasado, Trump hablaba sobre lo que podía hacer su Gobierno con los inmigrantes que llegaban a través de la frontera mexicana. "¿Cómo se para a esa gente?", se preguntó. Y alguien gritó entre la muchedumbre: "¡Disparadles!" Trump no contuvo una sonrisa mientras el público se reía a carcajadas del comentario hostil. El vídeo le deja en evidencia.
El racismo estructural y la mayor frecuencia de los tiroteos masivos son dos claros indicadores del declive del imperio norteamericano. Un informe oficial ya alertaba en noviembre de 2018 de que "la seguridad y el bienestar de Estados Unidos están en mayor riesgo que en cualquier otro momento en décadas". El documento, solicitado por el Congreso a la Comisión para la Estrategia de Seguridad Nacional, está firmado por 12 expertos, entre ellos el que fue subsecretario de Defensa desde 2005 hasta 2009, Eric Edelman, y el almirante retirado Gary Roughead, jefe de operaciones navales desde 2007 hasta 2011.
"La superioridad militar de Estados Unidos —la columna vertebral del poder duro de su influencia global y su seguridad nacional— se ha erosionado hasta un grado peligroso. Los rivales y adversarios están desafiando a Estados Unidos en muchos frentes y en muchos dominios. La capacidad de Estados Unidos para defender a sus aliados, sus socios y sus propios intereses vitales está cada vez más en duda. Si el país no actúa rápidamente para remediar estas circunstancias, las consecuencias serán graves y duraderas", rezaba el memorándum.
Factores sociales y políticos también explican esos comportamientos destructivos. Como recuerda el periodista Eduardo Suárez, excorresponsal en Nueva York del diario español El Mundo, "en EEUU pervive un racismo estructural que hunde sus raíces en la esclavitud que practicaron los estados sureños durante casi un siglo". Tras la Guerra de Secesión nació el vergonzoso movimiento Ku Klux Klan, que aún existe en el siglo XXI.
De ese relato excluyente se nutren supremacistas blancos, como Patrick Wood Crusius, quien escribió, poco antes de disparar indiscriminadamente en un supermercado de la cadena Walmart, que su acción era "una respuesta a la invasión hispana de Texas". Es decir, una reacción típicamente xenófoba.
"Mi objetivo era matar el mayor número de mexicanos posible", manifestó Crusius tras ser detenido por las autoridades policiales de El Paso.
Esa osada declaración implica que el crimen no es sólo un acto de odio sino una acción terrorista contra la comunidad mexicana asentada en Estados Unidos.
Así se vivió el tiroteo en el El Paso
El asesino de la ciudad fronteriza de El Paso actuó motivado por la verborrea xenófobadel presidente Donald Trump. Su retórica despectiva hacia los inmigrantes ha servido para exacerbar los ánimos, para propagar sentimientos abiertamente racistas. Es un mensaje tóxico que discrimina a la gente por su raza, por su religión, por su orientación sexual, por su condición de inmigrante, por su país de origen, que insulta a ciertas naciones africanas.
"Déjenme ser muy claro —subrayó el candidato demócrata a las presidenciales de 2020, Beto O’Rourke—: [Trump] es un racista abierto y declarado. Y está fomentando más el racismo en este país. Y eso es increíblemente peligroso en Estados Unidos". ¿Por qué lo es? Porque asienta la semilla del odio, el germen de una confrontación interna que puede degenerar en una segunda guerra civil.
Por desgracia, no es la primera vez que las palabras del jefe del Estado sirven de fuente para justificar atentados racistas. El autor de la masacre perpetrada en la sinagoga de Pittsburgh, en octubre de 2018, y que causó 11 muertos, culpó a los judíos por la caravana de "invasores" que estaban en camino hacia EEUU. La caravana fue el mensaje de la campaña de Trump.
El propio inquilino de la Casa Blanca se ha convertido en un agente catalizador, en un cooperador necesario de esta nefasta y creciente tendencia a disparar, algo que él sólo achaca a "problemas mentales", sin querer entrar en la raíz del problema. En un mitin celebrado en mayo pasado, Trump hablaba sobre lo que podía hacer su Gobierno con los inmigrantes que llegaban a través de la frontera mexicana. "¿Cómo se para a esa gente?", se preguntó. Y alguien gritó entre la muchedumbre: "¡Disparadles!" Trump no contuvo una sonrisa mientras el público se reía a carcajadas del comentario hostil. El vídeo le deja en evidencia.
El racismo estructural y la mayor frecuencia de los tiroteos masivos son dos claros indicadores del declive del imperio norteamericano. Un informe oficial ya alertaba en noviembre de 2018 de que "la seguridad y el bienestar de Estados Unidos están en mayor riesgo que en cualquier otro momento en décadas". El documento, solicitado por el Congreso a la Comisión para la Estrategia de Seguridad Nacional, está firmado por 12 expertos, entre ellos el que fue subsecretario de Defensa desde 2005 hasta 2009, Eric Edelman, y el almirante retirado Gary Roughead, jefe de operaciones navales desde 2007 hasta 2011.
"La superioridad militar de Estados Unidos —la columna vertebral del poder duro de su influencia global y su seguridad nacional— se ha erosionado hasta un grado peligroso. Los rivales y adversarios están desafiando a Estados Unidos en muchos frentes y en muchos dominios. La capacidad de Estados Unidos para defender a sus aliados, sus socios y sus propios intereses vitales está cada vez más en duda. Si el país no actúa rápidamente para remediar estas circunstancias, las consecuencias serán graves y duraderas", rezaba el memorándum.
El informe independiente de la Comisión alertaba de que la Estrategia de Seguridad Nacional, aprobada por Trump en diciembre de 2017, "con demasiada frecuencia se basa en suposiciones cuestionables y análisis débiles, y deja preguntas críticas sin respuesta sobre cómo se enfrentará Estados Unidos a los desafíos de un mundo más peligroso".
La propia Estrategia llega a admitir las contradicciones sistémicas que atraviesa el país: "El éxito, sin embargo, generó complacencia. Surgió la creencia, entre muchos, de que el poder estadounidense sería indiscutible y autosuficiente. Estados Unidos comenzó a ir a la deriva. Experimentamos una crisis de confianza y rendimos nuestras ventajas en áreas clave". Esa crisis de confianza se está perpetuando en el tiempo, viene del fiasco de Vietnam, repetido 40 años después en Afganistán. La decadencia es cuestión de décadas. La misma que sufrió Roma a mediados del siglo V cuando los últimos emperadores eran "muertos vivientes" sin influencia ni autoridad. ¿Cuánto se prolongará la estadounidense?
La propia Estrategia llega a admitir las contradicciones sistémicas que atraviesa el país: "El éxito, sin embargo, generó complacencia. Surgió la creencia, entre muchos, de que el poder estadounidense sería indiscutible y autosuficiente. Estados Unidos comenzó a ir a la deriva. Experimentamos una crisis de confianza y rendimos nuestras ventajas en áreas clave". Esa crisis de confianza se está perpetuando en el tiempo, viene del fiasco de Vietnam, repetido 40 años después en Afganistán. La decadencia es cuestión de décadas. La misma que sufrió Roma a mediados del siglo V cuando los últimos emperadores eran "muertos vivientes" sin influencia ni autoridad. ¿Cuánto se prolongará la estadounidense?
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